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9
8.4
28,455
Comedy. Drama. Adventure
The Lone Prospector, a valiant weakling, seeks fame and fortune in the Alaskan wilderness. There, he meets Black Larson (Tom Murray) and large but gentler Big Jim McKay (Mack Swain), with whom he has some run-ins. Later on, at a dance hall, he encounters lovely young Georgia (Georgia Hale) and everything changes when he falls in love with her.
Language of the review:
- es
July 9, 2008
43 of 61 users found this review helpful
Lo reconozco, siempre he desconfiado un tanto del término cinefilia, esa indagación pormenorizada a través de los estantes y pasillos de la inabarcable Filmoteca. Me parecía que una dedicación tan exhaustiva tenía más de recuento de cadáveres o víctimas que de amor por ese ente esquivo llamado cine.
Será tal vez debido a mi naturaleza perezosa, pero siempre abrigué la convicción de que bastaba una sola película para poder amar el cine y que ese afortunado individuo contendría todas las demás posibles, las ya acabadas y las aún por concebir.
A pesar de que esa película no ha llegado a rodarse nunca es con las de Chaplin que descubrimos que ya existe, anterior a todas las que jamás lleguen a filmarse, referencia hacia la que escoran sus proas indefectiblemente y probablemente origen de todas ellas.
Cuando el viejo Scottie cantaba en fin de año (Auld Lang Syne) creí ver en los rostros entristecidos de las mujeres a Gretta (Dublineses), súbitamente atrapada por algo que pensó desaparecido. Y la introspección a la que esa música las lleva supone una ruptura -no se puede volver a bailar igual pese al jolgorio-, la misma que motivó a la Srta. Kubelik en una fiesta parecida, para nosotros posterior cronológicamente, en realidad la misma fiesta.
Y esa misma noche, pero en la cabaña, el sueño anhelante de Charlot prefigura la ensoñación a plena luz del día de aquel, en San Francisco, que tras un cambio de peinado y de traje es incapaz de discernir la realidad. ¿Son acaso el mismo hombre?
Considerando estos indicios no es de extrañar, entonces, la incesante búsqueda, ni las decepciones ni la envergadura de la tarea se presentan como obstáculos, ¿cómo renunciar a seguir el rastro de ese mundo que se introduce paulatinamente en el nuestro?
Será tal vez debido a mi naturaleza perezosa, pero siempre abrigué la convicción de que bastaba una sola película para poder amar el cine y que ese afortunado individuo contendría todas las demás posibles, las ya acabadas y las aún por concebir.
A pesar de que esa película no ha llegado a rodarse nunca es con las de Chaplin que descubrimos que ya existe, anterior a todas las que jamás lleguen a filmarse, referencia hacia la que escoran sus proas indefectiblemente y probablemente origen de todas ellas.
Cuando el viejo Scottie cantaba en fin de año (Auld Lang Syne) creí ver en los rostros entristecidos de las mujeres a Gretta (Dublineses), súbitamente atrapada por algo que pensó desaparecido. Y la introspección a la que esa música las lleva supone una ruptura -no se puede volver a bailar igual pese al jolgorio-, la misma que motivó a la Srta. Kubelik en una fiesta parecida, para nosotros posterior cronológicamente, en realidad la misma fiesta.
Y esa misma noche, pero en la cabaña, el sueño anhelante de Charlot prefigura la ensoñación a plena luz del día de aquel, en San Francisco, que tras un cambio de peinado y de traje es incapaz de discernir la realidad. ¿Son acaso el mismo hombre?
Considerando estos indicios no es de extrañar, entonces, la incesante búsqueda, ni las decepciones ni la envergadura de la tarea se presentan como obstáculos, ¿cómo renunciar a seguir el rastro de ese mundo que se introduce paulatinamente en el nuestro?
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Año 2207.
Ninguna imagen ilustraba la portada del estuche de “The gold rush”, la única película rescatada del holocausto iconoclasta del s. XXII. El estuche, todo un éxito comercial en aquellos tiempos de recuperación económica, incluía lo siguiente:
-Un álbum con imágenes recuperadas, fragmentos inconexos que remitían a un todo.
-Un libreto repleto de hipótesis y conjeturas varias a propósito de la historia del cine.
-Un disco brillante y blanco con una inscripción en letras azules: “The gold rush”.
-Un tubo de pastillas con caras de diferente color (blanca y azul).
-Una receta médica para rellenar el tubo de pastillas.
Las instrucciones insistían en que, una vez finalizado el visionado de la película, debía tomarse una de las pastillas, la cara blanca sobre la lengua. Tras su ingestión el espectador la olvidaba, permitiendo así la supervivencia del cine originario. La sociedad entera de aquel siglo vivía habiendo visto a Charlot pero sin poder recordarlo.
Tras el visionado a solas en su casa, abatido por la extinción repentina de aquel mundo en blanco y negro, el cinéfilo decidió no tomar el remedio que se le prescribía. ¡Que el cine muriera en él si era el precio que debía pagar por no olvidar aquellas imágenes!
Precisamente, en una serie de largas noches de insomnio, era la de aquel vagabundo andrajoso la que le asaltaba a los pies de la cama. No se le aparecía nunca solo, sino siempre de la mano de otras presencias, apariciones que dedujo eran las de aquellas películas perdidas y que reclamaban agónicamente su lugar en el mundo.
¿Lo creerás? Al igual que el vampiro, el cinéfilo apenas se defendió.
Ninguna imagen ilustraba la portada del estuche de “The gold rush”, la única película rescatada del holocausto iconoclasta del s. XXII. El estuche, todo un éxito comercial en aquellos tiempos de recuperación económica, incluía lo siguiente:
-Un álbum con imágenes recuperadas, fragmentos inconexos que remitían a un todo.
-Un libreto repleto de hipótesis y conjeturas varias a propósito de la historia del cine.
-Un disco brillante y blanco con una inscripción en letras azules: “The gold rush”.
-Un tubo de pastillas con caras de diferente color (blanca y azul).
-Una receta médica para rellenar el tubo de pastillas.
Las instrucciones insistían en que, una vez finalizado el visionado de la película, debía tomarse una de las pastillas, la cara blanca sobre la lengua. Tras su ingestión el espectador la olvidaba, permitiendo así la supervivencia del cine originario. La sociedad entera de aquel siglo vivía habiendo visto a Charlot pero sin poder recordarlo.
Tras el visionado a solas en su casa, abatido por la extinción repentina de aquel mundo en blanco y negro, el cinéfilo decidió no tomar el remedio que se le prescribía. ¡Que el cine muriera en él si era el precio que debía pagar por no olvidar aquellas imágenes!
Precisamente, en una serie de largas noches de insomnio, era la de aquel vagabundo andrajoso la que le asaltaba a los pies de la cama. No se le aparecía nunca solo, sino siempre de la mano de otras presencias, apariciones que dedujo eran las de aquellas películas perdidas y que reclamaban agónicamente su lugar en el mundo.
¿Lo creerás? Al igual que el vampiro, el cinéfilo apenas se defendió.