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Bel Canto. La última función

Drama Una cantante de ópera mundialmente conocida es secuestrada como rehén, junto a otras personas, cuando un rico empresario japonés la invita a actuar para él en Sudamérica. (FILMAFFINITY)
Desafinado
Parece que el director de “American Pie”, “Un niño grande” y “Ahora los padres son ellos” quiere volcarse en las películas dramáticas. En 2015 ya había patinado un tanto con la pretenciosa “Grandma” y unos años antes con la presunta sátira “American Dreamz (Salto a la fama)”. Ahora reincide con este drama tremebundo que comienza con escasa fuerza, continúa con una colección de lugares comunes y desemboca en una disparatada explosión de “buenismo”. La cosa nace de una novela de Ann Patchett, parece ser que inspirada en un hecho real, acontecido en Perú, en 1996, cómo un cuando un grupo de Tupac Amaru tomó como rehenes a cientos de diplomáticos, empresarios, miembros del gobierno y militares en la residencia del embajador de Japón en Lima.

En “Bel canto”, políticos, diplomáticos y otras personalidades son secuestrados por un grupo guerrillero en un país sudamericano indeterminado, durante un concierto privado que se celebra en la mansión de un rico industrial japonés. Por allí anda nada menos que Julianne Moore, diva de la ópera que sería la encargada de deleitar a los invitados.



Desde los primeros minutos del conflicto, hasta el espectador menos avisado intuye que el relato va a centrarse en la relación que se entablará entre rehenes y malhechores, pero lo sorprendente llega cuando “Bel canto” se transforma en una oda a la hermandad y a la superación de las diferencias y los bandos, que nada podrán hacer ante el poder de la bondad que late en el interior de los humanos. Es una lástima, porque la reunión de estos personajes dispares, en una situación límite, podría haber dado para un análisis del enfrentamiento entre culturas, de las relaciones de poder o incluso de los posibles lazos creados en una situación extrema, pero no para este viaje bonancible hacia la confraternización.

“Bel canto” está filmada con una alarmante falta de tensión y de ritmo, como si el propio director no creyese una palabra de los impostados diálogos que han de recitar los intérpretes. Weitz utiliza ocasionalmente la cámara en mano, se supone que para intentar que la cosa se anime un poco, y convierte el suntuoso decorado de la mansión en un espacio anodino y sin ninguna presencia dramática, apagando en todo momento la profundidad de campo.

Un ejemplo de cine plano, sin sustancia y aquejado de flojera narrativa, alejado de todo apasionamiento, en el que el relato solo consigue avanzar tras aferrarse a un lugar común tras otro. Y también resulta un pecado desperdiciar el talento de una actriz extraordinaria como Julianne Moore, que hace lo que puede con su personaje de cartón piedra



No faltará el amago de romance entre la diva y el rico melómano nipón (que para algo son los dos rostros más populares del reparto) y también asomará otro entre una guerrillera y el traductor del millonario. Tampoco se ahorra el disparatado hecho de que Moore se avenga a dar unas clases de canto a un insurgente amante de los gorgoritos que anhela ser tenor. Cliché sobre cliché, los presuntos personajes, que resultan ser solo marionetas al capricho de los dictados del libreto, abandonarán sus enfrentamientos porque el guion así lo dice, se embarcarán en un viaje fraterno y, en el colmo de lo insólito, llegarán a jugar un rato un asombroso partidillo de fútbol entre captores y capturados, animado por el embajador francés que interpreta un despistado Christopher Lambert. En ese momento, el agotado espectador ya solo puede esperar que se abracen, saquen unas cervecitas y canten una canción de "Viva la gente".

Las comedias de Paul Weitz no tienen nada de memorables, pero visto el camino emprendido en sus intentos dramáticos, solo cabe desear que regresen los ya tan no tan jóvenes colegas de “American Pie”.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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