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Voto de Macarrones:
3
Drama París, 1832. Dos palabras, "romanticismo" y "revolución" están en boca de todo el mundo. El 3 de junio, una sublevación estudiantil provoca una revuelta, y las calles se llenan de sangre. Ese mismo día, la baronesa Dudevant llega de provincias para emprender su carrera literaria bajo el seudónimo de George Sand. A los 23 años, Alfred de Musset, "el poeta y escritor de mayor relieve de su generación", es el cabecilla de una pandilla de ... [+]
8 de julio de 2006
13 de 16 usuarios han encontrado esta crítica útil
El imaginativo título que han colocado a la película en España nos puede generar expectativas falsas (a mí me recuerda a estos anuncios de señoras con pérdidas de orina, compresas con alas o tampones que no se mueven, no se notan). En realidad, trata sobre los amores entre Alfred de Musset y George Sand y, de haber alguna confesión, sería de él, ya que el guión se basa en su libro "La confesión de un hijo del siglo", pero parece que da más morbo que sea Juliette Binoche la que se confiese íntimamente. Bien.

La película va de amores volcánicos, adulterios, sufrimiento, literatura, esplín, etcétera, todo muy romántico y arrebatado, como corresponde. Sin embargo, por un fenómeno misterioso digno de estudiarse, todo el fuego que se muestra en la pantalla se transforma en plomo en el ánimo del espectador. Cuanto más se esfuerzan los personajes en sufrir, enfermarse, amarse, etcétera, más se aburre uno y desea que realmente les liquide una epidemia para que todos dejemos de sufrir. Esto -la transformación de la pasión en plomo- sucede porque la psicología de los personajes es muy poco convincente, su personalidad carece de atractivo y así vemos que se aman porque lo dice el guión, no por otra cosa. Como en muchas películas históricas, esta acaba siendo un baile de disfraces donde lo único interesante es ver qué sombrerito va a sacar la Binoche en la siguiente escena. El retrato que se hace de Musset y de G. Sand es así: él, un niñato malcriado; ella, un ama de casa que le da por escribir como le podría haber dado por el macramé. Ambos sienten una atracción mutua irresistible, Dios sabrá por qué. En el patio de butacas, el mundo de los mortales, no se entiende.

Por lo demás, Benoît Magimel es muy guapo y hace molinetes con el bastón con mucho garbo. Hacia el final se le ve un poco el culo (lo digo por si sirve de aliciente para el espectador desesperado).
Macarrones
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