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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Bélico. Drama El joven soldado de 19 años Billy Lynn y su patrulla sobreviven a una batalla en Iraq en la que son grabados por las cámaras, por lo que son tratados como héroes cuando regresan a casa para una gira promocional antes de volver a la guerra... Adaptación de la novela de Ben Fountain, con la particularidad de ser el primer film de la historia rodado a 120 fotogramas por segundo. (FILMAFFINITY)
29 de enero de 2017
27 de 33 usuarios han encontrado esta crítica útil
'Billy Lynn' no es la primera película que se centra en el PSD.
Muchas antes que ella ya han hablado, de manera crítica o comprensiva, de ese trastorno por el cual los soldados u oficiales sumergidos largo tiempo en la guerra creen percibir visiones, sonidos y sensaciones, que son solo espejismos para su realidad más cercana, fantasmas que les impiden vivir fuera del campo de batalla.
La diferencia es que en todas ellas el PSD suele ser un elemento estridente, de locura o terror, mientras que 'Billy Lynn' se acerca al tema de manera sutil, sencilla, humana... estableciendo una escalofriante dinámica por la cual Norteamérica rompe una y otra vez a sus soldados, glorifica sus matanzas o las normaliza, y estos acaban aceptando que su existencia nunca verá el fin de una batalla en la que se pueda volver a casa.

Probablemente por eso Ang Lee quiso rodar a 120 fps por segundo: este método de proyección, para el cual hay acondicionados cuatro cines en toda Norteamérica, hubiera fundido las imágenes del caro espectáculo en el que Billy y su grupo participan con las incursiones en suelo iraquí, poniendo en evidencia la agobiante similitud que el protagonista percibe entre las dos.
Es una versión de la película que quizá algún día se pueda proclamar visionaria, pero Lee no debería preocuparse, porque su visión permanece en detalles como ver agitarse a un pelotón de soldados, sutilmente, apenas una décima de segundo, por un disparo en honor a los caídos: la primera prueba de que la guerra no se abandona, por muy lejos que se haya viajado de ella.

De hecho, toda la preparación para el evento es casi como otra maniobra militar, una en la que Billy y sus compañeros deben formar, obedecer órdenes, estar preparados para diversas situaciones... la cámara de Lee captura pero subraya, dejando que sea el espectador el que junte las piezas, como si se tratara de un holograma que va cambiando según el lado que se mire.
Según cualquiera, estos soldados están preparándose para un homenaje en el que estarán cómodos, lejos de las penurias sufridas. Pero para ellos, las diferencias entre eso y otro día en Irak empiezan a borrarse paulatinamente, a veces incluso completamente, dejando un vacío terrorífico entre medias.

Claro que el clamor del público ayuda.
Las ruedas de prensa son capaces de borrar todo rastro de los jóvenes asustados que hemos visto en el campo de batalla, que además ahora están enfundados en elegantes trajes fuera de su uniforme habitual. Las miradas de admiración o curiosidad borran todo rastro de duda sobre si lo que estaban haciendo era correcto.
Incluso Billy llega a tener una mirada de deseo, entre el mar anónimo de bellezas animadoras, que rápidamente le da algo real e inmediato, un sucedáneo de amor que le hace sentir más especial de lo que ninguna rueda de prensa lo hará jamás.
La chica intenta busca el sentido divino de sus acciones, le pregunta y Billy desentierra una parte dolorosa de su propio recuerdo... que rápidamente es olvidada por un polvo tras el escenario.
Si necesitábamos saber de que habla esta historia, solo hay que fijarse en ese momento, en el que una persona intenta dar sentido a acciones sin sentido, y es velozmente callada por miedo a que pueda decir algo demasiado horrible para detener un espectáculo gigantesco.

Porque el show debe continuar, oh sí, debe hacerlo, aunque no pillemos las bromas del equipo Bravo, aunque no queramos escucharlos de verdad, aunque su oxidado sentido del humor casi suene a grito de ayuda por la demencia que les ahoga.
Billy intenta conciliar ambas partes y se da cuenta de que no puede, los recuerdos escapan a su control y se superponen entre ellos, como la arena de un reloj eterno que se escurre entre los dedos sin que se haya llegado a entender su significado.
A veces se permite fantasear: imagina que sus compañeros hablan sin pelos en la lengua sobre como pasan el tiempo masturbándose, o sueña con el anhelado regreso a casa en el que podrá acostarse con la animadora que acaba de conocer. Pero, como si la propia película supiera de la inutilidad de su fantasía, esos momentos se convierten en papel mojado, fotogramas en blanco y negro de una vida que nunca será la suya.

Pobre Billy Lynn.
Nadie le preparó para el frente de la Guerra Norteamericana.
Ese cruel campo de batalla en el que el heroísmo perece acribillado por flashes cegadores, la sinceridad estalla en violentos fuegos artificiales y el cuchillo helado de la hipocresía se te clava en las costillas sin que te des cuenta.
Los enemigos no vienen directos a por ti, pero son igual de peligrosos, porque buscan desmoralizarte con la asfixia de tus esperanzas, rebajar tus logros a noticia anecdótica o cambiar tus creencias por un par de hechizantes ojos azules.
No es de extrañar que Billy quiera volver a casa. A una tierra donde existe el mismo peligro de morir, de donde le han sacado casi en contra de una voluntad que otros le han construido, donde le esperan compañeros que le quieren sin reservas ni promesas.

Su paseo hasta el escenario del concierto ha sido más duro que atravesar el fuego cruzado para ayudar a un Sargento.
Pero eso es porque ambos momentos forman parte de una guerra que, para Billy, nunca acabará.
Charles
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