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Rocketman

Musical. Drama 'Rocketman' es la historia de Elton John, desde sus años como niño prodigio del piano en la Royal Academy of Music hasta llegar a ser una superestrella de fama mundial gracias a su influyente y duradera asociación con su colaborador y letrista Bernie Taupin. (FILMAFFINITY)
Nuestra canción
En la rápidamente olvidada ‘First Man (El primer hombre)’, Damien Chazelle nos recordó una certeza borrada, a lo mejor, por el triunfalismo histórico. Un cohete espacial es (y sobre todo era) un ataúd metálico. Un milagro de la ingeniería que nos llevaría a conquistar el cosmos, sí... pero al mismo tiempo, una trampa potencialmente mortal: el salto a la estratosfera, es, al fin y al cabo, y se mire como se mire, una osadía. Una arrogancia contra-natura que, como tal, debe pagarse de algún modo u otro.

Chazelle, tan frío y tan agitado, captaba con ello la cara oculta de un heroísmo que en realidad no era tal, o que por lo menos no se correspondía con la imagen que los manuales nos habían querido transmitir. En cualquier caso, quedaban el cohete y su tripulante como una sociedad destinada a la posteridad... y/o al siniestro total. La profecía iba en aquel entonces dedicada al astronauta, pero muy fácilmente podría aplicarse a cualquier ser con las aptitudes y actitudes necesarias para destacar en la mediocridad generalizada a la que el mundo parece habernos condenado.



Pongamos, por ejemplo, a un músico con un don sobre-humano. Así aparece ‘Rocketman’, una película en la que tanto el vehículo como su ocupante componen un todo igual e inevitablemente memorable: diseñado para la gloria o condenado a estamparse estrepitosamente. Sin término medio posible. La fama ya tiene esto... y los biopics, también. Éste está dedicado, por cierto, a las obras y milagros de Elton John, incandescente astro cuyo súper-ego bien merecía una súper-producción.

Porque su arte, ya lo sabemos, se valora con discos de metales preciosos... y porque ya que estamos cuantificando beneficios, venimos del apabullante éxito comercial de ‘Bohemian Rhapsody’, una “película Frankenstein” dirigida a medias por Bryan Singer y Dexter Fletcher. Éste último, a quien se atribuye la filmación de la reproducción de aquel mítico concierto de Freddie Mercury y los suyos en el Live Aid, es el máximo encargado (y ahora sí, en solitario) de este proyecto.



Pasamos de Rami Malek a Taron Egerton; de la potencia electrizante del “We Will Rock You” a la melosidad enternecedora de “Your Song”. Siguen, eso sí, esos disfraces, y esos accesorios, y esas pelucas... y por supuesto, esa fórmula del éxito, la de las canciones de nuestra vida. Esas secuencias mágicas de notas que, generación tras generación, consiguen empalmar los circuitos neuronales que nos dan a nosotros, pobres mortales, la sensación de estar levitando a unos cuantos metros del suelo. La imagen, por cierto, la utiliza Fletcher para ilustrar el clímax de la primera actuación de Elton John en Los Angeles, punto de inflexión determinante en una biografía forzada al estrellato.

Pasamos del tono mortecino de Singer a la vivacidad de alguien que no se harta de demostrar que ha entendido, a la perfección, el libro de estilo de la factoría Marv. En la ficha de productores, por cierto, aparece Matthew Vaughn, y se nota. ‘Rocketman’ sigue el recorrido emocional, y tira de los golpes de efecto que definen a los biopics más rutinarios, pero destaca por su forma de lucir. Por el empaque, vaya, que no es asunto baladí. En el mundo del espectáculo, ya se sabe, las apariencias son fundamentales.



Fletcher se dedica pues a desplegar y derrochar recursos a escala de superhero movie. La playlist de éxitos musicales está ahí no solo para garantizar el buen funcionamiento en el box office, sino también para afianzar la vistosidad del producto. El film tira de gusto videoclipero cada vez que toca explicar un greatest hit del protagonista, y cuando llega el momento, lo mismo da ver a Taron Egerton bailando al son de “Saturday Night’s Alright For Fighting” que a Colin Firth ejecutando una matanza al ritmo del “Freebird” de los Lynyrd Skynyrd. Tanto si se eleva como si amaga con estrellarse, el cohete, como los mejores cómics, siempre entretiene.

Pasamos del rock al pop. Por aquello de respetar el recorrido del artista, y para conectar con cuanta más gente mejor. Esto es, ante todo, un entretenimiento circense que quiere agradar al grandísimo público. Así, el sexo se reduce a un revolcón limpio, y la extravagancia kitsch marca de la casa se rebaja hasta adquirir la categoría de simpático atrezzo; de un detalle más en un decorado deslumbrante y, sobre todo, cero ofensivo. Es la ordinaria alegría de celebrar un talento extraordinario. Es el proyector convertido en gramola, y la sala de cine en local de karaoke. Es la comunidad que solo pueden invocar los acordes de la retro-alimentación nostálgica. Tan auto-complaciente, tan decadente y, aun así, tan efectiva como esa emoción que perdura. La de aquella canción. Nuestra canción.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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