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Hasta siempre, hijo mío

Drama Liyun y Yaojun, una pareja de obreros, intenta recuperarse de una devastadora tragedia familiar en los tumultuosos años entre 1980 y el siglo XXI. Constreñidos por la política nacional de hijo único, sus vidas se transforman gradualmente por el impacto de la cambiante identidad nacional en China. (FILMAFFINITY)
La tragedia vital. La tragedia social.
Wang Xiaoshuai pertenece a la Sexta Generación del cine chino y es coetáneo de autores como Jia Zhangke o Zhang Yuan. Su eclosión internacional llegó con la premiada "La bicicleta de Pekín", Oso de Plata i.e.en Berlín en el año 2001. Para entonces ya había rodado cinco películas desde su debut en 1993, todas ellas alejadas de los circuitos comerciales y enfrentadas con la censura china: "Frozen", en 1995, la firmaría bajo seudónimo como Wu Ming (literalmente, "sin nombre") y "Biandan, guniang (So close to paradise)" sería remontada por la Oficina China del cine. "Hasta siempre, hijo mío" es su decimocuarta obra y también ha sido bendecida en Berlín con los premios al mejor actor y la mejor actriz para los inconmensurables Wang Jingchun y Mei Yong.

Xiaoshuai entrega una película inabarcable que recorre las últimas décadas del siglo XX, en la que se sumerge en un asumido clasicismo narrativo que ya ha empapado sus últimas obras, un melodrama moderno que bucea en las vidas de unos personajes heridos que intentan vivir tras sobrellevar el dolor. La vida. Siempre la vida, que emerge en una China afligida como un mástil en el que se sustentan todos los relatos del cineasta.



"Hasta siempre, hijo mío" es una película de gestos mínimos, de instantes sencillos, pero profundos (los que realmente importan), en los que el devenir de la existencia se encarna en la pantalla gracias a una cámara que atrapa la acción con insólita placidez y que se acerca a los personajes con tanto mimo como cariño. Xiaoshuai emplea largos planos fijos en los que el relato "respira" y fluye de modo casi instantáneo, y emplea los movimientos de cámara, en especial las panorámicas, para crear una escritura solo aparentemente sencilla de la que surge una inabarcable hondura, con la que explorar el relato hasta encontrar sus recovecos, sus esquinas (la sentencia "un travelling es una cuestión moral", de Godard, resurge en el cine contemporáneos gracias a artistas como Xiaoshuai).

Se trata de retratar la historia de unos padres. Unos padres obligados a tener un solo hijo. La política del "hijo único" ha regido en China desde 1979 como medida de control de la natalidad, establecida para reducir la superpoblación en el país con más habitantes del planeta, que alberga la quinta parte de la población mundial (en octubre de 2015, China abandonó esta política, aunque mantiene un límite de dos hijos por pareja). Un hijo. Solo uno. Este es el entorno en el que viven los protagonistas de esta maravilla de Wang Xiaoshuai, que convierte una historia particular en un relato universal, que bucea en los sentimientos humanos, en sus pasiones, sus miedos, sus miserias, sus afectos, sus esperanzas… Un puzle de inaudita precisión formal en el que pueden descomponerse, unirse, solaparse o diferenciarse el pasado, el presente y el futuro, incierto, pero en cierto modo acogedor.



Los primeros minutos del filme revelan ya a un cineasta impecable. El drama que dará forma a la película se desarrolla con la simplicidad como figura de estilo, lo que traerá consigo la devastación emocional más profunda. Unos niños juegan en un río. Otros dos los observan y uno de ellos quiere unirse al juego; el otro, no. El río se revelará mortal en un memorable, pudoroso y emotivo plano lejano: gracias a una lenta panorámica vertical descubriremos que se trata del punto de vista del amigo del niño muerto, ahogado. Una imagen que presidirá el resto del metraje de la película, porque desde ese momento serán más de treinta años los que repasará Wang Xiaoshuai a lo largo de tres horas de cine imperial, de la mano de un inolvidable grupo de personajes, enfrentado con su entorno social y político y también con la asunción de su propia existencia. Asistiremos no solo al pesar de unos padres por la muerte de su hijo, sino también a su tragedia ante la falta de entendimiento de la realidad social y política que los rodea.

En la catarata de imágenes bellísimas que entrega Xiaoshuai se comprueba cómo ha madurado su estilo. Crispado, nervioso, de aire urgente en sus primeras obras, y más plácido en las últimas. Lo que no quiere decir que haya templado su combustión interior. Xiaoshuai ha optado por el formalismo, por las imágenes de inspiración clásica, sí, pero es un formalismo en el que vive el fuego del cine: imágenes en las que hierve una lava íntima que llena de emotividad cada fotograma.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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