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Bienvenidos al barrio

Comedia Fred ha tenido la idea de domiciliar su agencia de publicidad, ubicada en el centro de París, en La Courneuve, en una zona franca, para obtener ayudas y exenciones de impuestos. Pero cuando los auditores de impuestos descubren el engaño, Fred no tiene otra opción, para evitar pagar los millones ahorrados, que mudarse a La Courneuve con sus empleados, paralizados por esta llegada a territorio desconocido. (FILMAFFINITY)
Peripecias en la ‘banlieue’ parisina
"Bienvenidos al barrio" es una película edificada sobre un actor: Gilles Lellouche. Un intérprete todoterreno, siempre ajustado, siempre brillante, capaz de moverse a gusto en comedias como "Pequeñas mentiras sin importancia" y "Los infieles" y de exhibir potencia actoral en ‘thrillers’ como "Mea culpa" y "Conexión Marsella". Y ya cuenta con dos películas como director, "Narco", codirigida junto con Tristan Aurouet, y la notable "El gran baño". Resulta inevitable que, ante actores de semejante personalidad, sus películas se empapen de su figura.

Lellouche se aferra a casi todos los fotogramas de esta tercera película de Mohamed Hamidi, una comedia que nace de una inspección fiscal, la que se le viene encima a Fred, el director de una agencia de comunicación que se ve atrapado por Hacienda. A Fred le han pillado ahorrando impuestos al falsificar la domiciliación de su empresa, a la que ha ubicado en un barrio de bajos ingresos pese a encontrarse, realmente, en el centro de París. De modo que o paga, o la traslada. Claro, opta por lo segundo y allá que se va a La Courneuve, zona un tanto conflictiva en las afueras de París, en plena 'banlieue'.



Con tan sencillos mimbres, ya está montada una comedia que embarca a Fred y a sus empleados en la tarea de sobrevivir en su nuevo destino. Los gags se desarrollan con fluidez (lo que no es poco) y los personajes se definen con trazos breves, pero certeros, gracias a un guion que se esfuerza en ir al grano y no perderse en recovecos. Cierto es que "Bienvenidos al barrio" (¿de verdad era necesario convertir el título original, "Hasta aquí, todo va bien" en tan ramplón título español?) aborda más temas de los que parece a simple vista, y lo hace con ánimo liviano, lo que pronto se convierte en una virtud (la falta de pretensiones del relato ayuda a funcionar al motor cómico de la historia y colabora en tapar algunos de los huecos de la trama). Se harán presentes asuntos como la precariedad laboral, la desigualdad salarial y el muy contemporáneo empeño empresarial por eludir las responsabilidades fiscales.

Entre sonrisas, la picaresca reina en el relato y entre los muchos dardos que lanza el filme, alguno llega a la diana. Hamidi encuentra un filón cómico (que, como en toda buena comedia, da que pensar) en el retrato de las diferencias entre los personajes según la escala social que ocupa cada individuo, marcada por la zona de París en la que resida (con el lenguaje como uno de los elementos principales a la hora de trazar los segmentos sociales), e incluso el filme se permite lanzar algún alegato que otro en contra de la exclusión de la población inmigrante.



Mohamed Hamidi hace gala de buen humor y de soltura narrativa y exhibe una notoria habilidad para hacer que parezca sencillo encajar los gags en la narración como si surgieran del propio relato (el viaje guiado de Fred y los empleados de su agencia, a bordo de un autobús, en el que pareciera que recorren un peligroso país extranjero se lleva la palma). Y construye secundarios simpáticos, de verbo fácil, como el impagable Samy, guardia de seguridad local al que Fred se aferrará para que le sirva de cicerone y que acumulará entre sus tareas la de enseñarle defensa personal…

Sí, desde luego, la película no hace sangre, no ahonda en los conflictos y camina, como se intuye desde el inicio, hacia un desenlace conciliador, edulcorado y bonancible (que borra parte de su eficacia anterior), pero ello no empaña el hecho de que Hamidi consiga brillar en el ‘tempo’ que exige la comedia, siempre complicado, y que se revele como un narrador más que competente, aunque se adivine tras el resultado un concienzudo trabajo de montaje.

Entre todo ello emerge Gilles Lellouche, imponente, dueño de un abanico de recursos interpretativos que ya quisieran para sí cientos de actores entronizados. Los defectos y los aciertos de la película viven a su alrededor y su presencia minimiza los primeros y potencia los segundos.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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