Una película que te reconcilia con la vida, con el amor no correspondido, con lo que nos hubiera gustado que pasara en aquella historia de juventud que todos hemos tenido en algún momento; aquella chica que era como nosotros, a la que no podíamos dejar de mirar tímidamente a hurtadillas.

Adorable Silvia Munt, con esos ojillos cautivadores deseando escrutar al Juan de hoy y confiando en que aún quedase parte de aquel Juan que conoció. Enternecedor Andrés Gertrúdix por los muchos palos que se lleva de la vida a cada paso que da, convirtiéndose en el Gary Piquer quemado por las ilusiones perdidas y la realidad de lo cotidiano.

Aún estoy conmovido por lo que acabo de ver, intentando ocultarme a mí mismo una risilla de satisfacción. Ésa que te sobreviene después de haber sido sacudido por el aluvión de emociones que te golpea desde el principio de la película, cuando te das cuenta de que has disfrutado como un cabrón con una historia preciosa como pocas. Sin sensiblería gratuíta. Sin lágrima fácil. Una perfecta sinfonía para ver con los ojos del corazón.

Gracias a quien las merezca por haber hecho esta película. Gracias también a quien las merezca por haberla emitido cuando llegaba a mi casa después de un día tan malo o tan bueno como cualquier otro, en el preciso momento en que me tumbaba en el sofá y esperaba a que llegase el día siguiente.

Gracias a todos vosotros, por ser, en el fondo, como yo.
Esta noche os quiero a todos, mamones.