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Voto de Miquel:
8
6,6
57.459
Thriller. Drama
Desde que su mujer sufrió quemaduras en todo el cuerpo a raíz de un accidente de coche, el doctor Robert Ledgard, eminente cirujano plástico, ha dedicado años de estudio y experimentación a la elaboración de una nueva piel con la que hubiera podido salvarla; se trata de una piel sensible a las caricias, pero que funciona como una auténtica coraza contra toda clase de agresiones, tanto externas como internas. Para poner en práctica este ... [+]
27 de enero de 2012
16 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
Decimoctavo largometraje realizado por Pedro Almodóvar (Calzada de Calatrava, Ciudad Real, 24 de septiembre de 1949). El guión, escrito por Pedro Almodóvar con la colaboración de Agustín Almodóvar, se basa en la escalofriante novela “Mygale” (1995), de Thierry Jonquet. Se rueda en escenarios naturales de Toledo, Galicia (Santiago de Compostela, La Estrada y Ponte Ulla) y Madrid, con un presupuesto estimado de 13 millones de USD. Nominado a 16 premios Goya, fue nominado al Globo de oro a la mejor película de habla no inglesa. Producido por Agustín Almodóvar para El Deseo, se proyecta por primera vez en público el 19-V-2011 (Festival de Cannes, Francia).
La acción dramática tiene lugar en España (Madrid, Toledo y otras localidades) en dos etapas (2006 y 2012). El cirujano plástico Robert Ledgard (Banderas) quedó viudo con una hija de unos 7 años, Norma (Sánchez), al morir abrasada su esposa en un accidente de tráfico en carretera. Traumatizado por el hecho, se dedica a investigar las técnicas de cultivo de piel en laboratorio. Lo consigue tras 12 años de trabajos. Marilia (Paredes), su ama de llaves, que dice ser su madre, le apoya sin reservas con su discreción, lealtad y complicidad. Vicente (Cornet) es un muchacho de unos 18 años, que conoce a Norma en una fiesta veraniega. Vera Cruz (Anaya) es una muchacha de unos 18 años, paciente del doctor Robert. Es dulce, reservada, cariñosa y enigmática. Robert es frío, carece de escrúpulos, es obsesivo y maniático. Marilia, de unos 70 años, es una mujer fuerte, solitaria, frustrada y de pasado tormentoso y oscuro. Norma es tímida, introvertida, depresiva y frágil.
La narración se desarrolla de una manera no lineal para dosificar a los largo del metraje la información relevante que se proporciona al espectador. Por lo demás, esta figura de estilo aporta al relato elementos de dinamismo, movimiento y agilidad, que incrementan la capacidad de retener la atención del público. El lenguaje hace uso de formas más contenidas, elípticas y respetuosas, que buena parte de los trabajos anteriores del autor. La puesta en escena se beneficia de un detallismo cuidadoso y perfeccionista, en algunas ocasiones próximo al esteticismo. La composición de los escenarios y la construcción de los encuadres son tributarios de los espacios inquietantes y lúgubres de las viejas y nuevas películas de terror y horror, como la escalera, el tunel gótico, la ausencia de vecinos próximos, etc.
Las paredes de la vivienda se presentan decoradas con importantes pinturas clásicas y modernas. Destacan “La Venus de Urbino” y “Venus y un organista”, reproducciones de Tiziano. Se ven collages de Juan Gatti, un cuadro original de Guillermo Pérez Villalta y otros (una magnífica tela surrealista), que aportan sugerencias y alegorías de sentimientos y emociones. Las imágenes repetidas del fuego evocan al infierno, complementado lo que expresa por su lado la banda sonora.
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La acción dramática tiene lugar en España (Madrid, Toledo y otras localidades) en dos etapas (2006 y 2012). El cirujano plástico Robert Ledgard (Banderas) quedó viudo con una hija de unos 7 años, Norma (Sánchez), al morir abrasada su esposa en un accidente de tráfico en carretera. Traumatizado por el hecho, se dedica a investigar las técnicas de cultivo de piel en laboratorio. Lo consigue tras 12 años de trabajos. Marilia (Paredes), su ama de llaves, que dice ser su madre, le apoya sin reservas con su discreción, lealtad y complicidad. Vicente (Cornet) es un muchacho de unos 18 años, que conoce a Norma en una fiesta veraniega. Vera Cruz (Anaya) es una muchacha de unos 18 años, paciente del doctor Robert. Es dulce, reservada, cariñosa y enigmática. Robert es frío, carece de escrúpulos, es obsesivo y maniático. Marilia, de unos 70 años, es una mujer fuerte, solitaria, frustrada y de pasado tormentoso y oscuro. Norma es tímida, introvertida, depresiva y frágil.
La narración se desarrolla de una manera no lineal para dosificar a los largo del metraje la información relevante que se proporciona al espectador. Por lo demás, esta figura de estilo aporta al relato elementos de dinamismo, movimiento y agilidad, que incrementan la capacidad de retener la atención del público. El lenguaje hace uso de formas más contenidas, elípticas y respetuosas, que buena parte de los trabajos anteriores del autor. La puesta en escena se beneficia de un detallismo cuidadoso y perfeccionista, en algunas ocasiones próximo al esteticismo. La composición de los escenarios y la construcción de los encuadres son tributarios de los espacios inquietantes y lúgubres de las viejas y nuevas películas de terror y horror, como la escalera, el tunel gótico, la ausencia de vecinos próximos, etc.
Las paredes de la vivienda se presentan decoradas con importantes pinturas clásicas y modernas. Destacan “La Venus de Urbino” y “Venus y un organista”, reproducciones de Tiziano. Se ven collages de Juan Gatti, un cuadro original de Guillermo Pérez Villalta y otros (una magnífica tela surrealista), que aportan sugerencias y alegorías de sentimientos y emociones. Las imágenes repetidas del fuego evocan al infierno, complementado lo que expresa por su lado la banda sonora.
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SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
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(Sigue sin spoilers/aguafiestas)
El detallismo de los escenarios y su cuidada perfección, no impiden que a la acción se incorporen hechos de gran dureza y situaciones turbadoras. En varias ocasiones el realizador busca combinar dramatismo, perturbación, repulsión y sorpresa, con la intención de reforzar la fuerza dramática. En la presente ocasión la amalgama de los elementos indicados pensamos que se consigue en una medida menor y por ello menos efectiva que en obras anteriores. El film es más un laberinto de sorpresas que impresionan e inquietan, que un trabajo de profundidad dramática.
Trata diversos temas constantes en su filmografía. De acuerdo con su pesimismo radical y en coherencia con la tragedia griega, establece que los seres humanos se hallan sometidos a los designios imperativos del destino. Añade que la persona humana se define (y se agota) en términos de sus instintos primarios (sexo, violencia, egoísmo, venganza, etc.). Establece que lo importante en el ser humano, porque fija su identidad inmutable, es la fuerza interior (el alma), al margen de las características corporales.
Exhibe su cinefilia de manera más bien ostentosa. Las referencias al cine se dedican a los films “El doctor Frankenstein” (Whale, 1931), “Doctor X” (Curtiz, 1932), “Ojos sin rostro” (Franju, 1960), “El coleccionista” (Wyler, 1965), “Tristana” (Buñuel, 1970), “La naranja mecánica” (Kubrick, 1971) y otros. Se advierten ecos de Cronenberg (“Videodrome”, 1983). También hay referencias a obras propias (“Átame”, 1990). La interpretación de Elena Anaya es convincente y cautivadora.
La banda sonora, de Alberto Iglesias (“Todo sobre mi madre”, 1999), compone una partitura original que crea un clima permanente de desasosiego, turbación y angustia, con oscilaciones que van desde ecos de gritos infernales a pasajes que imitan los lamentos de los condenados al averno. Se sirve de violines melancólicos, teclados rápidos y rítmicos e instrumentos de viento de notas profundas y conmovedoras. Como música añadida, ofrece dos canciones excelentes a cargo de la mallorquina Concha Buika (“El último tango” y “Pelo amor”).
La fotografía, de José Luis Alcaine (“Belle époque”, Trueba, 1992), en color, es espléndida. Compone numerosos primeros planos que por su reiteración pueden causar sensación de fatiga, si bien cumplen una función clara: acercan el espectador al pálpito de los sentimientos que experimentan los protagonistas. Predominan los colores fríos (verdes, azules…), que se ponen al servicio de una historia de autodestrucción, dolor, odio y venganza. Como obra de emociones fuertes e incidencias turbadoras, merece una calificación alta, aunque no máxima.
(Sigue sin spoilers/aguafiestas)
El detallismo de los escenarios y su cuidada perfección, no impiden que a la acción se incorporen hechos de gran dureza y situaciones turbadoras. En varias ocasiones el realizador busca combinar dramatismo, perturbación, repulsión y sorpresa, con la intención de reforzar la fuerza dramática. En la presente ocasión la amalgama de los elementos indicados pensamos que se consigue en una medida menor y por ello menos efectiva que en obras anteriores. El film es más un laberinto de sorpresas que impresionan e inquietan, que un trabajo de profundidad dramática.
Trata diversos temas constantes en su filmografía. De acuerdo con su pesimismo radical y en coherencia con la tragedia griega, establece que los seres humanos se hallan sometidos a los designios imperativos del destino. Añade que la persona humana se define (y se agota) en términos de sus instintos primarios (sexo, violencia, egoísmo, venganza, etc.). Establece que lo importante en el ser humano, porque fija su identidad inmutable, es la fuerza interior (el alma), al margen de las características corporales.
Exhibe su cinefilia de manera más bien ostentosa. Las referencias al cine se dedican a los films “El doctor Frankenstein” (Whale, 1931), “Doctor X” (Curtiz, 1932), “Ojos sin rostro” (Franju, 1960), “El coleccionista” (Wyler, 1965), “Tristana” (Buñuel, 1970), “La naranja mecánica” (Kubrick, 1971) y otros. Se advierten ecos de Cronenberg (“Videodrome”, 1983). También hay referencias a obras propias (“Átame”, 1990). La interpretación de Elena Anaya es convincente y cautivadora.
La banda sonora, de Alberto Iglesias (“Todo sobre mi madre”, 1999), compone una partitura original que crea un clima permanente de desasosiego, turbación y angustia, con oscilaciones que van desde ecos de gritos infernales a pasajes que imitan los lamentos de los condenados al averno. Se sirve de violines melancólicos, teclados rápidos y rítmicos e instrumentos de viento de notas profundas y conmovedoras. Como música añadida, ofrece dos canciones excelentes a cargo de la mallorquina Concha Buika (“El último tango” y “Pelo amor”).
La fotografía, de José Luis Alcaine (“Belle époque”, Trueba, 1992), en color, es espléndida. Compone numerosos primeros planos que por su reiteración pueden causar sensación de fatiga, si bien cumplen una función clara: acercan el espectador al pálpito de los sentimientos que experimentan los protagonistas. Predominan los colores fríos (verdes, azules…), que se ponen al servicio de una historia de autodestrucción, dolor, odio y venganza. Como obra de emociones fuertes e incidencias turbadoras, merece una calificación alta, aunque no máxima.