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Buñuel en el laberinto de las tortugas

Animación París, 1930. Salvador Dalí y Luis Buñuel son las principales figuras del movimiento surrealista, pero Buñuel ve cómo se le cierran todas las puertas después del escandaloso estreno de "La edad de oro", su primera película. Sin embargo, su buen amigo, el escultor Ramón Acín, compra un billete de lotería con la loca promesa de que, si gana, pagará el documental que su amigo quiere rodar sobre Las Hurdes, una de las regiones más ... [+]
El creador y sus fantasmas, en "Las Hurdes"
La anécdota será conocida por los seguidores más fieles de Luis Buñuel: la posibilidad de rodar la legendaria “Las Hurdes” nació de una promesa. El pintor, escultor y periodista Ramón Acín, buen amigo del director, le aseguró que le financiaría una película si le tocaba la lotería. Y así fue. En 1932, el Gordo de la Lotería de Navidad cayó en Huesca y Acín empleó buena parte de ese dinero en sufragar “Las Hurdes”, la obra maestra en la que, en 30 condensados y densos minutos, Buñuel retrató la inhumana miseria en la que vivían los habitantes de esta comarca extremeña en 1932. Y resulta imprescindible recordar, ya que ambos personajes van a ser los protagonistas de “Buñuel en el laberinto de las tortugas”, que cuatro meses antes del estreno de “Las Hurdes”, Acín, ferviente defensor de la República, fue fusilado en agosto de 1936, solo dos semanas antes de que también lo fuese su esposa. Así, en esta película resulta casi imprescindible conocer la historia más allá de la pantalla para asumir de lleno el peso dramático de su relato.

La experiencia del maestro en el rodaje de “Las Hurdes” llega en forma de película animada dirigida por Salvador Simó, que después de trabajar en el departamento de animación y en el de efectos visuales de varias superproducciones de Hollywood se lanza a un complejo retrato de la personalidad y la creación de Buñuel. Simó adapta la extraordinaria novela gráfica de Fermín Solís y crea una experiencia visual en cierto modo insólita en el cine español, porque “Buñuel en el laberinto de las tortugas” quiere jugar con varias barajas y no solo es un retrato del trabajo del cineasta en su película, sino también una inmersión en la personalidad de un creador acosado por sus propios fantasmas.



La película viaja hasta París, hasta los tiempos en que Buñuel había agitado la vida cultural de la ciudad con el gigantesco escándalo que supuso “Un perro andaluz” en 1929 y, más aún, el estreno de la revolucionaria y transgresora “La edad de oro” en 1930, dos películas con las que Buñuel logró la adhesión de los surrealistas liderados por André Breton. Sin embargo, al volver a España, la personalidad del artista se vio transformada por el rodaje de “Las Hurdes”. Del surrealismo de sus anteriores creaciones pasó a la crudeza de la realidad total, al enfrentamiento con su entorno y consigo mismo, lejos de refugios creativos. Y en ese terreno se mueve esta película. En el de la asunción por parte de un joven rebelde y provocador de una materialidad cruel y asesina, de la inhumanidad que vive entre los humanos. De la mano de Buñuel y Acín, Salvador Simó retrata la emotividad de la creación artística y la convulsión que esta puede provocar. Simó muestra, al tiempo, la filmación de una película y el efecto que ello provoca en sus hacedores. Este es el verdadero núcleo de una película que, más allá de mitomanías, se centra, definitivamente, en un intento de retratar la pulsión creativa, ese quid que llevaba a un artista a la búsqueda de “la obra”, más allá incluso de las relaciones afectivas. El artista frente al mundo. Y ese mundo solo puede ser el suyo.

Todo ello se concreta en una puesta en escena que juega con una animación quizá tosca en apariencia (aunque reproduce fielmente los diseños del cómic original), pero que no es sino el reflejo de la brusquedad buñueliana, de una personalidad en perpetuo combate. Buñuel se define como artista y como hombre ante los ojos del espectador, que asiste tanto a la creación como a su resultado. Porque, en otro estupendo acierto, Simó inserta en la película extractos de “Las Hurdes” (incluso alguno inédito) para hermanar ambos productos y llevarnos a un viaje en el que abrazamos tanto al origen como la consecuencia, en una impecable reflexión sobre la creación artística y sus artífices que, además, otorga el valor justo a una de las cimas del patrimonio cinematográfico español.



Los planos largos son la seña de identidad de la puesta en escena de “Buñuel en el laberinto de las tortugas”, una opción artística, que abandona conscientemente el ritmo sincopado habitual en los productos del cine de animación para envolverse en una voluntad rupturista que se hermana con las intenciones del cine de Buñuel, siempre a contracorriente.

No todo es redondo, claro, en “Buñuel en el laberinto de las tortugas”, porque algunas secuencias adoptan un tono que apuesta por lo ligero y lo cómico y que reducen la dureza del relato, como si hubiera cierto miedo a lanzarse a un relato del todo reflexivo, pero no anulan la valentía de una apuesta singular en el cine español, en general más que falto de riesgo y espíritu transgresor.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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