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Casi imposible

Comedia. Romance Cuando Fred Flarsky (Seth Rogen) se reencuentra inesperadamente con el primer amor de su vida, que ahora es una de las mujeres más influyentes del mundo, Charlotte Field (Charlize Theron), logra llamar su atención gracias a su peculiar sentido del humor y a su visión idealista del mundo y de la política. Mientras se prepara para aspirar a la presidencia del país, Charlotte contrata a Fred para que sea el encargado de escribir sus ... [+]
Mil maneras de (no) cambiar el mundo
Ahí va el valiente periodista, cargado de valor, claro, pero también de evidencias empíricas. ¡De razones! Ante él, el enemigo más temible; el ser más despreciable del universo. El magnate de un conglomerado de la comunicación; el emperador del imperio de la mentira. Saltarían chispas y se podría cortar el aire con un cuchillo... si el segundo personaje hubiera reparado en el primero, pero no. Pero da igual, porque el paladín de los hechos contrastados está dispuesto a vociferar un buen puñado de verdades. Y ahí que va, y ahí que le villano de esta función asiste, atónito, a su propio funeral social.

La fiesta en la que ambos se encontraban, se ha convertido de repente en una especie de tribunal inquisitivo en el que, por una vez, se ha impuesto la moral y los intereses de los más desfavorecidos. La combinación es gloriosa, y muy a punto está de convertirse en un momento estelar de la humanidad... lástima que a los pocos segundos, el talentoso periodista haya estampado accidentalmente sus morros contra el suelo: al despedirse triunfalmente de la escena del crimen, se ha trastabillado por puro exceso de confianza, y cuando ha querido darse cuenta, el tropiezo ya se ha hecho viral.



Esta escena sucede, tal cual, en ‘Casi imposible’, y sintetiza, casi a la perfección, la manera en que el director Jonathan Levine juega con el material que le brinda el guion escrito por Dan Sterling y Liz Hannah. La película, como cabe suponer, es una comedia. Una sátira política, para ser más concretos, que como tal, sabe construirse a base de apuntes diseñados para sacarle los colores a la sociedad (de occidente va el asunto) en la que nos ha tocado vivir.

El caso es que, en un momento dado, tanto al periodista como al magnate se les brinda la ocasión de manifestarse como ángel y demonio (respectivamente, por supuesto) en la conciencia de una joven política que parece estar destinada a dar un vuelco al depresivo panorama por el que se mueve su profesión. Ella es claramente el álter ego fílmico de Alexandria Ocasio-Cortez, ese aire joven y rejuvenecedor que pone a prueba nuestro cinismo, y nos obliga a replantearnos si en esto de la política, es posible promover cambios que, consecuentemente, cambien el -asqueroso- mundo en el que nos hemos metido.



Jonathan Levine en su salsa. Como ya hiciera en ‘50/50’, la película que le catapultó al menos en las ligas indie, invoca a la comedia a partir de elementos más característicos del drama. Por ejemplo, una crisis diplomática concerniendo un grupo terrorista de Oriente Medio y un soldado al que tienen cautivo. Una situación de insoportable tensión... llevada elegantemente (es un decir) con esa calma que solo puede proporcionar la ingesta previa (y masiva) de sustancias psicotrópicas.

Cine pasado de vueltas (ma non troppo), en el que el encanto stand-up de Seth Rogen se siente tan a gusto. Cine del disfraz, en el que la caracterización extrema de Andy Serkis (de quién si no) nos remite a los mejores guiñoles de ese genio de la comedia llamado Adam McKay... y de paso, nos hace añorar su lucidez y valentía a la hora de explorar y explotar verdaderamente el formato, para que éste se convierta en un reflejo único de la verdad retratada. Distorsionado, sí, pero precisamente por esto, testigo de una voz propia y, ni falta hace decirlo, potente.



A Levine le falta esto, precisamente. Si bien gestiona de forma eficiente la simpatía que irradia su dupla protagonista, se ve incapaz de concretarla en verdadera química. Es el efecto Seth MacFarlane: en ‘Mil maneras de morder el polvo’ (su injustamente maltratada incursión en el Salvaje Oeste) usó brillantemente la comedia más alocada (Mel Brooks se sentiría orgulloso) para despojar al western de sus sagradas vestiduras... Lástima que por el camino se encantara innecesariamente con una historia romántica que no hacía sino entorpecer el funcionamiento de la sofisticada maquinaria cómica propuesta. Aquí sucede más o menos lo mismo, aunque los efectos negativos para nada sean tan sangrantes. La contrapartida a esta atenuación de daños es que el producto se ve muy condenado a lo insípido; a una falta de picante que va en contra de la irreverencia que lleva por bandera.

Jonathan Levine, incapaz de ponerse a la altura del texto, se contenta pues con los -entretenidos- mínimos que le garantiza el envidiable reparto de actores con el que trabaja. El mayor mérito de su ‘Casi imposible’ es recordarnos que a la comedia mainstream también se le puede exigir que sepa mirar más allá de su ombligo. Así lo hace esta película, eso sí, siendo demasiado fiel a fórmulas muy narcisistas, pero también convirtiéndose, a ratos, en un producto muy lógico (tanto en aquello que hace reír como en aquello que provoca justo lo contrario) de la política de nuestros tiempos. Entiende el -peligroso- poder de la imagen y las apariencias, entiende la alarmante desconexión humana por parte de las clases gobernantes... y por esto da tanta rabia que, a la hora de la verdad, no concrete todo esto en un alegato social verdaderamente hiriente, sino que por el contrario, opte por la carcajada más auto-complaciente.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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