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España España · Salamanca
Críticas de La Maga
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Críticas 190
Críticas ordenadas por utilidad
10
31 de enero de 2007
236 de 267 usuarios han encontrado esta crítica útil
Si hay un artista en la actualidad que ha sido capaz de abandonar su rol de icono como actor y sustituirlo por una carrera estelar como director, ése es Clint Eastwood. Atrás quedan sus primeros pinitos, los spaghetti-western de Sergio Leone, y atrás, las violentas entregas del personaje que más éxito le reportó, el fascistoide Harry, aquel símbolo machista de la era nixoniana que profería lindezas del tipo… disparar sobre los que hay que disparar está muy bien, si alguien está contra el sistema ése soy yo, pero mientras no se encuentre algo mejor, lo defenderé. Con 74 años de edad, tal vez Clint Eastwood lo haya dicho casi todo como intérprete, pero gracias a Million Dollar Baby, su carrera como director atraviesa por un momento esplendoroso.

Todavía recuperándonos de las convulsas aguas de un río, nos adentramos ahora en las cuerdas de un cuadrilátero que, en vez de captar y atraer nuestras miradas hacia el deporte, lo hacen sobre la vida de dos perdedores en fases terminales diferentes: uno rehecho, Scrap (un nuevo y excelente secundario para Morgan Freeman), y otro, Frankie, en busca de redención. Una familia, pupilo y entrenador, símbolo de la lealtad entre amigos, que ve en Maggie Fitzgerald (Hillary Swank camino de su segundo Oscar) la luz necesaria para rellenar y ampliar el cuadrilátero de sus almas. Lo que empieza siendo una simbiosis entre Karate Kid y Rocky se irá convirtiendo en la obra trascendente que John Huston no pudo (o no supo) alcanzar con Fat City (1982).

Una toalla que no fue lanzada sobre la lona a tiempo, un ojo a la virulé, un sacerdote que arenga a su fiel durante más de dos décadas, un entrenador de boxeo que cultiva su tiempo libre leyendo a Yeats, la magia de una palabra de orígenes irlandeses, el vacío que deja la ruptura con una hija, las ilusiones provocadas por la irrupción de una luchadora, de una nueva candidata a la derrota, de un patito feo. Los detalles son los que hacen grande a un artista, y la última obra maestra de Eastwood (tras Sin Perdón y Los puentes de Madison) los tiene a patadas. Posee la narración omnipresente del cine clásico, ésa que colocaba al espectador en el punto de vista óptimo de cada plano. Con cada película, Eastwood se siente más capacitado, más autor. Su puesta en escena, la composición y el montaje, se combinan plácidamente en un viaje que terminará siendo, inevitablemente comparado, con Mar adentro. A diferencia de Amenábar, Eastwood construye su fábula moral sobre cimientos de elevada solidez, de vasta sinceridad y humanidad que no le impiden hacer gala de un irónico humor, eso sí, elevándose sobre el género y dotando a su estilo de una madura sencillez cercana a los clásicos Walsh y Capra. En este caso, el individualismo heroico se enfrenta a las circunstancias ajenas que lo conciernen, y el resultado no se lo concedo más que a ustedes.
La Maga
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8
30 de noviembre de 2014
151 de 165 usuarios han encontrado esta crítica útil
Reconozco que el actor de Donnie Darko siempre atrajo mi interés, tiene un cierto magnetismo y es de los actores más camaleónicos del panorama actual. Pero lo que más me gusta de él es la osadía que demuestra embarcándose últimamente en los proyectos más arriesgados (Prisioneros, Enemy, Sin tregua, Zodiac, Brokeback Mountain...). Pues bien, de nuevo la ha vuelto a clavar, demostrando el buen ojo que tiene para los guiones, esta vez de la mano de otro gran debutante (todavía hay esperanza en Hollywood, gente de talento que, cuando se lo permiten, sabe crear historias o sacarlas de la propia realidad, ¡gracias a Dios!).
Jake Gyllenhaal borda un papel que toca muchas fibras de nuestro mundo moderno mediatizado donde los sucesos y sus víctimas se vuelven carnaza para conseguir subir las audiencias. Obra de culto desde este momento, podría suponer el bombazo que supuso Drive, pero no piensen que es una copia, no tiene nada que ver, Nightcrawler tiene su propio sello, una cinta que bebe del Peeping Tom de Michael Powell, clásico de terror de 1960, y El ojo público de Howard Franklin (1992), con esa L.A. que el propio Michael Mann o David Fincher habrían firmado. Seguramente este servidor no haya visto un análisis sobre el poder de la televisión tan certero y penetrante desde el Network de Lumet, y a su manera, con un humor negro marca de la casa, con una factura visual que apela a iconografías modernas, hace que nos encontremos desde ya ante un pequeño clásico en potencia. Por momentos, es como si juntáramos a un antihéroe wilderiano en escenarios de Lynch, casi nada, pero con la ligereza que tienen los debuts. Nightcrawler interpela al espectador acerca de la basura en que se ha convertido nuestra sociedad, nuestro tiempo, y con un ritmo frenético y ascendente, incomoda con ojo avizor. Lou Bloom es el nuevo Travis Bickle de nuestra era.
La Maga
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10
19 de junio de 2007
104 de 123 usuarios han encontrado esta crítica útil
Wong Kar Wai lleva a cabo un experimento: diseccionar la naturaleza romántica.
Las imágenes creadas por Wong Kar Wai experimentan sigilo desde su composición a su degustación. De los pocos autores imprescindibles del momento, sus películas no se parecen en nada a las demás. Historias de amor, redención y perdición aderezadas por una puesta en escena repleta de inteligencia, buen gusto y sensibilidad. Su fantasía visual rescata la exquisitez del encuadre y el fuera de campo, la secuencia dentro del plano, la desnuda elocuencia de los relatos cruzados, y los fogonazos nostálgicos de color, música, silencio y claroscuro inmersos en tiempos imposibles y espacios intangibles.
2046 puede ser entendida como una continuación de su anterior film, la excepcional In the mood for love, ya que ambas fueron rodadas en paralelo. En esta ocasión, el Sr. Chow abandona la timidez y el recato en pos de un cinismo que esconde las terribles heridas emocionales de su pasado. Jugador y bebedor, renuncia al compromiso, pues ha decidido no volver a sufrir, y sustituye los relatos de artes marciales por los de sexo. A través de la búsqueda infructuosa de una mujer que reemplace los recuerdos del amor de su vida, Chow hallará a Su Li en el cuerpo de Bai Ling, una joven impulsiva que se enamora irremediablemente de él; en la mente de Wang Ping Wen, la sensible hija del dueño del hotel, y escritora aficionada, a la que Chow ayuda en su relación con un novio japonés que cuenta con la oposición del padre; y en el nombre de otra Su Li Zhen, tahúr profesional apodada la araña negra.
A pesar de su aparente complejidad conceptual y el sucedáneo de relato de ciencia-ficción que lo envuelve, Kar Wai muestra un absoluto dominio del lenguaje cinematográfico y realiza un monumental experimento al retratar el desamor y la imposibilidad de escapar al destino o la fatalidad. Fotografía, actores, vestuario y música (Umebayashi, Preisner, Delerue, Raben, Nat King Cole, Xavier Cugat, Dean Martin, Bellini...) apuntalan un universo magnético de promesas incumplidas, vidas destrozadas, y amores idealizados e imposibles.
El único tiempo que merece la pena vivir es el presente, los recuerdos de amores no correspondidos u oportunidades perdidas son una eterna frustración del deseo, y la memoria es la única depositaria del sentimiento irrepetible (el secreto se susurra en el agujero de un árbol para ser enterrado bajo el barro). La androide más humana vista en una pantalla desde Blade Runner acompaña a los protagonistas, que viajan sin retorno, a bordo de un tren ultramoderno, hacia 2046, el número de una habitación de hotel, o un tiempo que promete haber conservado intacta la memoria. Y es que, quien llega a amar de verdad, queda marcado por esa experiencia para el resto de su vida.
La Maga
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8
4 de diciembre de 2007
84 de 99 usuarios han encontrado esta crítica útil
Siento discrepar con mi compañero José Carlos. Acabo de ver Lust, caution en el Pöff, Festival de Cine de Tallinn, y, sinceramente, me parece, sin ningún atisbo de duda, de lo mejor que he visto este año. Ang Lee se confirma para mí como uno de los más talentosos autores del momento (ya lo demostró el año pasado con Brokeback Mountain, la obra maestra de la temporada, con la que Lust, caution comparte muchas señas de identidad e inquietudes). Y sí, damas y caballeros, digo autor porque es indudable y envidiable el oficio que este director ha mamado con el tiempo. Si al principio la película nos adentra en los cachivaches artísticos de unos sencillos universitarios con ínfulas patrióticas, poco a poco Ang Lee nos sumerge en una historia de espías y amantes con más aristas que La Casa Blanca. Mención especial merecen las interpretaciones de los dos protagonistas - pareja a recordar -, un Tony Leung capaz de desquitarse de su lado más bonachón y romántico (In the mood for love) y una Joan Chen que enamora, emociona y desgarra a partes iguales. No pretendo hacer una crítica, simplemente son unos apuntes, pero si son de paladares finos, y les gusta saborear las cosas sin prisas, no lo duden y denle una oportunidad a esta clase magistral de dirección. Sólo flojea en algunos instantes, pero son leves dispersiones, pues la obra posee tan buen gusto por los clásicos de siempre (Casablanca), que uno al final no puede sino rendirse ante las evidencias: estamos ante uno de los directores con más buen porvenir y peso en la industria del cine. Con Ang Lee, el clasicismo, en el buen sentido de la palabra, está a salvo (muchos dólares tienen que ofrecerle para que se traicione), dejando a la altura del betún el ejercicio onanista (El buen alemán) del sobrevalorado Soderbergh. Viejos combatientes del celuloide, degusten unos minutos que pasan volando gracias a una exquisita planificación (hay secuencias de escuela, para enmarcar), y si algunas tramas secundarias flojean, todo sea porque, al final, lo único que importa es que el amor es la única patria.
La Maga
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10
18 de junio de 2007
65 de 77 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ácida, anormal, cáustica, conmovedora, enriquecedora, excepcional, excitante, fresca, hilarante, inconmensurable, inolvidable, inquietante, intensa, irrepetible, imprescindible, irónica, literaria, mágica, maravillosa, original, perturbadora, perfecta, provocadora, única, eterna…

Bajo el sello característico de las producciones HBO (Los Soprano), Alan Ball recogió el espíritu crítico de su American Beauty para crear en el 2001, año kubrickiano por excelencia – sugestiva coincidencia -, una serie (de ficción) fuera de serie. Tras cinco años, afirmo que no sólo nos encontramos ante una obra maestra de la TV universal, una de las cimas de su historia, sino ante una obra de arte que va más allá de cualquier disciplina, comparable a un Padrino, un Quijote o una Gioconda.

Porque hay que haber vivido mucho para plasmar la realidad con tanta sabiduría; porque cada uno de sus capítulos o tragicomedias contienen tal sensibilidad y sinceridad que diseccionan de raíz los cimientos y actitudes de nuestra falsa e hipócrita sociedad occidental; por su punto freak, su intensidad emocional, su profundidad analítica, su belleza formal, su estructura narrativa y su talento interpretativo; porque chorrea inteligencia y desprecia sutilmente a los estúpidos que insisten en ser infelices o hacer infelices a los demás; porque jamás hablando de la muerte se dijo tanto sobre la vida; por su fe en una parte del ser humano; porque expresa todo lo que pensamos y no nos atrevemos a decir; porque huye de tópicos, estereotipos, tremendismos, sensacionalismos y lecciones morales; por su banda sonora; por sus puntos de vista, tantos como franjas de edad; porque me ponen las invasiones bárbaras de la familia Fisher y compañía, todos ellos son ángeles caídos que no creen en el sueño americano, outsiders que luchan por no ingresar en la maquinaria del sistema (para ellos hay vida más allá del éxito); por su apoteósico y antológico final (coronado por el Breath you de Sia), como si de la muerte de un hijo se tratara, con el aroma de Borges, la compasión y el desahogo de Chaplin; por el puñetazo que da sobre la convivencia de las personas; porque termina como la vida misma, con asuntos inconclusos, preguntas sin respuesta e inmortales recuerdos bañados por algunas lágrimas; por convertir el sufrimiento en alegría por vivir; porque crecer, evolucionar es creer en la otra cara de la existencia; porque algunos tienen la Biblia, y otros, tenemos A dos metros bajo tierra.
La Maga
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