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En buenas manos

Drama Theo acaba de nacer. Después de dar a luz, su madre biológica le entrega a un programa de adopción. Los servicios de adopción deben encontrar entonces a la que se convertirá en su madre adoptiva. En el otro extremo, Alice (Élodie Bouchez), de 41 años, lleva casi diez años luchando por ser madre. Un grupo de profesionales trabajará para que Theo y Alice puedan reunirse. (FILMAFFINITY)
Adopción y agentes sociales
Una historia sobre la dedicación emocional y sobre la búsqueda del amor. Así de sencillos son los mimbres narrativos de “En buenas manos”, en la que el protagonista es un bebé, Theo, a quien la película sigue desde su nacimiento y su entrega en adopción hasta que encuentra un hogar definitivo. Un relato que pronto se convierte en coral y que, en realidad, quiere disertar sobre la ética de la solidaridad y sobre los nuevos modelos de familia, en un discurso humanista y de intenciones claramente didácticas.

“En buenas manos” recorre el camino que media entre una mujer que decide abandonar a su hijo y otra mujer que anhela ser madre. Una travesía llena de obstáculos, pero también de alicientes, de agentes sociales decididos a prestar ayuda. Un camino de vida, en resumen, en el que los encuentros y desencuentros adornan diferentes metas provisionales (“En la vida, todos tenemos campos de minas y campos de flores”, asegura uno de los personajes), entre las que se incluye la poco habitual figura de un padre temporal de acogida que se encarga de la criatura durante una fase de transición.



Pocos cines como el francés han dedicado tanto esfuerzo a loar las bondades de sus servicios sociales y de los cimientos de la sociedad del bienestar. En ocasiones, desde puntos de vista un tanto hipócritas, desde luego, pero en otras con una gran profundidad humanística. “En buenas manos” es una película de alto voltaje emocional que se apoya, sin embargo, en la simplicidad expresiva, y que hace de una narrativa serena y pausada su mejor arma dramática. La adopción de un cierto aire visual de crónica casi atrapada al vuelo es una estupenda decisión por parte de su directora Jeanne Herry, descubierta hace cuatro años en su notable debut, “Elle l’adore”, con el que logró una candidatura a los premios César como mejor primera película.

Es cierto que el guion, obra de la propia Herry, acumula algunas subtramas que resultan redundantes y también que, en ocasiones, se notan demasiado las buenas intenciones que presiden el relato. Pero la habilidad con la que la directora entra y sale de las historias personales que se cruzan en la película, la naturalidad de su puesta en escena, el compromiso de su mirada y su postura distante, respetuosa, consiguen que abrumen las vicisitudes, cuidadosamente engarzadas, de este bebé que pasa de unas manos a otras, siempre en camino hacia un futuro que desconoce, envuelto en el sufrido trabajo que se realiza a su alrededor por parte de tantas personas entregadas a la solidaridad y a intentar crear, en definitiva, un mundo mejor. Y aunque bienintencionado, no hay nada de ingenuo en el relato de “En buenas manos”: el caso de Theo es el de tantos otros cientos de infantes y queda claro que, en muchos momentos, la suerte, las incidencias y la burocracia pueden ser más fuertes que la sacrificada labor de los agentes sociales.



No está falto de conflicto el recorrido que plantea Jeanne Herry, que lanza una certera aseveración que a muchos parecerá problemática: en el terreno de la protección a los menores, el derecho de estos a una infancia segura está siempre por encima de los deseos de los adultos de ser padres. Uno de los personajes, una trabajadora del departamento de Dirección de la Infancia, lo expresa aún con mayor contundencia: “mi trabajo no es el de encontrar un hijo a unos padres que sufren, sino el de encontrar los mejores padres para niños que tienen dificultades”.

Si en una película de ánimo coral como “En buenas manos” resulta fundamental el trabajo de sus intérpretes, Jeanne Herry no ha podido encontrar un casting más eficiente, con Sandrine Kiberlain, Élodie Bouchez y Gilles Lellouche al frente del reparto, entregados a un trabajo que los obliga a una estricta naturalidad expresiva, acompañada por una intensa emotividad interior. Todos ellos lograron una candidatura a los premios César. Especialmente emotivo resulta el reencuentro con Bouchez: para muchos espectadores veteranos, 1998 fue el año en el que nos quedamos prendados de su figura a raíz de una película de culto como “La vida soñada de los ángeles”; desde entonces, su carrera ha sido un tanto errática, pero ahora la redescubrimos en una gloriosa madurez y en una labor repleta de matices dramáticos, de dominio del oficio y de entrega emocional.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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