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The King

Aventuras. Drama Hal (Timotheé Chamalet), un príncipe caprichoso y sin interés por ejercer su derecho al trono de Inglaterra, ha abandonado las responsabilidades reales para vivir en libertad entre la plebe. Sin embargo, ante la muerte de su tirano padre, Hal se ve obligado a retomar la vida de la que quería huir para ser el nuevo rey: Enrique V. Después de su coronación, el joven monarca tendrá que aprender a lidiar con las intrigas palaciegas, una ... [+]
Un Shakespeare indolente
No deja de ser atrevido el hecho de enfrentarse con una obra como "Enrique V" para llevarla a la pantalla. Más aún después de precedentes tan ilustres como los filmados por Laurence Olivier y Kenneth Branagh. Olivier lo hizo en 1944 y logró una película majestuosa (la primera que mostraba un texto de Shakespeare en color) en la que, además, resaltaba el carácter teatral del texto: las imágenes de apertura señalaban a las tablas del teatro y se invitaba al espectador a asistir a una representación de la obra en el mismísimo Globe Theatre, en el Londres de 1600, para, poco a poco, desplazar la acción hasta los lugares en los que vive la trama. Por su parte, el "Enrique V" de Branagh supuso en 1989 un estallido de cine, abundante en pasión y violencia, culminado por un plano secuencia que aún está presente en la memoria cinéfila.

No parecía David Michôd el director más adecuado para, bajo el paraguas de Netflix, abordar una historia de semejante densidad. Desde su notable debut con "Animal Kingdom" había encadenado trabajos cinematográficos y televisivos no precisamente sutiles. Y lo cierto es que en "The King" parece dar un paso a un lado como cineasta para dejar que sean los intérpretes quienes sostengan el peso de la película. Un riesgo atroz, porque el reparto se muestra de lo más desigual. Timothée Chalamet puede llegar a ser un buen actor, pero su registro dramático no está curtido, ni de lejos, como para acercarse a un personaje de semejante hondura y complejidad, casi un símbolo de lo pernicioso del poder. Y lo de Robert Pattinson como el Delfín de Francia solo puede concebirse como un ataque de comedia involuntaria.



En realidad, el guion de Joel Edgerton y David Michôd funde textos de "Enrique IV" y "Enrique V" para retratar el ascenso al trono del príncipe. Pero se enfrenta con dos problemas que, inevitablemente, lastran la película: la simplificación de los diálogos originales (la pretensión de "aclarar" los versos de Shakespeare es pecado mortal) y la conversión de la tragedia del protagonista en una suerte de retrato introspectivo que, de tan ligero, de tan ingrávido, descompone al personaje.

La esencia de "Enrique V" es (o debería ser) inmutable: se trata de un sujeto que nunca quiso ser rey. Y que cuando llega al trono sufre la perversa actividad política de la corte y la soledad del poder hasta que aprende a comportarse como un monarca, es decir, hasta que se aplica en detentar el poder, lo que le llevará, entre otros desmanes, a deshacerse de su inseparable Falstaff, compañero de correrías. Y no parece de recibo convertir al disoluto compinche en un sujeto doliente que parece aquejado de un trauma interior (por otro lado, que cualquier actor se atreva a ser Falstaff en una pantalla después de haber asumido los rasgos de Orson Welles en "Campanadas a medianoche" merece un premio por su vocación suicida).



Dicho todo esto, la puesta en escena de Michôd (impensable en alguien que un día filmó "Animal Kingdom") tampoco ayuda demasiado: su envite por la sobriedad visual (amparada, sin embargo, en cierto engolamiento) no conduce hacia el ascetismo expresivo, sino hacia la trivialidad dramática. Con su intención de que la posible efectividad de la película repose en los intérpretes, Michôd solo consigue que se eche de menos a un director que quiera mancharse las manos. Como finalmente ha de hacerlo el rey Henry. Porque disgusta lo suyo que una historia tan convulsa se detenga en una educada corrección. Y que el comedimiento formal, la monotonía visual e incluso un tono televisivo en los tiros de cámara y en los encuadres sean los verdaderos reyes de la función.

Y no es suficiente que en "The King" brillen algunas secuencias, como la descomunal batalla entre ingleses y franceses, enfangados y embadurnados de barro, en el tercio final de la película. Intensa, sí, pero que no borra (ni se acerca, de hecho) el recuerdo de lo conseguido por Orson Welles en "Campanadas a medianoche", con un presupuesto ínfimo y rodando, además (¡ahí es nada!), en la Casa de Campo de Madrid. Como si tal cosa.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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