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Muñeco Diabólico

Terror Una madre le regala a su hijo un muñeco por su cumpleaños, sin ser consciente de la naturaleza maligna que esconde en su interior. (FILMAFFINITY)
Consumo rápido y olvido veloz
En 1998, una pequeña gamberrada llamada "Muñeco diabólico" cayó en gracia y se convirtió en un éxito de taquilla. Muchos espectadores sufriríamos durante años tal triunfo. Su guionista, Don Mancini, exprimió el filón en abundantes secuelas que llegaron a dejar atrás la clasificación numérica para convertirse en títulos como "La novia de Chucky" o, causa escalofríos recordarlo, "La semilla de Chucky". Por esas continuaciones pasaron directores como John Lafia y Ronnie Yu; incluso el propio Mancini llegaría a ponerse tras la cámara (en la de la semilla y en otras dos presuntas películas más).

Y he aquí que vuelve Chucky, aunque en esta ocasión se llame primero Buddi. Este es el nombre de unos muñecos de tremebundo aspecto (cabe pensar que, en la vida real, ningún grupo comercial en su sano juicio se atrevería a proyectar un títere melenudo cuyo solo rostro provocaría infartos a los más pequeños), lanzados por una empresa que presume de vigilar que "ningún niño se quede sin un amigo". Ahora bien, asumiendo el signo de los tiempos, el muñeco vive gracias a un software que le permite, además de hacer compañía a los infantes, controlar los artilugios inteligentes del hogar… ¡y hasta pedir un coche para las mamás!



La cosa nace, haciendo alarde de cachondeo (una actitud de sana desfachatez de la que la película se desprenderá demasiado pronto), en una fábrica de Vietnam en la que la empresa elabora estos particulares juguetes: la sede de la fabricación de Buddi es retratada entre cánticos un poco satánicos y relámpagos constantes. Es un lugar en el que se maltrata a los trabajadores e, incluso, se los abofetea; uno de ellos, lógicamente molesto, contraataca y, antes de suicidarse, elimina todos los protocolos de control del software del muñeco… ¡Voilà!

Buddi recae en la casa de Karen y su hijo adolescente Andy, nuevos en el barrio según mandan los cánones. Karen es Aubrey Plaza, una actriz que tiene la rara cualidad de llenar la pantalla sin ser una estrella y engrandecer las películas en las que aparece, aunque no se caracterice por su tacto a la hora de aceptar proyectos. Como Karen trabaja en unos grandes almacenes, aprovecha para hacerse con un modelo defectuoso de Chubbi, que resulta ser el que manipuló el abusado trabajador vietnamita. Al ser encendido, el muñeco pronto declarará que Chubbi no le gusta y que prefiere llamarse Chucky. Como puede verse, si uno no se toma la cosa a guasa, lo va a pasar mal (Chucky cuenta con la voz de Mark Hamill, en un divertido trabajo con el que sustituye al Brad Dourif del original).

A partir de aquí, todo se moverá por senderos más o menos bobalicones, en los que solo queda esperar que Chucky se malignice un poco: comenzará por asustar al nuevo novio de Karen, un tipo engreído y malcarado, al que el espectador desea ver fallecer cuanto antes. Al principio, Chucky hace un poco de gracia porque dice palabrotas y parece poco menos que enamorado de su dueño… pero pronto pasará a mayores cuando descubra las excelencias de los cuchillos y otros instrumentos agresivos.



Asumiendo que el afán de "Muñeco diabólico" no es más que el de proponer diversión, se puede uno entretener con algunos juegos de cámara, con algunos planos, con algún gag… Pero espantan tanto la evolución narrativa de una historia colegial como el retrato de unos personajes al borde de la estulticia y la puesta en escena que solo busca el susto fácil, apoyada en los consabidos y cargantes golpes de música para provocar algún sobresalto que otro. Y es que "Muñeco diabólico", bajo un envoltorio un tanto lujoso, es material de derribo sin remedio. Entra en su zona central en un valle narrativo en el que ni avanza ni retrocede, gracias a un guion que hace bandera del artificio y el lugar común hasta llegar a un último acto que recupera un poco de desmelenamiento: el clímax, sangriento y brutal, pero pésimamente rodado, se sitúa en el interior de un templo de la diversión del siglo XXI, un centro comercial.

Así pues, "Muñeco diabólico" viaja acorde con los tiempos: cine de consumo rápido y olvido veloz que adormece o irrita según el estado de ánimo. La mayoría del terror comercial de los últimos años no parece aspirar a otra cosa. Lo más terrorífico de “Muñeco diabólico” es que no hay nada que asegure que no pueda haber una segunda entrega.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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