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Quien a hierro mata

Thriller En un pueblo de la costa gallega vive Mario, un hombre ejemplar. En la residencia de ancianos en la que trabaja como enfermero todos le aprecian. Cuando el narcotraficante más conocido de la zona, Antonio Padín, recién salido de la cárcel, ingresa en la residencia, Mario trata de que Antonio se sienta como en casa. Ahora, los dos hijos de Padín, Kike y Toño, están al mando del negocio familiar. Pero un fallo en una operación llevará a ... [+]
El perdón del asesino
Recuerdo la diversión resultante de enfrentarme al primer largometraje en solitario de Paco Plaza después de la revelación de ‘[REC]’. La tercera entrega de la franquicia española de zombies en formato found footage adquirió, de la mano de este director valenciano, un inesperado giro humorístico en el que el inquietante universo de los bodorrios, se sintió muy a gusto confirmándose como antológica farra ensangrentada. Recuerdo, sobre todo, la emoción al salir de aquella proyección para la prensa de ‘Verónica’, para mí, la mejor película española de aquel año.

Una cinta de terror, aquella, que disfrutaba adaptando los códigos del género a un territorio (el nuestro) que de repente encajaba a la perfección con fórmulas que venían del exterior. Aquello era, para entendernos, una impecable película de fantasmas y posesiones, cuyos principales referentes seguramente se comunicaban inglés... y a los que ella, muy orgullosamente (y sin desentonar), contestaba en castellano. Cito los antecedentes más inmediatos de dicho realizador, para recopilar las sensaciones previas con las que vi ‘A quien hierro mata’...



... y también para tratar de comprender por qué considero el nuevo trabajo de Paco Plaza como una de las mayores decepciones de la temporada. Las expectativas, seguramente desorbitadas, jugaron evidentemente en contra de los intereses del producto, pero incluso con la sangre ya fría, apenas encuentro argumentos que puedan justificar el que para mí es un thriller que empieza a hundirse desde la primera escena. En ella, precisamente, vemos a un hombre enjaulado, tomándose una serie de baños forzosos en alta mar.

Las órdenes en esta tortura pasada por agua las da un joven mafioso pasado de rosca. La exageradamente entusiasta e híper-hostil actitud que muestra ante sus rutinas laborales, seguramente se deba al consumo abusivo de los productos con los que su familia lleva tiempo enriqueciéndose... y destrozando, de paso, a otros muchos seres humanos. Estamos en Galicia, región castigada, siempre según la película en cuestión, por el lucrativo y deshumanizado tráfico de drogas. La fiebre “fariña” trata pues de revitalizarse con un ejercicio en el que la violencia, omnipresente en el relato, disfruta disfrazándose de intriga.



‘Quien a hierro mata’ es, al fin y al cabo, un ejercicio de suspense que disfruta escondiendo sus cartas. Durante los primeros compases, Paco Plaza se dedica a colocar sobre el tablero una serie de fichas con una relación entre ellas que se va aclarando a medida que avanza la trama. El personaje al que da vida Luis Tosar es la pieza central en un juego perverso que, como tal, está diseñado para llevar al límite los límites de la ética. Pasado al caso que ahora nos ocupa, tenemos que pensar en un enfermero al que la providencia, genial en sus giros argumentales, le ofrece la tentación de ir en contra del juramento hipocrático.

El problema, más allá de alguna decisión estética desfasada (véanse los flashbacks de los años más tormentosos del protagonista), está en que estos caprichos del destino no se cocinan con la gracia maléfica y vengativa de los thrillers modernos producidos en Corea del Sur, nación puntera en los terribles menesteres en los que ahora anda metido Plaza. Al contrario, en cada decisión importante de guion impera la dejadez que define algunos de nuestros grandes golpes, que al final, no son más que accidentales caricaturas de la torpeza con la que planificamos nuestra propia perdición. Esto, desgraciadamente, también es algo muy nuestro: estar convencidos de cuánto estamos impactando... y no ver el ridículo en el que andamos metidos.



Cuando por fin parece que todo está en su sitio, empiezan los disparos, y las persecuciones, y las amenazas... Es decir, todas esas jugadas arriesgadas en las que o se gana, o se pierde, sin término medio que valga. Es ahí, a la hora de encarar lo decisivo, que al guion se le ven las trampas, o peor aún, los descuidos. Y es que para que todo cuadre, el texto escrito por Juan Galiñanes y Jorge Guerricaechevarría tira constantemente de accidentes, malentendidos o carambolas improbables. De un conjunto de excusas oportunas tan mal preparadas (y ejecutadas), que acaba siendo todo muy inoportuno. Tanto, que entramos en el territorio más peligroso: el de la comedia involuntaria.

Es ahí, en definitiva, donde la película necesita la complicidad clemente (o directamente negligente) por parte de un espectador sin demasiadas ganas de plantear preguntas potencialmente incómodas. Porque en realidad, parece todo un pretexto para plantarnos, en todos los morros, una imagen de clausura ciertamente potente, tanto en lo visual como en lo conceptual. Un concepto gráfico que parece captar muy bien la terrorífica moraleja de este cuento (a saber: el mal es un ciclo interminable), pero que analizado fríamente, nos habla de una película demasiado angustiada en subrayar aquellos -pocos- puntos en los que sí puede sentirse fuerte.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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