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España España · Videodromópolis
Críticas de Max Renn
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Críticas 9
Críticas ordenadas por utilidad
10
3 de septiembre de 2009
334 de 440 usuarios han encontrado esta crítica útil
Para mí, una obra maestra.

El primer, digamos, fragmento, con la visita del temible coronel nazi Hans Landa a una granja en busca de judíos ocultos, está entre lo mejor que haya rodado Tarantino jamás. Oro puro. La tensión y el suspense que crea mediante diálogos, silencios y miradas resulta absolutamente de órdago. Comienza apoyándose en los códigos del spaghetti western y, rápidamente, en ese mismo fragmento o capítulo, muta en un duelo psicológico de aúpa, capaz de tener con los huevos de corbata a cualquiera. Ese largo diálogo, que se corta con un cuchillo, entre Landa y el granjero Lapadite es del todo angustioso gracias al pulso del director, dilatando deliberadamente los tiempos de la conversación, y a la excepcional interpretación de Christoph Waltz y Denis Menochet. Ahí la película ya me tenía ganado.

Tras este comienzo por todo lo alto, Tarantino continúa su narración mediante capítulos, desgranando situaciones y sucesos que, poco a poco, conformarán un todo hasta desembocar en un final muy coherente y bien atado que transgrede la Historia remodelándola a su antojo (y con dos cojones más gordos que el caballo de Espartero) mediante el instrumento, inmejorable, de una pantalla de cine. Cada capítulo, en principio independiente pero que forma parte de una unidad perfecta, es delicioso en sus diferentes estilos remezclados y de enorme riqueza a tenor de los muchísimos detalles que contiene y que seguro se apreciarán mejor en posteriores revisiones.

Los diálogos (y algunos duran, no sé, casi 20 minutos), las interpretaciones, los guiños, las referencias cinéfilas y las esporádicas incursiones de la violencia, en brutales estallidos que coronan y zanjan un dramatismo gestado sin prisa alguna, constituyen las herramientas de un director que, con "Inglourious Basterds" ha creado, desde mi punto de vista, una de las películas más interesantes y audaces de los últimos años. Tarantino ha vuelto a demostrar que no hay en él nada conformista y que continúa renovándose a sí mismo, evitando resultar plano y predecible.

Obligatoria.

PD: Y mucho ojo a la actriz Mélanie Laurent, impresionante en su encarnación de uno de los mejores personajes que he visto en toda la filmografía tarantiniana. Ella es Shosanna.
Max Renn
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8
3 de noviembre de 2014
25 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
El mundo en su recta final tras los efectos arrasadores del colapso económico. Agonizando ya. Consumiéndose a sí mismo. Sin esperanza, sin futuro. Quizá pueda producirse un renacimiento, una reconstrucción, a partir de una vuelta a la condición primitiva del hombre. Pero el estado de las cosas en el universo perfilado por David Michôd (“Animal Kingdom”) no tiene arreglo, pues la descomposición es evidente: tierras quemadas y personajes condenados y malheridos, atrapados en una dinámica de caída permanente. Extinguiéndose. Y el paso siguiente, fijaos, podría no ser otro que el posapocalipsis mad max de su compatriota George Miller.

El comienzo, desconcertante, con la extraña entrada al karaoke oriental ubicado en pleno desierto, punto de encuentro marciano que operaría como puerta a otra dimensión, me recuerda, en cierto modo, a Nicolas Winding Refn y su manera de enfocar Bangkok como espacio ajeno, un tanto sobrenatural incluso, en la fundamental “Sólo Dios perdona”. Y es que descoloca la fusión de dos culturas tan distintas, lo cual diría que resquebraja aún más la identidad de los aussies.

Es posible que la propuesta, una suerte de mixtura western & crime drama, adolezca de alguna caída de ritmo (que acelera y desacelera a conveniencia), algún parón molesto y que se alargue más de lo prudente, pero su potencia como misil a la línea de flotación de la sociedad económica y, por extensión, a nuestra naturaleza humana no es poco bagaje. Inquietante puesta en escena donde la escasez y la devastación son prácticamente totales: paisajes infinitos y áridos, construcciones destruidas, mínimas comunidades de infraseres aislados, violencia que estalla sin previo aviso, comunicación verbal inexistente o de difícil fluidez, calor sofocante, suciedad incrustada, recursos agotados y hasta determinados elementos bizarros (el enano, la mujer) son residuos de una civilización ya en fase de coma, que muta en algo grotesco antes de vivir los últimos estertores. Una barbarie que, como apuntaba antes, iniciará un nuevo mundo o una barbarie que adelanta los síntomas del miserable final del mismo.

Un estado de crisis que se expresa tanto en ese escenario hostil como en su protagonista, encarnado por un Guy Pearce demacrado, de físico retorcido y consumido, de movimientos zombificados, casi autoprivado del habla y que persigue un objetivo: recuperar su coche (lo único que le queda) a toda costa, que le han robado tres tipos en plena huida. A partir de ese incidente, da inicio una road movie sequísima y desapacible que representa la nada, el cero, el fin. Lo de menos es la trama, que es ínfima: simplemente supone la excusa para mostrar una civilización acabada mediante la imagen abrasiva de Michôd y una música que puntea el merodeo por el infierno. Y al lado de Pearce, un sorprendente Robert Pattinson en un rol de retarded ciertamente convincente.

Su final, inesperado, conmovedor, aporta los últimos vestigios de una humanidad enferma.

Y una vez más, el cine australiano de género ofrece hipnóticos terrenos visuales, un tono de extrañeza muy característico de aquellos entornos salvajes e inmensos y una sensibilidad especial que sólo podría proceder del país de los canguros, cuya tradición cinematográfica resulta imprescindible en estas lides.

http://videodrome.wordpress.com/
Max Renn
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8
3 de diciembre de 2014
21 de 34 usuarios han encontrado esta crítica útil
“Drive”-meets-“La noche de Halloween”-meets-“Terminator”…

La dupla Wingard & Barrett, director y guionista, regresa para aporrear la mesa y presentar sus credenciales tras frecuentar el género de terror con la discretísima “A Horrible Way to Die”, los segmentos de la irregular franquicia found-footage “V/H/S” y el fallido home invasion slasher “Tú eres el siguiente”, que eran propuestas con cierto interés, si bien, al mismo tiempo, constituían, creo, una lógica fase de aprendizaje que se ha coronado con “The Guest”, su cumbre, su obra más redonda, que corrige anteriores (y comprensibles) titubeos y errores al lograr la perfecta concreción de sus intenciones en un producto final sorprendentemente pulido y medido. Así, rinden tributo a los postulados de la serie B con claro sello ochentero, situando un pie en el slasher (tardío setentero) y otro pie en el exceso de la acción musculosa y macarra tan genuina de aquella década hiperbólica que podríamos plasmar en la mítica productora Cannon Films, santo y seña de la (sub)cultura del videoclub. En este sentido, los referentes son evidentes y la película los asume y los luce orgullosa de ellos.

Pero el aspecto que le otorga un encanto especial, bajo mi punto de vista, es la inyección de un tono fantastique halloweeniano que traslada la historia y los personajes a un terreno irreal en el que uno participa de la fiesta como un invitado más, sabiendo la total autoconsciencia de una cinta que se puede tomar como un juego lúdico entre autor y espectador, sobre todo si ambos son amantes de estos géneros y reconocen sus códigos y tópicos, que son tratados bajo un prisma paródico muy divertido (sin llegar a la astracanada) ya desde el estupendo uso de la banda sonora y la elección de una estudiada planificación que denota la asunción de los tics de aquello en lo que se inspira. Y es más: el pulso narrativo recuerda al Carpenter firme que aprovechaba con inteligencia sus ajustados medios.

Wingard y Barrett, los muy zorros, desperdigan calabazas por doquier, ambientan el final en una suerte de imposible y laberíntica party hard pocha de los no-muertos con coloridos saturados del giallo, guiñan el ojo a “Drive” y a la pose pétrea y cool de Ryan Gosling con una complicidad desarmante (quizá también maliciosa), recurren al detalle del mad doctor en una fuga argumental desconcertante (otra vez la identidad como concepto reiterado del signo de nuestro tiempo), transforman a su protagonista en una seductora entidad (en un Coco con reminiscencias de corte Michael Myers) a amar, odiar, temer y derrotar, les dan una paliza a una pandilla de malotes escolares y visten a la adolescente de camarerita deliciosa que-graba-CDs-con-amor.

Según avanza, la película se va soltando el pelo hasta instalarse en el delirio y desmelenarse entre balazos y un encuentro final tan previsible como inevitable que vuelve a jugar irónicamente con las constantes de los géneros. La trayectoria comienza con un plano de una figura no identificada corriendo y, enseguida, pasamos a la disimulada invasión del hogar y al hechizo inmediato al que son sometidos los miembros de esa familia cuyo “nuevo amigo”, un soldado que dice haber conocido al hijo fallecido, va alterando el orden paso a paso, fruto de una conducta extraña que combina la amabilidad y el carácter servicial con gestos tenebrosos, lo cual confecciona un ambiguo lienzo que otorga mayor misterio e inquietud al Boogeyman. Aunque Wingard nunca abandona la desvergüenza en su acercamiento al conglomerado genérico, en ciertos instantes extrae un abismo insondable de la magnética mirada (para perderse en ella) de Dan Stevens, cuyo papel es un premio (millonario) de lotería para un actor.

Un bombazo la mar de disfrutable al que rendir adoración incondicional y revisar miles de veces.
Max Renn
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9
3 de septiembre de 2009
27 de 47 usuarios han encontrado esta crítica útil
Rob Zombie, definitivamente, ha decidido llevarse el icono a su terreno, ofreciendo una propuesta sórdida, sucia, brutal, que avanza a base de golpes secos y frontales que no dejan indiferente. Se ha desatado de tal forma que, para mí, ha logrado que esta segunda parte resulte más personal, libre y atrevida que la primera. Es más propia de un director tan turbador, malsano y físico como el que nos ocupa.

Se trata de un slasher hipervitamiado que se desarrolla en plan devastador, arrollando a todo el que se ponga por delante. Ostenta una fisicidad tremenda gracias a la creación de un ambiente de profundo malestar y muy reconocible, en el que uno se mete de cabeza, y a la filmación rabiosa de una acción violenta hiriente y sin concesión alguna. Es explosiva.

Hay una cuestión, además, que será muy debatida y que hace referencia a la inserción de ciertas escenas que penetran en la psique de Michael Myers y Laurie. Es la decisión más arriesgada de la película, y supongo que a algunos les parecerá que todo eso es ridículo tanto por la forma que tiene Zombie de plasmarlo como por la idea en sí. Yo, en cambio, lo aplaudo porque lo considero un vehículo para ir más allá, para evolucionar (y no podía ser de otra forma) hacia el fuero interno de los personajes.

Tiene garra, tiene nervio, tiene ritmo, y Zombie saber otorgar atmósfera al tinglado y componer instantáneas inquietantes, de una belleza macabra. Porque uno de los aspectos que más me gustan de este hombre es que siempre tiene presente las texturas setenteras, aquellas que nos absorben para transportarnos a un horror contundente.

Y la mala leche no falta, desde luego. Dardos envenenados a los night shows televisivos, a la tajada comercial que se aprovecha de los grandes sucesos... Y un clímax final por todo lo alto imbuido de una áspera poesía.

"Halloween II" es una experiencia tan visceral que su propio poderío me arrastra, como si fuera un torbellino visual y sonoro (mucha atención a la música -el uso y la elección de la canción "Nights in White Satin" son corrosivos- y a los sobrecogedores sonidos).

Muy buena.
Max Renn
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8
3 de noviembre de 2014
5 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
La figura mítica y tradicional del Hombre del Saco (o Boogeyman, para los anglosajones), ese monstruo que se oculta debajo de la cama o dentro de un armario y que es temido, sobre todo, por los niños, representa el terror infantil por antonomasia, el que se suele materializar cuando anochece y se cierne el silencio. En la intimidad del hogar, más concretamente en el dormitorio, y mientras la víctima descansa (despierta o dormida) en la cama cubierta por la manta como escudo protector, ese ente se revela en un lento proceder, siempre entre la vigilia y el sueño, a base de sombras, ruidos, objetos desplazados o puertas entreabiertas y quizá confundiéndose con la pesadilla, es decir, con lo irreal.

De nuevo, “The Babadook”, la última sensación del cine fantástico australiano, incide en ese elemento tan característico del género y lo convierte en el personaje que o bien se alimenta del trauma adulto y del terror infantil para encontrar una rendija por la que colarse y alcanzar a su víctima o bien aparece como consecuencia figurada de tales infiernos personales. Es decir, como espíritu maligno sobrenatural que invade al débil o como mero símbolo del monstruo interior que carcome a madre e hijo. En estos márgenes ambiguos se mueve la celebrada película de Jennifer Kent, pues añade distintos niveles de percepción de la realidad que se mantienen vigentes en todo momento y que crean la duda sobre lo que verdaderamente está sucediendo. Así, al espectador corresponde aportar su interpretación del relato.

Desde luego, uno de sus mayores atractivos se localiza en la encantadora génesis (en papel) del Hombre del Saco a través de una iconografía siniestra que se focaliza a partir de la imaginería desarrollada, ya desde un primer instante, en el pop-up book de tapas rojas, el libro supuestamente infantil pero de contenido macabro que muestra dibujos troquelados de “algo” con afilados dientes, garras, sombrero y frases amenazantes que presagian lo peor. A partir de un elemento tan sencillo y misterioso, Kent hace surgir el miedo y describe en cuatro pinceladas al Coco como enemigo latente que, con posterioridad, angustiará a esta pequeña familia sin marido/padre. El sentimiento de pérdida, la incapacidad para superar la desgracia, atenaza a dos personajes que afrontan la soledad desde el decaimiento y la depresión (ella) o desde la histeria y la rebeldía (él). En este estado de fragilidad, son proclives a sufrir el efecto devastador de la posesión, y vencer al agente exterior requerirá de volver a reconstruir, en una vertiente moral, la estropeada unión materno-filial.

En consonancia al corte de terror íntimo que domina la película, resulta interesante tanto su estética en tonos fríos, con predilección por blancos y negros, como el transcurso en el espacio cerrado de un hogar de estilo Victoriano y el eficaz uso del sonido, la sugerencia y los contornos difusos, armas esenciales en un cine de terror que cada vez las deja más de lado para volcarse en lo explícito. En este sentido, se trata de una cinta de terror clásico puro, a la antigua usanza, cuyos efectos visuales, ya sea de manera intencionada (así lo asegura su directora) o por limitaciones presupuestarias, están reducidos al mínimo. Es la cámara, al fin y al cabo, la que opera los movimientos del Mal que acecha en la oscuridad.

Y tampoco se postula como una propuesta revisionista que mire por encima del hombro a un ejercicio tan sencillo como el de contar una historia en la que se da forma a un ente nutrido por las propias presas y que reside confinado en el trastero como mal necesario. A estas alturas, ya de vuelta de todo, celebro una película tan sencilla, artesanal, disfrutable y directa que remite a ilustres referentes y que comprenden, según confiesa Kent en entrevistas, “El Resplandor”, “Nosferatu”, “Vampyr”, “Déjame entrar” o el horror doméstico y claustrofóbico de Polanski.

Un encanto, repito. Y pienso que el género está muy necesitado de notables películas como ésta en las que se observa el buen hacer de los responsables de la misma, quienes, sin inventar nada, se inspiran en fuentes de tronío y juegan sus cartas respetando al espectador. No pretendo sonar apocalíptico, Dios me libre, pero sí creo que el género también es culpable de labrarse su mala consideración a tenor de las toneladas de bazofia que se producen de continuo.

http://videodrome.wordpress.com/
Max Renn
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