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Cine negro
El poderoso editor de un importante periódico comete un crimen pasional. Para evitar que lo descubran incrimina a un tipo al que no conoce, pero que casualmente resulta estar ligado al diario. El "falso culpable" utilizará entonces todos los medios a su alcance para probar su inocencia. (FILMAFFINITY)
22 de enero de 2012
21 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Thriller de cine negro realizado por John Farrow (1904-1963). El guión, de Jonathan Latimer, adapta la excelente novela negra “The Big Clock” (1946), de Kenneth Fearing. Se rueda en los Paramount Studios (Hollywood, CA). Producido por Richard Maibaum para Paramount Pictures, se estrena el 9-IV-1948 (EEUU).
La acción dramática tiene lugar durante unos pocos días en un edificio de oficinas y localizaciones diversas de NYC. Earl Janoth (Laughton) es el presidente ejecutivo de una corporación dedicada a la comunicación. Steve Hagen (Macready) es el segundo de la empresa. George Stroud (Milland) es el redactor principal de la plantilla. Earl es cínico, egoísta, despótico y manipulador. Steve es enigmático, inteligente, ambicioso y sumamente peligroso. George Stroud es honesto, trabajador, competente y eficaz. Vive volcado en su trabajo por lo que, tras cinco años de matrimonio con Georgette Stroup (O’Sullivan), todavía no ha podido realizar el viaje de novios. Pauline York (Johnson) mantiene relaciones sentimentales con Earl. El papel de la pintora Louise Patterson está interpretado por Elsa Lanchester (“La novia de Frankenstein”, Whale, 1935), esposa entonces de Laughton. Merece una cita el masajista Bill Womack (Morgan), mudo, enigmático y peligroso.
El film desarrolla una historia interesante que se presenta bien construida y con unos diálogos vigorosos. La narración retiene la atención del público gracias a una intriga bien planteada, que crece a medida que pasa el tiempo. La atmósfera que se crea destila misterio y tensión. La trama es bastante compleja y el suspense se hace creciente. Laughton encarna el papel del villano ególatra, repugnante y sin escrúpulos.
John Farrow demuestra sus cualidades de buen artesano y correcto realizador, dotado de la inteligencia y las habilidades necesarias para tratar con solvencia temas diversos y géneros tan distantes como el cine negro, el de aventuras, el musical, el bélico y el western. En el caso que nos ocupa, realiza su segunda incursión en el cine negro, género que cotiza al alza en los años 40 del siglo pasado. Con una trama construida con lucidez y riqueza de detalles y una encomiable economía de medios, consigue uno de los mejores trabajos de su filmografía. Sobresale por la potente intriga que compone y por la buena definición de los personajes, sobre todo los de Earl, George y Steve. No faltan acertados toques de humor que se suman oportunamente al tono general sombrío del relato.
La obra se caracteriza por el correcto acabado, el nutrido y brillante reparto y el ritmo creciente que imprime a la acción. La cinta es simpática, atractiva, convincente y entretenida, aunque exenta de genialidad y magia. Se comporta como una parábola sobre el poder y su ejercicio, los métodos que emplea para afirmarse y defenderse, las manipulaciones que establece de las apariencias, la verdad y las personas, su errónea afición a la uniformidad y el sentido egocéntrico y despiadado de sus manejos.
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La acción dramática tiene lugar durante unos pocos días en un edificio de oficinas y localizaciones diversas de NYC. Earl Janoth (Laughton) es el presidente ejecutivo de una corporación dedicada a la comunicación. Steve Hagen (Macready) es el segundo de la empresa. George Stroud (Milland) es el redactor principal de la plantilla. Earl es cínico, egoísta, despótico y manipulador. Steve es enigmático, inteligente, ambicioso y sumamente peligroso. George Stroud es honesto, trabajador, competente y eficaz. Vive volcado en su trabajo por lo que, tras cinco años de matrimonio con Georgette Stroup (O’Sullivan), todavía no ha podido realizar el viaje de novios. Pauline York (Johnson) mantiene relaciones sentimentales con Earl. El papel de la pintora Louise Patterson está interpretado por Elsa Lanchester (“La novia de Frankenstein”, Whale, 1935), esposa entonces de Laughton. Merece una cita el masajista Bill Womack (Morgan), mudo, enigmático y peligroso.
El film desarrolla una historia interesante que se presenta bien construida y con unos diálogos vigorosos. La narración retiene la atención del público gracias a una intriga bien planteada, que crece a medida que pasa el tiempo. La atmósfera que se crea destila misterio y tensión. La trama es bastante compleja y el suspense se hace creciente. Laughton encarna el papel del villano ególatra, repugnante y sin escrúpulos.
John Farrow demuestra sus cualidades de buen artesano y correcto realizador, dotado de la inteligencia y las habilidades necesarias para tratar con solvencia temas diversos y géneros tan distantes como el cine negro, el de aventuras, el musical, el bélico y el western. En el caso que nos ocupa, realiza su segunda incursión en el cine negro, género que cotiza al alza en los años 40 del siglo pasado. Con una trama construida con lucidez y riqueza de detalles y una encomiable economía de medios, consigue uno de los mejores trabajos de su filmografía. Sobresale por la potente intriga que compone y por la buena definición de los personajes, sobre todo los de Earl, George y Steve. No faltan acertados toques de humor que se suman oportunamente al tono general sombrío del relato.
La obra se caracteriza por el correcto acabado, el nutrido y brillante reparto y el ritmo creciente que imprime a la acción. La cinta es simpática, atractiva, convincente y entretenida, aunque exenta de genialidad y magia. Se comporta como una parábola sobre el poder y su ejercicio, los métodos que emplea para afirmarse y defenderse, las manipulaciones que establece de las apariencias, la verdad y las personas, su errónea afición a la uniformidad y el sentido egocéntrico y despiadado de sus manejos.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
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(Sigue sin spoilers/aguafiestas)
Subraya la imagen que se proyecta del poder mediante el apoyo de símiles, como el que compone el reloj central, que marca los horarios del edificio y espía los movimientos y las conversaciones de un personal privado de intimidad y de espacios para la confidencialidad. También se puede entender como una alegoría sobre la presencia del mal en el mundo, su proximidad y su terrible eficacia. El relato compone una curiosa variante de la historia del falso culpable, tan grata a Hitchicock.
La banda sonora, de Victor Young (“Raíces profundas”, Stevens, 1953), aporta una partitura elegante, que acompaña las imágenes de la acción potenciando los sentimientos que sugieren. Son brillantes los cortes de notas oscuras, bajas y profundas que llenan los momentos en los que el mal se hace presente de manera más evidente. Añade una bonita canción tradicional (“The Wearin’ of the Green”) y un corte de “I’m in the Mood for Love”, de Jimmy McHugh. La fotografía, de John F. Seitz (“Los viajes de Sullivan”, Sturges, 1941) y Daniel L. Fapp, crea una visualidad de negros rotundos, claroscuros inquietantes y luces amenazantes, de notable belleza plástica.
(Sigue sin spoilers/aguafiestas)
Subraya la imagen que se proyecta del poder mediante el apoyo de símiles, como el que compone el reloj central, que marca los horarios del edificio y espía los movimientos y las conversaciones de un personal privado de intimidad y de espacios para la confidencialidad. También se puede entender como una alegoría sobre la presencia del mal en el mundo, su proximidad y su terrible eficacia. El relato compone una curiosa variante de la historia del falso culpable, tan grata a Hitchicock.
La banda sonora, de Victor Young (“Raíces profundas”, Stevens, 1953), aporta una partitura elegante, que acompaña las imágenes de la acción potenciando los sentimientos que sugieren. Son brillantes los cortes de notas oscuras, bajas y profundas que llenan los momentos en los que el mal se hace presente de manera más evidente. Añade una bonita canción tradicional (“The Wearin’ of the Green”) y un corte de “I’m in the Mood for Love”, de Jimmy McHugh. La fotografía, de John F. Seitz (“Los viajes de Sullivan”, Sturges, 1941) y Daniel L. Fapp, crea una visualidad de negros rotundos, claroscuros inquietantes y luces amenazantes, de notable belleza plástica.