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España España · Honor al Sabadell!
Voto de Grandine:
1
Bélico. Acción. Drama. Romance Año 1941, en plena Segunda Guerra Mundial en Europa. Rafe McCawley (Affleck) y Danny Walker (Hartnett) crecieron juntos en una zona rural estadounidense y su larga amistad se mantiene cuando ambos ingresan como pilotos en las fuerzas aéreas. Rafe encontró en Evelyn Johnson (Beckinsale), una valiente enfermera, al amor de su vida, pero pronto tuvieron que separarse, al ser llamado Rafe para servir en la Fuerza Aérea Británica (RAF) ... [+]
18 de junio de 2009
169 de 246 usuarios han encontrado esta crítica útil
En una escena de "Pearl Harbor", Roosevelt (interpretado por Voight), en un alarde de poder y supremacía, se levanta de su silla de ruedas para demostrar que, si él ha podido levantarse ante una situación adversa, si se ha puesto en pie en esas condiciones, entonces el pueblo americano, sus soldados, sus aviadores, los que luchan por su gran patria, también pueden hacerlo, también pueden renacer, tras el ataque nipón a la base naval de Pearl Harbor.

Justo en ese preciso instante, servidor, se queda amilanado en su butaca, como encogido e indefenso ante una declaración de intenciones de tal tamaño.. pero no, no hablo precisamente de la declaración de intenciones del Roosevelt ficticio (que también), sino del panfleto en general: de los intentos de Ben Affleck por hacernos creer que realmente siente algo por alguien, del empeño de Bay por, y con vaselina, colarnos un puñado de efectos especiales de los de flipar e, intentar así, que su peli sea una peli de verdad, seria, no de mentirijillas, del burdo y repulsivo discurso con que nos rocían constantemente, de esa amalgama de sentimientos patrioteros entre los que se hallan la soberbia, la superioridad y la vulgar estupidez de alguien que nos quiere hacer creer que, ellos, hasta en los peores momentos de su historia eran los mejores, los más buenos y los más santos y, en especial, de las infumables posturas que encontramos a lo largo y ancho del film, del montón de actores aquí humillados, de los valerosos aviadores que podían correr a hostias a cualquier escuadrón japonés o de los cocineros envalentonados en los compases más críticos.

Y, en ese concreto momento, me doy cuenta de que no era amilanamiento, no, sino de que, mi estómago, en un gesto de autosuficiencia, se había retorcido y convulsionado tanto que yo, indefenso, ni me podía mover del sitio. Pero, como decía, es en ese momento, cuando decido levantarme, y dirigirme al lugar apropiado, el inodoro, para regalarle a Bay mi más sentida opinión (equiparable a su engendro) sobre su film: una vomitona de cuidado.
Si es que... quien me mandará comer spaghettis viendo las pelis de este gilipollas.
Grandine
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