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España España · Madrid
Críticas de elChupao
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Críticas 36
Críticas ordenadas por utilidad
2
8 de noviembre de 2012
39 de 48 usuarios han encontrado esta crítica útil
Dice la máxima de la ley de Murphy que si algo puede salir mal, saldrá mal. Trasladado al cine, si una película tiene mimbres para ser mala, saldrá mala. Incluso puede que muy mala. Puede llegar a ser horrible. De hecho, propongo que la real academia de la lengua incorpore junto a la entrada de ‘despropósito’ una foto del cartel de esta película. Hay innumerables razones para que una cinta naufrague miserablemente. A veces la ha cagado el director, a veces el guión no había dios que lo levantara, a veces son errores de casting, a veces se hacen con cuatro duros y no se puede exigir más… A veces se alinean los planetas y una cinta con presupuesto medio y arropada por una saga que ya ofreció cosas decentes en el pasado consigue que todos los factores confluyan y salga algo tan insufrible como En la mente del asesino.

Toda película arranca en base a un guión y en este caso proviene de una novela a la que aquello de “basado en” le viene como anillo al dedo, tanto como aquello otro de “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”. Además, dicha novela es la duodécima entrega de las aventuras del detective Alex Cross al que ya puso rostro Morgan Freeman en las adaptaciones de las dos primeras entregas del personaje. Como suele ocurrir, tanta secuela no promete nada bueno y menos teniendo en cuenta que el la saga va por la vigésima entrega y el autor viene despachando de cuatro a cinco novelas por año. A toro pasado lo encuentro bastante significativo. Aún sin saber qué pertenece a la novela y qué al guión, ya sorprende menos encontrar diálogos estúpidos (los tipos del metro), situaciones estúpidas (Ethan Hunt se pondría colorado ante el viaje por tuberías) y escenas estúpidas (Detroit debe ser diminuta, cuatro manzanas máximo. Desde la ventana de una víctima se ve el único restaurante de la ciudad donde por supuesto está cenando el detective).

A veces hay guiones malos que un buen director consigue maquillar un poco y sacar un producto al menos pasable. Rob Cohen nunca ganará un Oscar. Nunca ha estado cerca y después de esto no creo que le dejen ni acercarse a la alfombra roja. Pero al menos durante un tiempo demostró que era capaz de hacer cine palomitero decente como en Dragonheart o Pánico en el túnel por poner dos ejemplos. Aquí, ya de entrada la cinta tiene un estilo visual más cerca del telefilm que compra Antena 3 al peso para poner los fines de semana, que comienzas a ver mientras terminas de comer y te pones a recoger la mesa sin esperar al intermedio. Eso no tiene porque ser malo necesariamente. Hay cintas con looks similares que salen bastante aparentes, pero no en esta ocasión. Todo lo que asoma por la pantalla sugiere el cutrerío habitual de las series de medio pelo tipo NCIS de las que esta película podría pasar por un capítulo extendido. Encima es de los directores que piensan que si ruedas una pelea con un cámara epiléptico la cosa queda más guay.

Aún así, hay producciones pobres que al final salen medio airosas por el actor de turno que ha sujetado la función. Es evidente que tomar un personaje interpretado por Morgan Freeman para hacerlo tuyo, muy pocos actores del planeta están capacitados para que la comparación no sea odiosa. Si encima pones al frente a un Tyler Perry que tiene menos carisma que un plato de brócoli, la cosa empieza a producir sonrojo. He de reconocer que tenía bastante curiosidad por ver a Matthew Fox desenvolverse en un personaje tan distinto al que le dio fama mundial por Perdidos. La sensación ha sido de vergüenza ajena. No le salva ni la transformación física. Por culpa de un guión horrible y una dirección nefasta le veo serio candidato a los Razzies de este año.

¿Conoceis la expresión “no se lo deseo ni a mi peor enemigo”? Pues yo le deseo que vea esta película.
elChupao
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5
19 de octubre de 2015
28 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para ser justos, hay que reconocer que con la poca información que tenía sobre Mi gran noche, no esperaba encontrarme precisamente con el mejor trabajo de su director. No es que la haya precisamente con prejuicios pero esperaba, como de costumbre, encontrarme algo en su línea habitual gamberra, pese a que sus dos últimos trabajos en esa onda (Balada triste de trompeta y Las brujas de Zugarramurdi) no terminaran de funcionar, en buena parte, por esos terceros actos apoteósicos que tanto le gustan al bilbaíno done suelta toda la carnaza sin medida alguna. Aquí no es que la incontinencia le supere en el tramo final del guión. En esta ocasión, directamente, ha construido un megachiste de 100 minutos al que pocos serán los que le vean la gracia por algún lado. Un sketch permanente que pese a contener algún momento potente (un Jaime Ordóñez ya imprescindible para Älex), se acaban perdiendo entre tanta mediocridad.

Todo se resume a la grabación de un especial televisivo de nochevieja, ocasión que Alex y su habitual co-guionista Jorge Guerricaecheverría no desaprovechan para verter toda su ironía y mirada crítica hacia el postureo televisivo (tema central ya visto en La chispa de la vida), la lucha de egos, las aspiraciones artísticas de ciertos presentadores o la disposición de conseguir fama y dinero fácil por parte de algunas personas sin importar el cómo.

Todo ello regado con el peculiar sentido del humor de Alex, impregnando todo de principio a fin llegando y sobrepasando todos los límites del humor absurdo y, en ciertos momentos, incluso los del humor infantiloide y facilón (a Fuengirola me refiero, por decir uno). Hace tiempo escuché a alguien referirse al humor de los 'chanantes' como una especie de broma privada en la que no conseguía entrar y por tanto disfrutar. Algo parecido ha pasado aquí. Todo el guión parece una broma entre amigos que seguro que a ellos les ha hecho mucha gracia, pero fuera de su círculo pocos van a compartir el entusiasmo. Toda la trama de Pepón Nieto (toda) es absurda y fuera de tono. En su caso es más llamativo porque en Las brujas le tocó jugar la misma parte. La parte de Enrique Villén, demasiado artificiosa. Pero sin duda, donde han echado el resto ha sido con el personaje de Raphael. O Alphonso, como el nombre de su personaje, no vaya a ser que alguien no capte la sutileza de la parodia a pesar de vestirle como una mezcla de Marlon Brando en Superman y el Willy Wonka de Johnny Depp.

El resultado viene a ser una vuelta a los orígenes de su carrera, con sus virtudes y sus defectos. Algo que no tiene necesariamente que ser negativo pero que, al igual que le pasó a Almodóvar con Los amantes pasajeros, el resultado difícilmente puede ser más esperpéntico. Si en Acción mutante recurría a Karina y sus Aires de fiesta como detonante central, en esta ocasión es Escándalo y por extensión Raphael los que marquen el paso. Solo que en esta ocasión podría haberse llamado Acción 'mu tonta'.
elChupao
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6
22 de abril de 2007
27 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Electrocutarse al cambiar una bombilla, suicidarse sin mirar la primitiva, ahogarse en la piscina de un barco, desnucarse en la bañera fornicando..."

Este extracto de la canción 'Pánico a una muerte ridícula' de Def con dos resume perfectamente el espíritu de esta cinta que está pasando bastante desapercibida.

Basándose en los reales premios Darwin que reconocen las muertes más estúpidas del mundo, esta película sin grandes pretensiones nos muestra una galería de tales situaciones (no se sabe si basada en hechos reales o inventados pero perfectamente dignas de pertenecer al club) a través de las investigaciones de un ex-policía con un miedo exagerado a la visión de la sangre y una detective de una agencia de seguros.

Y ya está, no hay más. Entretenimiento puro y duro con alma de film independiente (que manía de "ensuciar" la imagen para hacerse el transgresor). Como curiosidad la galería de cameos que aparecen, destacando entre todas a la última aparición de Chris Penn.

Simpática.
elChupao
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2
23 de agosto de 2009
28 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Que el bueno de Lars se medio disculpe por su último trabajo, aduciendo que cuando escribió el guión estaba inmerso en una monumental depresión, es un buen indicio. Así empiezan los alcohólicos que buscan rehabilitarse. Reconociendo sus culpas. Y digo medio disculpe porque en el fondo el tío está orgulloso de su retoño recién parido. En cierta manera, lo que hace es ponerse el escudo por si vienen mal dadas aunque reconociendo que volvería a hacer lo mismo. A ver si en vez de rehabilitarse lo que pretende es regodearse cual gorrino en el barro. En cualquier caso, alguien debió avisarle (tal vez sus amiguitos de Cannes que le ríen todas las gracietas) de que mezclar el prozac con según que sustancias no puede traer nada bueno a la cabeza.

Ya que Von Trier ha dibujado su último trabajo a modo de capítulos y epílogo, procederé a analizarla de igual manera, separando la primera parte de la segunda. De hecho, lo poco bueno que se puede decir se encuentra en la primera mitad donde podemos encontrar una puesta en escena sin concesiones. Una pareja abatida por la pérdida de su hijo y como tratan de afrontar la lucha interna para sobreponerse a ello. Para mostrarlo no se anda con rodeos ni nada que pueda distraer la atención de la pareja protagonista y casi absoluta de todo el metraje. En este aspecto hay que reconocer que lo que en un principio se echa en falta, resulta ser uno de los poquísimos aciertos reconocibles: la ausencia de música. Tan solo nos deja oír los diálogos y los silencios de la pareja. Apoyando este supuesto drama psicológico, destaca la gran fotografía intimista y a ratos onírica que sobre todo en la parte del bosque se mantiene como un vehículo necesario para tratar de empatizar con los miedos y traumas de los protagonistas.

Todo lo apreciable que pudiéramos encontrar en la primera hora, se desmorona de golpe en la media hora final de la forma más tosca, grosera y desagradable que uno pueda imaginar. En ese sentido es justo reconocer la valentía de dos actores con cierta trayectoria, más él que ella, para defender la aberración engendrada por el tío Lars en su desenlace. Así asistimos a la conversión de Charlotte Gainsbourg en la prima sádica de Annie Wilkes con ideas propias de la saga Saw y como a base de planos altamente explícitos, hace que El imperio de los sentidos parezca un episodio de los teletubbies. En otros tiempos, esta cinta al alcance de cualquier espectador, iría acompañada inevitablemente de una calificación “S” como mínimo, aquellas que avisaban de que las películas podían herir la sensibilidad del espectador. Uno, que se creía a estas alturas curado de espanto, no puede evitar sentirse agredido ante la brutal falta de sutileza de las imágenes que tan solo buscan una manera cutre de hacerse el trasgresor golpeando en la cara del espectador con todo el mal gusto al alcance de su deprimida mente enfermiza. En este aspecto tampoco escatima en alardes.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
elChupao
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3
18 de diciembre de 2012
64 de 110 usuarios han encontrado esta crítica útil
A juzgar por lo que se suele escuchar de los profesionales, el proceso de creación de un guión (siempre que por guión entendamos la intención artística de contar una historia y no un vehículo vacío para simplemente ganar dinero) obedece a una serie de borradores que a base de revisiones y pulidos acaban dando lo que viene a llamarse el borrador final, el guión en sí mismo. Pues bien, en el caso de El cuerpo, a la hora de presentar el guión a los productores debieron equivocarse de carpeta y llevaron alguna de las versiones previas del asunto. Porque el guión de Oriol Paulo, reincidente en argumentos circenses como ya hizo en Los ojos de Julia, vuelve a caer en los mismos pecados que en la historia que supone su debut como director: arranque interesante, guión tramposo e incoherente, resolución imposible.

Pocos escenarios pueden resultar más inquietantes de cara a una película de suspense que un depósito de cadáveres. Si exceptuamos a la comunidad forense, para el común de los mortales es ya de por sí un sitio donde nos sentiríamos bastante incómodos, no digo ya si el motivo por el que te encuentras allí es para resolver cómo narices ha desaparecido un cadáver del susodicho depósito. Para colmo, el bueno de Oriol compone un juego de espejos donde nada es lo que parece y las situaciones que dejan al espectador y los personajes con el culo torcido se suceden a raudales. El problema es que ese mal rollo tácito no llega a traspasar la pantalla. Uno ve a Hugo Silva quedarse encerrado en una sala rodeado de cadáveres y lo que en la vida real se traduciría en taquicardias y arritmias varias, aquí, al ver las reacciones del personaje, lo que uno siente es algo más cercano al cabreo que al miedo. Todas las trampas que el guión va dejando por el camino torpedean la línea de flotación de la historia y cuando llega el pretendido desenlace donde todo cobra sentido, nada es lo que parecía y el espectador debe decir “¡Oh!”, en realidad lo que aciertas a balbucear es más bien “¡Bah!”

Algunas cosas llegan a encajar, eso es cierto. El encaje de bolillos que maneja la historia hace que ciertas cosas cuadren a su manera, lo que no quita es que sea de forma bastante inverosímil. No seré yo el que lo compruebe, pero dudo mucho que la intriga que se sujeta sobre un esqueleto tan fino sea capaz de soportar un revisionado. Se suele decir que la venganza es un plato que se sirve frío. En esta ocasión se sirve muy frío, demasiado. Tanto que no hay dios que se lo trague. El día que Paulo intente no insultar la inteligencia del espectador puede que consiga grandes cosas. Los puntos de partida los controla, el resto no lo parece. En ese aspecto no está solo, en esta ocasión el departamento de peluquería masculino se suma a dejarte con cara de circunstancias.
elChupao
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