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España España · Barcelona
Voto de Quim Casals:
9
Drama Segunda mitad del siglo XVII. Dos jóvenes jesuitas portugueses viajan a Japón en busca de su mentor, el conocido misionero Padre Ferreira. Los últimos rumores indican que, tras ser perseguido y torturado, Ferreira ha renunciado a su fe, algo difícil de creer para los sacerdotes que parten en su búsqueda. En Japón ellos mismos vivirán el suplicio y la violencia con que las autoridades japonesas persiguen a los cristianos, a los que ... [+]
7 de enero de 2017
133 de 165 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras un primer visionado, que sin ninguna duda no será el último por mucho tiempo, sostengo que “Silencio” va camino de convertirse en mi película preferida de Scorsese, lo cual no es poco para un artista del que tanto admiro su filmografía. Pero lo más hermoso que se desprende de esta apreciación (totalmente particular y sin ningún ánimo de objetividad, por supuesto) es cómo refuerza mi fe inquebrantable en el cine y en sus maestros. Pues buena parte de la cinefilia debe admitir que acostumbra a ser presa de la crisis de la fe: cuántos espectadores o críticos llevan años, lustros o hasta décadas, proclamando que la mejor película de Scorsese, o de Spielberg, o de Allen, o de Eastwood…, ya está hecha, que la hicieron hace ya demasiado tiempo y que desde entonces solo ofrecen una patética decadencia…

Creo que, como “Julieta” en el caso de Almodóvar, “Silencio”, que recordemos era un proyecto muy personal que a Scorsese la ha costado varias décadas poder llevar a cabo, ha llegado en el momento adecuado para él, el momento de una plenitud vital que permite una mirada despojada y esencial, aquella que a la que acceden los más grandes cuando ya no tienen nada que demostrar. Pues “Silencio” no precisa de la extraordinaria pirotecnia audiovisual con la que usualmente identificamos las formas de Scorsese (y que alcanza su zénit en la para mí todavía infravalorada “Casino”, en mi opinión un hito del montaje cinematográfico como forjador absoluto del relato, a la altura de lo que representó Eisenstein en su tiempo).

Bien al contrario, nos encontramos ante el film más depurado de su autor, donde cada imagen, de una plasticidad asombrosa en su concepción (la barca en un mar de niebla de “Cuentos de la luna pálida” revive ante nuestros ojos) es justamente la imagen justa. Cuesta, además, recordar en el cine moderno una película donde el trabajo minimalista con el sonido, tanto su presencia espectral como su ausencia, resulte tan importante.

He hablado, refiriéndome a la pericia técnica, de un cineasta que ya no necesita demostrar nada, pero esto puede extenderse al que quizás sea el gran valor del film, la mirada rosselliniana que no pretende demostrar, sino mostrar. Como en el lema de Renoir, Scorsese pone todo su empeño en exponer que cada cual tiene sus razones. Sobre la fe, sobre si Dios se manifiesta o calla, sobre el sentido de la misión evangelizadora en el otro extremo del mundo, sobre la reacción que eso produce en aquel pueblo, sobre todo eso, el espectador podrá, tras el visionado de la película, disertar libremente y profundamente.

Ahora bien, la duda surge cuando me pregunto a quién debo recomendar esta película. Francamente, no diría que me atreva a recomendarla a todos los admiradores de Scorsese. A muchos sin duda les gustará, pero habrá otros, quizá más que los primeros, a los que es posible que no les guste o les guste bastante menos que otras de sus películas, precisamente porque al estar del todo alejada de su característico tempo crispado e hipervitamínico, les parezca tediosa o aburrida.

El tema, casi tres horas donde como quien dice no hay una sola escena donde no se hable de Dios, del cristianismo y de la fe, es el otro gran problema para su recomendación. Que nadie se lleve a engaño, estamos ante una propuesta eminentemente espiritual. Obviamente, no se precisa ser creyente o agnóstico para entrar en ella, pero parece de sentido común pensar que llenará más y proporcionará mayor placer –o dolor— e interrogantes significativos al espectador con ciertas inquietudes sobre lo trascendente, o con un cierto interés antropológico sobre el papel de las religiones a lo largo de la historia, que al espectador totalmente indiferente u hostil ante estas materias.

En definitiva, y cerrando el círculo con el que he iniciado estas líneas, me limitaré a recomendarla, y no sin precauciones, a todos aquellos que conserven intacta, y cultiven con esmero y cariño, su fe en el Cine.
Quim Casals
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