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España España · Zaragoza
Voto de cassavetes:
5
Documental Nada excepto silencio. Nada excepto una canción revolucionaria. Una historia en cinco capítulos, como los cinco dedos de una mano. (FILMAFFINITY)
26 de febrero de 2019
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Quién si no conoce a Jean-Luc Godard que aquél que haya visto sus películas y pueda decir “Yo odio a JLG”. Célebres siglas por las que, dicho sea de paso, se conoce sólo a unos cuantos privilegiados. Poco más: al franco-suizo, a JCVD o a JR. Quién no conoce, de este modo o de cualquier otro, al bueno de Godard, marca más que registrada. Porque para decir “Yo odio a JLG” se ha tenido que ver al menos una de sus películas. O desvaríos. Puede usarse este último término para bien o para mal.

Qué sería de la Nouvelle Vague si no. Sería nueva por igual, pero algo más que vaga. Y si por algo se rompió la ola fue ya se sabe gracias a qué. Y Él la rompió. Consideraciones técnico-formales al margen, mayo del 68 aparte, asimismo con las ideologías posteriores todo lo cuestionables o no que se quiera, Jean-Luc se hizo el hueco hasta dentro de la propia Nouvelle Vague aunque fuera a codazos y sin dolerle prendas. Sin dejar de lado las incomodidades de crítica y público, que en un momento dado incluso viró (gradualmente) hacia el ostracismo su entusiasmo y que le olvidó como quien se olvida y abandona a un tipo de malas pulgas o de trato imposible a quien se le han dado todas las oportunidades de reinserción.

¿O fue él quien nos abandonó a nosotros?

Gran parte de su último cine (llamémosle así, para enterdernos y porque al fin y al cabo Godard comenzó haciendo aunque a su manera trabajos convencionales) se circunscribe a esa especie de sub-género propio caracterizado por imagen y sonido. O sea, lo que de siempre ha venido siendo el cine. Si eso ya lo sabemos, con todo, qué nos puede sorprender. Pues quizá lo que para muchos es un sufrimiento vital: su voz en off desgranando ininteligibles disquisiciones filosófico-político-sociales, argumentos en pro de la revolución social permanente (estar al lado de los que ponen bombas lo es; o eso o el mundo no es redondo), defensa de los oprimidos, resucitación de los explotados (o sea, y en definitiva, de todos nosotros).

Ah, y la forma.

Godard huye de nosotros y lleva encasillado en su cuartel general (ese su hogar en el que enclaustrado no quiere recibir a la amiga Agnes Varda que va a visitarlo en el documental Rostros y lugares) desde el cual y en mitad de una nube de humo y toses juega con la moviola de su estudio para casar en imágenes planos variopintos que componen un collage visual de lo más heterogéneo habido y por haber. Encasillado, se puede decir, en estas manera de ¿rodar?, JLG se prohibe prohibir.

Pero qué hacemos hablando tanto, cuando el título de su última película es El libro de imágenes.

Pues con todo lo dicho, Godard sigue estrenando en salas. Una semana, recaudación paupérrima si se quiere, pero. ¿Llena?, ¿acaso le importa? ¿es feliz Jean-Luc Godard?

Las palabras que puedan usarse para definir su última película sobran, por cuanto El libro de imágenes, como en tantas otras de su puño, letra, voz y firma, no encaja dentro del sentido tradicional de análisis y sí mucho de la interpretación que cada cual quiera darle a un cuadro en blanco.

Desde la primera parte del film inspirado en su Histoire(s) du cinèma (muy interesante aunque ya vista revisitación de clásicos del cine) hasta los pasquines libertarios (Hommage à la Catalogne) o vivamente revolucionarios (media hora de disquisiciones en torno a la realidad musulmana), el que parece que nunca será último documento fílmico de un director a las puertas de llegar al centenariazo con Clint Eastwood responde a las expectativas tanto de quien se apresta a ver con ilusión otra de Godard, quizá porque ya nos tenga acostumbrados, como de quien prepara antes de verla incluso sus mejores armas repletas de vitriolo para decir una vez más “Yo odio a JLG".
cassavetes
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