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Voto de Sandro Fiorito:
4
Drama Cuando a Jon, un adolescente conflictivo, lo expulsan del colegio, su madre lo manda a vivir con su abuelo Max, un militar retirado que estuvo en la guerra de Bosnia y que ahora vive en un pueblo de la Costa de la Luz. Pero a Jon le gusta vivir peligrosamente, y su abuelo se ha convertido en un hombre de costumbres tranquilas. Los dos tendrán que enfrentarse a sus limitaciones y a sus miedos. (FILMAFFINITY)
30 de septiembre de 2013
28 de 43 usuarios han encontrado esta crítica útil
15 años y un día” o cómo hacer que se sucedan el mayor número de despropósitos posibles en una cinta cuya historia de inicio parecía llamar la atención. Un joven rebelde, una madre desesperada… y un abuelo condecorado en el ejército empleado como último recurso para meter en cintura a un adolescente cuyo último desaire ha traspasado los límites de las trastadas habituales. Gracia Querejeta (“Siete mesas de billar francés“, 2007) parecía haber encontrado el camino para guiar una trama en la que chocara el interesante contraste entre la rebeldía adolescente y la disciplina militar, pero no tardamos en descubrir que todo lo que apunta se queda en nada, que la forzada actitud del chaval no era para tanto, y que el militar retirado que vela por su rectitud no es precisamente el teniente coronel Frank Slade de “Esencia de mujer” (1992): aquí, ese soldado de armas tomar es Max, un personaje a medio dibujar del que nunca se llega a percibir un retrato completo pese a la buena interpretación de Tito Valverde (“El comisario“, 1999-2009).

Lo mismo pasa con el resto de personajes e historias de un entramado en el que la dirección, en lugar de optar por reforzar el hilo central, se ha preferido decantar por un abanico de subtramas carentes de fuerza pero abundantes de una descarada pretensión melodramática, que lo único que han conseguido ha sido desvirtuar la historia y alejarse de la aparente idea principal, hasta llegar a un punto en el que todo se vuelve extremadamente forzado y en el que no se sabe exactamente a qué está jugando Querejeta. Hay un claro interés por intentar emocionarnos a toda costa, buscando formas y desenlaces propios de películas con aspiraciones profundas, pero del único detalle que se olvidó aquí la directora y también guionista es que para lograr eso, hace falta ser fiel a una idea clara, desarrollar un argumento contundente y conseguir unos personajes mucho mejor definidos que los aquí presentes. Todo para que al menos podamos librarnos de esa previsibilidad latente durante todo el metraje, que adquiere mayor presencia en un débil tramo final en el que todo ya importa demasiado poco puesto que uno ha sido desconectado casi por completo.

Ahora quiero ir con un par de puntos que podrían parecer anecdóticos e intrascendentes de no formar parte estos del engranaje de una película que se dice seria, que pretende ser creíble y que para colmo demuestra unas pretensiones muy superiores que a las que es capaz de llegar, culminadas estas en la aspiración a un premio Oscar como mejor película extranjera. En primer término, hacer referencia del patético espectáculo que nos convida la interpretación de Pau Poch (“[•REC]²“, 2009), un español poniendo acento sudamericano con un resultado lamentable que invita al sonrojo: tan pronto nos encontramos palabras y tonalidades propias de la jerga colombiana como volvemos a identificar su marcado acento natal de España, en el que no queda ni rastro de ningún país latinoamericano porque al mismo actor parece habérsele olvidado su rol.

Esto, para una broma en plena noche de borrachera con los colegas puede estar bien, pero para un ejercicio cinematográfico de estas intenciones me parece una tomadura de pelo y una mofa hacia el espectador. Eso sí, más culpable es quien lo pone ahí y/o quien no ordena repetir el rodaje de las escenas, que quien no tiene la capacidad para cubrir esa función interpretativa (se me acaba de venir a la cabeza el espléndido trabajo de Carlos Bardem en “Celda 211” ejecutando esa misma tarea, aunque ¿tan difícil es seleccionar a un actor cuyo país de procedencia sea ese al que pretenden imitar el acento?).

De la escena de trámite en la que aparece una chica en una webcam hablando con el protagonista (y esto forma parte del segundo punto que quería comentar), mejor me ahorro la calificación porque para ello debería recurrir a una tabla de puntuación muy por debajo de las temperaturas glaciales. Que sí, que es una escena de paso (que por cierto, sobraba, porque no aporta ni justifica absolutamente nada del argumento, ni mucho menos adorna) pero ¿cuesta tanto tomársela en serio, ahorrándose una de las interpretaciones más pésimas que yo haya podido ver en mi vida?. Sin salir de ese mismo locutorio en el que se encuentra la adolescente de la cámara (me ahorro su nombre para preservar su honor), encontramos a Sfía Mohamed como la encargada de ese ciber. Ciertamente no incomoda su dulce papel, pero su interpretación vuela a ras de suelo, notándose excesivamente su vocalización y transmitiendo tan poca naturalidad como falta de emoción y credibilidad propia en todas sus palabras.

Esta selección de papeles cojos (o directamente en la UCI) es rescatada por la solidez de un Tito Valverde que gusta pese a su difuminado papel, y al que se agradece su calidad para poder hacer más llevadera esta película que se quedaría en menos que nada sin él. Igual sucede con Maribel Verdú (“Blancanieves“, 2012), que brinda una gran interpretación en la que todo resulta creíble, y el propio Arón Piper (que ya participó en un corto de Gracia Querejeta con un trasfondo similar, “Fracaso escolar“, 2012) en el papel de Jon (el adolescente rebelde), que aún careciendo su desaprovechado personaje de una construcción más definida, cumple con naturalidad el rol que aquí le ha sido impuesto. Y la naturalidad, sobretodo en una cinta con tantas imposturas, se agradece muchísimo.

(Continúa en el SPOILER sin desvelar detalles del argumento, por falta de espacio)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Sandro Fiorito
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