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El Gordo y el Flaco (Stan & Ollie)

Drama. Comedia Stan (Steve Coogan) y Ollie (John C. Reilly), conocidos en castellano como "El gordo y el flaco", se embarcan en su gira de despedida ahora que su época dorada parece haber quedado anclada en el pasado. Con la ayuda de sus respectivas mujeres, Lucille (Shirley Henderson) e Ida (Nina Arianda), ambos logran conquistar al público de las salas de Reino Unido gracias a su peculiar manera de interpretar y de entender el mundo. Este biopic ... [+]
Dos amigos. Dos genios.
Rostros del cine de la infancia. Durante varias generaciones, buena parte del amor al cine que hoy puede perdurar en el corazón de cada espectador fue inculcado en los programas dobles de los cines de barrio. Y en muchos de ellos estaban presentes el Gordo y el Flaco. Quizá también Chaplin y Keaton, pero esos gigantes eran otra cosa. A ellos se les comprendería más tarde, quizás en la adolescencia. Para muchos, la infancia, ese período en el que se vivía como un espectador asombrado y virgen, estuvo llena de ocasiones en las que se iba a ver “una de el Gordo y el Flaco”.

Fueron los amos de la segunda mitad de los años veinte como dúo cómico, con sus cortos de dos y tres rollos al amparo del gran Hal Roach y de la Metro Goldwyn Mayer. Y siguieron en la cima durante toda la década de los treinta y algunos años de la de los cuarenta con su humor blanco, pero también perspicaz y, en ocasiones, surrealista, siempre apoyados en el slapstick, aunque también fuesen autores de diálogos brillantísimos (cómicos del cine mudo que supieron adaptarse con presteza y brillantez al sonoro), de números desternillantes pulidos hasta el detalle más nimio y de ideas que sorprenden aún hoy, como sus rupturas de la cuarta pared para mirar a los espectadores y dedicarles gestos y miradas. Los dueños de la simplicidad hecha arte. Con su habitual ceguera, la Academia de Hollywood solo los premió en una ocasión, en el cortometraje “The Music Box” en 1932, que incluye la justamente famosa secuencia en la que ambos intentan subir un piano por un largo y empinado tramo de escaleras.



Por todo ello, duele un tanto que “Stan & Ollie” se centre en la última etapa de su carrera, en un momento en el que su popularidad ya había menguado, en un ocaso que ellos ya intuían. El dúo hubo de embarcarse en una gira por los escenarios de Gran Bretaña: eran sus últimos años y ya nadie quería apostar por ellos. Pero en ese lacerante empeño está también la valentía de la película, que acierta a rebasar el natural recelo que cualquier fan siente ante la recreación de la vida de uno de sus mitos. Quienes no conozcan demasiado a el Gordo y el Flaco accederán a un cuidadoso retrato de su arte y quienes sean seguidores acérrimos, a un muy respetuoso acercamiento a la esencia de sus personas y de su quehacer creativo.

Al director John S. Baird se le seguía la pista en series como “Babylon” y “Morir de pie”, pero no había dirigido una película desde la notable mezcla de thriller y comedia negra conseguida en “Filth, el sucio”, hace seis años. Baird decide potenciar una idea fundamental, acentuada por el modélico guion de Jeff Pope: escapar de los cánones habituales del biopic hagiográfico. No pretende repasar toda la trayectoria de Laurel y Hardy, ni siquiera ofrecer un amplio marco temporal de su colaboración personal y fílmica. “Stan & Ollie” se centra en un período de su convivencia relativamente breve, pero que contiene toda la gama de afectos, ternuras, dedicaciones artísticas y, también, conflictos, que pueden servir de espejo y crónica de una existencia, con un exacerbado cariño hacia los personajes, en un retrato que huye tanto de la mera estampa recreativa como de la hagiografía, amparado en un estupendo diseño de producción y en una fotografía abundante en tonos pastel de Laurie Rose.

Sí, se debe hablar inevitablemente de Steve Coogan y John C. Reilly, que entregan dos de los mejores trabajos de sus carreras (y en el caso del segundo, eso es decir mucho; además, quita el mal sabor de boca dejado a cualquier aficionado en ese reciente dislate titulado “Holmes & Watson”). Ambos se transmutan literalmente en sus personajes, tanto encima del escenario como en las secuencias cotidianas, ejercen de inigualables imitadores de su lenguaje gestual y corporal, pero también atrapan la esencia de los genios y saben dejar reposar en una mirada la hondura de su tristeza y el entusiasmo de su creatividad.

No son buenos tiempos para el cine clásico, por eso resulta obligatorio agradecer el cariño y el respeto que muestra “Stan & Ollie” a un cine ya desaparecido. Un cine que solo pretendía hacer reír. Vaya, pues no era poca pretensión.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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