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Vivoleyendo rating:
9
8.4
28,455
Comedy. Drama. Adventure
The Lone Prospector, a valiant weakling, seeks fame and fortune in the Alaskan wilderness. There, he meets Black Larson (Tom Murray) and large but gentler Big Jim McKay (Mack Swain), with whom he has some run-ins. Later on, at a dance hall, he encounters lovely young Georgia (Georgia Hale) and everything changes when he falls in love with her.
Language of the review:
- es
February 6, 2008
25 of 26 users found this review helpful
¿Qué puedo añadir yo acerca de este inmortal pionero del celuloide? ¿Qué podría aportar para expresar mi admiración hacia uno de los más grandes cineastas de todos los tiempos?
Simplemente quiero granjearle mi agradecimiento por haber teñido mis fantasías infantiles de locas aventuras, humor y ternura, con la pátina de aquel blanco y negro entrañable y las animadas notas de un piano dotado de personalidad propia.
Me gustaría poder regresar atrás en el tiempo, hacia aquellos locos años veinte, y que mi camino se cruzase con el de ese personajillo eternamente vagabundo, pícaro y encantador. Me gustaría que me tocase su aura de bondad, de inagotable optimismo, de ingenuidad combinada con picardía; y sentir que para ser feliz no es necesario poseer riquezas ni una posición social elevada, sino un corazón alegre, cariñoso y emprendedor.
El eterno marginado, pobretón, famélico trotamundos desharrapado con aire de galán romántico trasnochado, gentil, amable y educado. Patoso y con una habilidad especial para enredar cualquier situación y para meterse involuntariamente en un lío tras otro. La figura del antihéroe por excelencia, que sin embargo consigue salir airoso y ganarse el corazón de su amada a fuerza de tesón, ternura, gentileza y su no deliberada capacidad para hacerla reír en vertiginosas escenas divertidas e hilarantes.
En los albores del séptimo arte, Chaplin, nuestro eterno Charlot, ya era todo un maestro de la comedia agridulce y socarronamente crítica. Brillantes guiones salieron de su fructífera inventiva, todos ellos en forma de parodias que satirizan la sociedad de una forma atemporal, mostrando las perpetuas lacras que arrastran todas las civilizaciones: la pobreza, la picaresca que abunda en el submundo de los que malviven a remolque de las comunidades. Pero Charlot no aborda el tema con excesos de dramatismo, sino que le imprime su toque de humor consistente en meteduras de pata, malentendidos delirantes y escenas de acción muy logradas, sazonadas de vez en cuando con dosis de acidez (como sus recurrentes escenas en las que su personaje, a fuerza de padecer un hambre crónica, acaba por comerse sus propios zapatos, mientras se nos ofrecen primeros planos de su rostro poco agraciado y ojeroso. Nótese que, pese a ser escenas humorísticas, nos dejan un leve regusto amargo... Mas Chaplin no pretende que nos pongamos dramáticos, y es un experto en eludir las sensiblerías facilonas). En suma, sus guiones plasmaban argumentos optimistas y muy completos en los que cabía un poco de todo, y por añadidura demostraron su calidad al ser capaces de deslumbrar no sólo a los espectadores primerizos de aquellos lejanos años, sino que continúan maravillando a generación tras generación.
Simplemente quiero granjearle mi agradecimiento por haber teñido mis fantasías infantiles de locas aventuras, humor y ternura, con la pátina de aquel blanco y negro entrañable y las animadas notas de un piano dotado de personalidad propia.
Me gustaría poder regresar atrás en el tiempo, hacia aquellos locos años veinte, y que mi camino se cruzase con el de ese personajillo eternamente vagabundo, pícaro y encantador. Me gustaría que me tocase su aura de bondad, de inagotable optimismo, de ingenuidad combinada con picardía; y sentir que para ser feliz no es necesario poseer riquezas ni una posición social elevada, sino un corazón alegre, cariñoso y emprendedor.
El eterno marginado, pobretón, famélico trotamundos desharrapado con aire de galán romántico trasnochado, gentil, amable y educado. Patoso y con una habilidad especial para enredar cualquier situación y para meterse involuntariamente en un lío tras otro. La figura del antihéroe por excelencia, que sin embargo consigue salir airoso y ganarse el corazón de su amada a fuerza de tesón, ternura, gentileza y su no deliberada capacidad para hacerla reír en vertiginosas escenas divertidas e hilarantes.
En los albores del séptimo arte, Chaplin, nuestro eterno Charlot, ya era todo un maestro de la comedia agridulce y socarronamente crítica. Brillantes guiones salieron de su fructífera inventiva, todos ellos en forma de parodias que satirizan la sociedad de una forma atemporal, mostrando las perpetuas lacras que arrastran todas las civilizaciones: la pobreza, la picaresca que abunda en el submundo de los que malviven a remolque de las comunidades. Pero Charlot no aborda el tema con excesos de dramatismo, sino que le imprime su toque de humor consistente en meteduras de pata, malentendidos delirantes y escenas de acción muy logradas, sazonadas de vez en cuando con dosis de acidez (como sus recurrentes escenas en las que su personaje, a fuerza de padecer un hambre crónica, acaba por comerse sus propios zapatos, mientras se nos ofrecen primeros planos de su rostro poco agraciado y ojeroso. Nótese que, pese a ser escenas humorísticas, nos dejan un leve regusto amargo... Mas Chaplin no pretende que nos pongamos dramáticos, y es un experto en eludir las sensiblerías facilonas). En suma, sus guiones plasmaban argumentos optimistas y muy completos en los que cabía un poco de todo, y por añadidura demostraron su calidad al ser capaces de deslumbrar no sólo a los espectadores primerizos de aquellos lejanos años, sino que continúan maravillando a generación tras generación.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Charlot, gran icono cinematográfico universal, fue uno de los artífices que hicieron del cine un puro espectáculo de masas que acudían como niños emocionados para ser testigos de aquella pequeña maravilla que ofrecía imágenes en movimiento, imitando al mundo real. Sumergiendo a aquellos espectadores aún vírgenes en esto del mundo audiovisual de los medios de comunicación de masas, en una era en la que aquellos revolucionarios inventos tecnológicos apenas comenzaban a cambiar el curso de los tiempos.
Intento imaginar que soy uno de aquellos espectadores maravillados que asistían con curiosidad a ver ese invento. "Dicen que se enciende una luz y de repente pasan cosas en una tela blanca que hace de pantalla. Se ven personas que se mueven y sitios que parecen de verdad. Pero sabes que todo eso no está pasando de verdad. Y aún así, te lo crees." Y no estás muy seguro de que realmente esa gente que se ve en la tela blanca no esté escondida en alguna parte. Incluso sientes el impulso de mirar por detrás de la pantalla, para ver si te están timando. Alzas una mano, interceptando el haz de luz que sale del ruidoso aparato situado allá arriba, en la cabina. La sombra de tu mano se proyecta en la pantalla y tú, sorprendido, compruebas que, en tu mano, diminutos personajes y escenarios se mueven. No hay duda. Todo sale del aparato. No hay trampa ni cartón, sólo una ilusión óptica que te sumerge en un placer indescriptible. El placer de evadirte de ti mismo y meterte en una historia ajena con imágenes móviles.
Niños y mayores, todos quedaban reducidos a la condición de observadores embelesados, sin distinciones de edad ni de ningún otro tipo.
Ésa era la magia del cine en sus comienzos.
Ésa es la magia de las películas de Charlot.
Intento imaginar que soy uno de aquellos espectadores maravillados que asistían con curiosidad a ver ese invento. "Dicen que se enciende una luz y de repente pasan cosas en una tela blanca que hace de pantalla. Se ven personas que se mueven y sitios que parecen de verdad. Pero sabes que todo eso no está pasando de verdad. Y aún así, te lo crees." Y no estás muy seguro de que realmente esa gente que se ve en la tela blanca no esté escondida en alguna parte. Incluso sientes el impulso de mirar por detrás de la pantalla, para ver si te están timando. Alzas una mano, interceptando el haz de luz que sale del ruidoso aparato situado allá arriba, en la cabina. La sombra de tu mano se proyecta en la pantalla y tú, sorprendido, compruebas que, en tu mano, diminutos personajes y escenarios se mueven. No hay duda. Todo sale del aparato. No hay trampa ni cartón, sólo una ilusión óptica que te sumerge en un placer indescriptible. El placer de evadirte de ti mismo y meterte en una historia ajena con imágenes móviles.
Niños y mayores, todos quedaban reducidos a la condición de observadores embelesados, sin distinciones de edad ni de ningún otro tipo.
Ésa era la magia del cine en sus comienzos.
Ésa es la magia de las películas de Charlot.