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Jark Prongo rating:
8
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January 16, 2018
1 of 1 users found this review helpful
A principios de Mayo de 2014 apareció una cuenta en YouTube conteniendo tres vídeos con otras tantas piezas de idéntica duración y título. En la explicación de cada uno de ellos se instaba a votar por cada usuario de tal manera que lo elegido se correspondiese con la pieza que, una vez siendo la ganadora ya contabilizados los votos, fuese la única que sobreviviese del tríptico original. Las demás serían eliminadas de la cuenta y de los soportes donde se encontraban almacenadas al cabo de un mes de publicadas. El director (los directores, en
realidad) confirió un papel activo al espectador en el resultado final de la obra; aun siendo un método con carencias (al igual que todo sistema fundamentado en las votaciones) suponía trasladar cierta responsabilidad a quien nunca se cansa se exigir eso mismo a películas y directores pero nunca tiene que responder de forma recíproca, que es aquel que se encuentra al otro lado de la obra.
Habrá quien diga que no deja de ser algo similar a un concurso de cortos al uso o a aquellos pases que se hacían antaño antes del estreno de una película para anticipar respuestas y modificar lo que se pudiera antes del batacazo comercial, pero claro, sucede que quien afirme eso ya no podrá ver las otras dos “Me va a encantar el siglo XXI” que quedaron por el camino. Todas son películas suicidas en la medida que por cada opción de ser la elegida tenían dos de ser vetadas. Las que se fueron eran las más radicales: una de ellas alternaba tomas borrosas -grabadas en una VCR con saltos de imagen- que parecían la glorificación de lo sórdido, algo muy semejante a lo cultivado por los reyes de este tipo de vídeos en “Skullcrush”, la banda Salem. La otra lo mismo
solo que a través de metraje ya existente, a través del sampleado de imágenes y secuencias: entre la inmensa cantidad de barbaridades mostradas (sólo dimos reconocido el suicidio en directo en estudio de Christine Chubbuck y el casero de Ricardo López, el acosador de Björk), el montaje usado y el tono abrasador elegido por acompañamiento musical raro fue que aguantase un mes el vídeo colgado en youtube. La que ganó contiene
pequeños insertos de sus dos mellizas, al igual que ellas también hicieron lo propio con la primera. Queda un remanente de su existencia de la misma forma que quien pierde a un hermano o hermana, salvo Alzheimer, se acuerda.
Los dieciocho minutos de “Me va a encantar el siglo XXI”, además de servirle a Vicente Monroy (uno de los tres directores) para que Gonzalo García Pelayo le confiase la tarea de ayudante de dirección en “Niñas” y “Copla”, dejan muchas cosas encomiables. La primera sería la ya comentada en el párrafo anterior. La segunda es la clara noción de que, por mucho que se hable gracias a Internet y las nuevas vías de distribución que suprimen intermediarios, ni de lejos esto implica que dejará de existir un cine invisible (en su doble acepción de cine arriesgado y no visto); más bien todo lo contrario, pues si no se hace un trato mercantil con Filmin o Netflix la
posibilidad de que se sepa de una película alojada en youtube o vimeo entre los millones de vídeos que hay hacen irrisoria la casualidad de dar con ella si no cuenta con los palmeros de rigor aka la crítica española, ya sea la inamovible de la sección impresa del periódico de rigor o la pujante del nuevo sitio web especializado en hablar de lo de sus colegas y ya. La tercera consiste en que no se considera el stándard de duración en torno a noventa minutos para catalogar el artefacto visual de película, algo que debería ser así desde que unos obreros salieron
de una fábrica en Lyon hace algo más de un siglo: condicionar el audiovisual a tal o cual metraje para obtener según que categoría se entiende que de cara a catalogar y etiquetar resulta útil, pero fuera de eso es hasta contra producente para el medio. Y lo último, que conglomera varias cosas, tiene que ver con cómo ha cambiado el hecho de ver las películas en ordenadores diversos aspectos y cuán distintos serán los espectadores futuros que no precisen saber ni qué es una sala de cine. Cambios de paradigma y blablablao.
realidad) confirió un papel activo al espectador en el resultado final de la obra; aun siendo un método con carencias (al igual que todo sistema fundamentado en las votaciones) suponía trasladar cierta responsabilidad a quien nunca se cansa se exigir eso mismo a películas y directores pero nunca tiene que responder de forma recíproca, que es aquel que se encuentra al otro lado de la obra.
Habrá quien diga que no deja de ser algo similar a un concurso de cortos al uso o a aquellos pases que se hacían antaño antes del estreno de una película para anticipar respuestas y modificar lo que se pudiera antes del batacazo comercial, pero claro, sucede que quien afirme eso ya no podrá ver las otras dos “Me va a encantar el siglo XXI” que quedaron por el camino. Todas son películas suicidas en la medida que por cada opción de ser la elegida tenían dos de ser vetadas. Las que se fueron eran las más radicales: una de ellas alternaba tomas borrosas -grabadas en una VCR con saltos de imagen- que parecían la glorificación de lo sórdido, algo muy semejante a lo cultivado por los reyes de este tipo de vídeos en “Skullcrush”, la banda Salem. La otra lo mismo
solo que a través de metraje ya existente, a través del sampleado de imágenes y secuencias: entre la inmensa cantidad de barbaridades mostradas (sólo dimos reconocido el suicidio en directo en estudio de Christine Chubbuck y el casero de Ricardo López, el acosador de Björk), el montaje usado y el tono abrasador elegido por acompañamiento musical raro fue que aguantase un mes el vídeo colgado en youtube. La que ganó contiene
pequeños insertos de sus dos mellizas, al igual que ellas también hicieron lo propio con la primera. Queda un remanente de su existencia de la misma forma que quien pierde a un hermano o hermana, salvo Alzheimer, se acuerda.
Los dieciocho minutos de “Me va a encantar el siglo XXI”, además de servirle a Vicente Monroy (uno de los tres directores) para que Gonzalo García Pelayo le confiase la tarea de ayudante de dirección en “Niñas” y “Copla”, dejan muchas cosas encomiables. La primera sería la ya comentada en el párrafo anterior. La segunda es la clara noción de que, por mucho que se hable gracias a Internet y las nuevas vías de distribución que suprimen intermediarios, ni de lejos esto implica que dejará de existir un cine invisible (en su doble acepción de cine arriesgado y no visto); más bien todo lo contrario, pues si no se hace un trato mercantil con Filmin o Netflix la
posibilidad de que se sepa de una película alojada en youtube o vimeo entre los millones de vídeos que hay hacen irrisoria la casualidad de dar con ella si no cuenta con los palmeros de rigor aka la crítica española, ya sea la inamovible de la sección impresa del periódico de rigor o la pujante del nuevo sitio web especializado en hablar de lo de sus colegas y ya. La tercera consiste en que no se considera el stándard de duración en torno a noventa minutos para catalogar el artefacto visual de película, algo que debería ser así desde que unos obreros salieron
de una fábrica en Lyon hace algo más de un siglo: condicionar el audiovisual a tal o cual metraje para obtener según que categoría se entiende que de cara a catalogar y etiquetar resulta útil, pero fuera de eso es hasta contra producente para el medio. Y lo último, que conglomera varias cosas, tiene que ver con cómo ha cambiado el hecho de ver las películas en ordenadores diversos aspectos y cuán distintos serán los espectadores futuros que no precisen saber ni qué es una sala de cine. Cambios de paradigma y blablablao.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
“Me va a encantar el siglo XXI” es libérrima en el sentido que sólo puede serlo un film que no ve sus dos primeros minutos consumidos con una sucesión de logos del ICO, el Ministerio de Cultura, Antena 3 Films, el Patronato de Cultura de su puta madre, la mención de honor en el Festivalito de Rigor y lo que reste. Ahora que nos congratulamos por ese cine low cost nacional haciendo lo de siempre solo que en peor y en más feo pero con mejores palmeros y menos disimulo a la hora de plagiar ojalá más cosas de este estilo, aunque no gusten,
aunque en vez de entusiasmar resulten ser una basura. El plano de la pareja protagonista hablando en un jardín parece aquel del chico y la chica de “El empleo” de Ermanno Olmi cogiéndose de la mano frente a un escaparate de real que resulta, pero luego se rompe esta identificación del cine bueno con el que mejor captura la realidad entrando en un ralentí en un salto a una piscina que lleva a una elipsis donde el nadador se convierte en un avión a través del montaje. De lo real al ensalzamiento de la elipsis, y además al ritmo del “Tema de Camille” de Delerue para “El desprecio” en una película que empieza con los Backstreet Boys. No existe la baja cultura porque su opuesto es una entelequia, no se os olvide.
Si hubiese ganado la votación la versión configurada a través de sampleos de otras imágenes estaríamos hablando de una película nunca dirigida ni filmada, solo editada, y no por ello sería menos cine. E igual, tal como exponen los protagonistas, lo mismo dicho cine sólo es el registro de futuros fantasmas, hauntología a futuros pura. Lo mejor del cine nacional en mucho tiempo desde el sublime “Sí o no” de Isabel Poveda Llanos, que duraba la octava parte de “Me va a encantar el siglo XXI” y no necesitaba más para barrer al resto.
aunque en vez de entusiasmar resulten ser una basura. El plano de la pareja protagonista hablando en un jardín parece aquel del chico y la chica de “El empleo” de Ermanno Olmi cogiéndose de la mano frente a un escaparate de real que resulta, pero luego se rompe esta identificación del cine bueno con el que mejor captura la realidad entrando en un ralentí en un salto a una piscina que lleva a una elipsis donde el nadador se convierte en un avión a través del montaje. De lo real al ensalzamiento de la elipsis, y además al ritmo del “Tema de Camille” de Delerue para “El desprecio” en una película que empieza con los Backstreet Boys. No existe la baja cultura porque su opuesto es una entelequia, no se os olvide.
Si hubiese ganado la votación la versión configurada a través de sampleos de otras imágenes estaríamos hablando de una película nunca dirigida ni filmada, solo editada, y no por ello sería menos cine. E igual, tal como exponen los protagonistas, lo mismo dicho cine sólo es el registro de futuros fantasmas, hauntología a futuros pura. Lo mejor del cine nacional en mucho tiempo desde el sublime “Sí o no” de Isabel Poveda Llanos, que duraba la octava parte de “Me va a encantar el siglo XXI” y no necesitaba más para barrer al resto.