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Críticas de Marty Maher
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Críticas 68
Críticas ordenadas por utilidad
1
5 de diciembre de 2016
63 de 83 usuarios han encontrado esta crítica útil
La única palabra que se me viene a la cabeza cuando pienso en Villaviciosa de al lado es perjudicial. Sí, perjudicial para la cada vez más mermada imagen del cine comercial español, y, especialmente, para la salud del espectador. No sabría decir si al salir de la proyección de prensa los asistentes perdimos algunos años de vida (además de 90 valiosos minutos), pero lo que tengo muy claro es que a la ideología de la nueva película de Nacho G. Velilla le falta una cocción de unos 30-40 años. Y también un poco de chispa, ingenio u oportunismo, pues con solo una de esas cualidades, por muy fugaz que sea su presencia, queda cumplido el objetivo de este tipo de producciones, nefastas como largometraje e insípidas como piloto de serie televisiva.

Después de haber encandilado al público con series como 7 vidas y Aída, el director cuenta con el suficiente crédito para estamparnos su retrógrada mentalidad en las narices película tras película. Lo peor de todo, cómo no, es que muchos seguirán riéndole las gracias y pagando por sumarse a circos de este calibre, tan dañinos en su supuesta representación de la realidad española, más grotesca que irreverente, como en sus nulas y arbitrarias prestaciones cinematográficas. Al final, el éxito de algunos productos es lo que termina definiéndonos como sociedad, sobra decir que muy negativamente. Pero bueno, este señor seguramente se sienta muy español y mucho español (y muy hombre, muy hetero y muy orgulloso de su color de piel), así que esta película no tendrá la suerte de sufrir las consecuencias (o la absurda publicidad, para bien o para mal) de ningún tipo de boicot.

El invento de lo políticamente incorrecto se nos ha ido de las manos, pues no tiene otra función que justificar lo injustificable. Hacer los chistes de siempre, en su mayoría de muy mal gusto, tiene un pase si se hace con gracia y sin sobrepasar esa delgada línea entre lo burlesco y lo ofensivo; sin embargo, cuando el esqueleto de la narración son gags sobre minorías (incluyamos aquí a los integrantes del mundo rural, más ridiculizado que homenajeado en la cinta) y una subtrama amorosa denigrante hasta para los más torpes escritores de tramas cómicas, el resultado no puede ser otro que la vergüenza ajena. Tal es la desfachatez de sus formas, desastrosas en lo narrativo y faltas de sutileza y decencia en lo ético, que las bromas relacionadas con la Iglesia y la religión resultan irritantes hasta para un ateo. Es por eso que se necesita un mínimo de talento para hablar con cierto sentido y respeto de nuestra sociedad, por mucho que el discurso sea expresado a través de la comedia.

En algún momento del metraje se me pasó por la cabeza concederle a la película la virtud de ofrecernos un planteamiento, aunque mal desarrollado y peor concluido, mínimamente interesante y divertido. Por si no lo saben, Villaviciosa de al lado es la historia de una serie de habitantes de la población (alcalde conservador, opositor con coleta, sacerdote negro, el conocido por todos como “tonto del pueblo”…) que da nombre al film, que, cuando se dan cuenta de que les ha tocado la el Gordo, no ven el momento de ir a cobrarlo, pues el premio ha caído en un club de prostitutas que todos frecuentan. Desde ese momento, tienen tres meses para cobrar el premio sin que se enteren sus mujeres. No seré yo quien niegue las posibilidades de una premisa que, no obstante, está inspirada en los hechos reales ocurridos en un pequeño pueblo de alguna parte de España, por lo que no merece que le sea concedido ni un mínimo de originalidad. Y en lo más trascendente de la cuestión, en ese tratamiento de los problemas de pareja que motivan esa búsqueda de sexo fuera del seno conyugal, el guion de G. Velilla se queda en la superficie y jamás logra trascender el machismo que puebla esta guerra de sexos en la ficción. Por poner un ejemplo, uno de los chistes más elaborados de la cinta consiste en establecer una analogía entre las mujeres y las motos, que, para sorpresa de todos, tiene una funcionalidad narrativa tan inesperada como repugnante. Si analizáramos cada secuencia de manera independiente (mejor ni hablemos de la de apertura), en todas ellas encontraríamos detalles para lapidarla a todos los niveles.

Quien escribe estas líneas puede hacer el esfuerzo de comprender que no todos los seres humanos tenemos por qué reírnos con las mismas cosas, pero no se le pasa por la cabeza que alguien sea capaz de reírse con esta película sin sentir un poco de asco hacia su propia persona. Para mi consuelo, en el pase de prensa la gran mayoría de las risas (que, afortunadamente, fueron muchas menos de las habituales) llegaron con los chistes más cuñados y menos ofensivos, generalmente relativos a la situación político-económica del país. Es cierto que su gracia es la misma que la de aquellos más desfasados, pero al menos no faltan al respeto de quien espera que le sea ofrecido algo medianamente pasable. Si se ofende, lo mínimo es hacerlo con un poco de chispa.
Marty Maher
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6
25 de noviembre de 2016
31 de 37 usuarios han encontrado esta crítica útil
Parece mentira que Robert Zemeckis, que hace un año estrenaba un producto tan mediocre y vacío de interés como El desafío (The Walk), haya sido el encargado de recuperar el sabor y la esencia de esas películas de intriga clásicas con historias románticas de por medio. Para empezar, el desarrollo de la primera mitad de Aliados tiene lugar en Casablanca, lo cual es una más que evidente declaración de intenciones. Corre el año 1942 cuando Max (Brad Pitt), un espía del bando aliado, y Marianne (Marion Cotillard), una compañera francesa, deben fingir ser matrimonio para acabar con el embajador alemán.

El regusto añejo que desprende Aliados es innegable, tanto en el estilo de la dirección como en sus temáticas; y es el añadido más interesante para una historia que, a pesar de haber sido contada con pequeñas variaciones en multitud de ocasiones, resulta atractiva gracias al estupendo trabajo de Zemeckis. El cineasta, sabedor de las posibilidades que encierra una trama que remite al Hollywood clásico, elabora una puesta en escena que combina a las mil maravillas el glamour de la época con las ventajas del cine digital, llenando de vida unos escenarios que ya creíamos obsoletos. Aliados no es ni mucho menos perfecta, pero hay que destacar el mérito que tiene haber recuperado este tipo de cine comercial, donde el qué importa mucho menos que el cómo.

A lo largo de su entramado, Aliados pivota sobre géneros como el espionaje, el drama romántico y el suspense, siendo igual de efectiva en todos ellos. Pasada la mitad del metraje, las reminiscencias del clásico de Michael Curtiz dejan paso a las del Hitchcock de Encadenados y Sospecha, en un juego de identidades que demuestra lo bien que se desenvuelve Zemeckis en los diferentes registros que maneja y lo buen narrador que es. Si la presencia de espejos en muchos de los planos de la primera mitad no parecían más que un recurso estilístico, en la segunda no solo pasan a convertirse en uno narrativo, sino que además le dan un nuevo significado a los primeros. El director se muestra más detallista que nunca en la puesta en escena, y la cámara flota sutilmente por la pantalla en busca de objetos y personajes, con un sentido narrativo a la altura de los más grandes.

Si este trabajo es sustancialmente superior a los anteriores del director de Forrest Gump, probablemente se deba, entre otras cosas, al sólido, delicado y rico guion de Steven Knight, que conecta todos los vericuetos de la trama con precisión. A partir de ahí, es momento de disfrutar de uno de los trabajos de dirección más sofisticados del año. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce en Aliados. Para empezar, no existe química alguna entre la pareja protagonista, con un inexpresivo Brad Pitt que nada puede hacer frente a una Marion Cotillard que, gracias a un gran número de matices, clava todos los registros de un personaje cuyo desarrollo e inquietudes resultan creíbles en todo momento. Hacía tiempo que la francesa no nos regalaba una interpretación tan buena.

Otro de los pocos aspectos negativos de la cinta, notable en casi todas sus fases, es un tramo final un tanto sensiblero que se aleja de las brillantes conclusiones de los títulos mencionados a lo largo del texto. A pesar de estar perfectamente resuelto, como todas y cada una de las secuencias de la película, queda la sensación de que podría haberse cerrado mucho mejor. La sublime narración audiovisual que sobrevuela y le aporta esa mirada clásica a Aliados durante cerca de dos horas, con momentos de gran cine, desaparece por completo para subrayar la emotividad de la conclusión. Pese a todo, es una película que debe ser vista y disfrutada.
Marty Maher
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6
2 de junio de 2015
22 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
Por fin llega a nuestras salas Phoenix, la última película de Christian Petzold, avalada por el Premio FIPRESCI en el último Festival de San Sebastián. Si bien no es la gran película que en cierto modo podría esperarse, sí puedo decir que es un excelente acercamiento a las verdaderas consecuencias del holocausto, exento de manipulación y muy lejos de caer en el pornodrama emocional, en el que tan fácil es caer en una cinta de estas características. Petzold vuelve a contextualizar la historia en el turbio pasado de su país, dotándola en todo momento de una sobriedad y elegancia casi academicista que contrasta con su trasfondo turbador. Una mirada atrás hacia una Alemania (país y población) en ruinas.

Nelly (Nina Hoss), una superviviente de Auschwitz, regresa a su Berlín natal con la cara desfigurada, acompañada por Lene (Nina Kunzendorf), de la Agencia Judía y amiga suya antes de la guerra. Nelly decide someterse a una operación para reconstruir su cara, de la manera más fiel posible a como era antes de la guerra. Una vez recuperada, Nelly comenzará la desesperada búsqueda de su marido, Johnny (Ronald Zehrfeld), que está convencido de que ésta murió en el holocausto junto al resto de su familia. Pese a las advertencias de Lene, que asegura que Johnny fue quien la delató a los nazis, Nelly no cesará en su intento de encontrarle. Pero cuando se produce el reencuentro, Johnny no la reconoce. Ella aceptará hacerse pasar por su mujer, es decir, por ella misma. Esta situación recuerda, salvando las distancias, a una obra maestra como es Vértigo (sí, sé que no soy el primero ni el último que lo dirá).

El primer problema que plantea Phoenix es la dudosa verosimilitud de su guion, donde cada cual tomará un diferente posicionamiento. No dudo que este motivo sea capaz de sacar a más de uno de la historia, pero tampoco creo que sea algo tan inverosímil como algunos dicen. Además de que desconocemos cómo era su rostro antes de la guerra, hay que tener en cuenta la absoluta negación llevada a cabo por los protagonistas, fruto de la culpa y del amor: ella, incapaz de admitir la posibilidad de que su marido la traicionase; él, convencido de que murió y abrumado por la culpa y la evidente posibilidad de que sea la verdadera Nelly. Ambos necesitarán pruebas irrefutables para admitir unos hechos y una realidad que parecen obviar.

El “Fénix”que da nombre a la película adquiere diferentes formas en ésta: una Alemania en ruinas que debe empezar de cero; una joven que necesita la reconstrucción de su cara y, a la vez, de una identidad perdida en los campos de concentración; una relación amorosa destruida por culpa de la guerra; y un club nocturno de nombre coincidente con el título, y en cuyo interior cada uno se busca la vida como bien puede. También se podría aplicar al vestido rojo de Nelly en el primer encuentro con su ex marido, pero no confirma esa condición de Fénix: no la reconoce.

La bellísima y cuidada puesta en escena llevada a cabo por el alemán, contrasta completamente con el fondo desolador de la historia. La (casi) primera mitad de la historia es brillante, con la presentación de la frágil Nelly, fantásticamente interpretada por la actriz fetiche de Petzold, Nina Hoss. La composición de un personaje de remarcada fragilidad, que, con el devenir de los acontecimientos, adquirirá un cariz totalmente desgarrador. Y no olvidemos a una también genial, aunque con una escasa presencia en pantalla, Nina Kunzendorf; ni a un muy buen Ronald Zehrfeld, como réplica a la interpretación de Hoss. Desgraciadamente, la película adolece de una progresiva pérdida de fuelle desde el encuentro decisivo de la pareja (el segundo). En la segunda mitad adquiere un tono casi teatral, con una narración que parece desprovista de la intensidad que sí tenía en un principio. Cuando parece que ya sólo queda asistir al desperdicio de una buena historia, un final de esos que ponen los pelos de punta se encarga de subsanar con éxito ese bajón que parecía no tener solución. Una total demostración de sutileza -en todo el film, aunque aquí especialmente- y talento de Petzold. Así, aunque supongo que involuntariamente, la película actúa también como ave fénix.

No es redonda, pero es un estupendo reflejo de Alemania una finalizada la II Guerra Mundial, y de una de las tantas personas que lo perdieron todo. Como bien dice el personaje de Johnny en una escena: “Nadie se fija en los que vuelven de los campos de concentración. Nadie los va a reconocer”. Phoenix es una de esas películas que, sin saber muy bien por qué (quizá por tener uno de los mejores finales de los últimos tiempos), tiene toda la pinta de ir a permanecer en mi memoria y a mejorar con el paso del tiempo.

Crítica publicada en @dfcinema: http://dfcinema.com/2015/06/02/phoenix-volver/
Marty Maher
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7
12 de enero de 2016
18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cómo se agradecen las películas que no toman al espectador por tonto, que invitan a éste a inmiscuirse en la vida de sus personajes para indagar en su pasado y que apelan a las emociones a través de palabras, silencios y simples miradas. Se echa en falta que las imágenes y diálogos permitan respirar a un espectador cada vez más pasivo, menos curioso. Pero Un otoño sin Berlín es una pequeña lección de gran cine; del que demuestra, una vez más, que debemos confiar en las hornadas de jóvenes talentos que cada año empiezan a abrirse camino. Una película que arriesga si tenemos en cuenta su condición de ópera prima, pero que triunfa gracias a un evidente sentido de la sensibilidad cinematográfica. No pocos éxitos le esperan a esta película y a esta directora -Lara Izagirre-.

June, una joven de aspecto frágil pero valiente, decide volver a su tierra tras pasar una larga temporada en el extranjero. Cuando llega, intenta retomar su relación con Diego, un joven escritor poco sociable que lleva tiempo encerrado en su casa. Juntos, serán el fiel retrato de una juventud desencantada y sin expectativas. El pasado, que debemos construir mentalmente a través de algunos detalles que apreciamos en el transcurso de la trama, es una losa que hará que el reencuentro no sea tan agradable como cabría esperar. No sólo es que las heridas del pasado aún no se hayan cerrado, sino que quizá no puedan cerrarse nunca.

Izagirre nos introduce de lleno en la intimidad de sus protagonistas. La invasión en sus vidas, hogares e incluso sentimientos nos permite empatizar con los personajes y la propia historia de (des)amor desde los primeros planos. El paso del tiempo no perdona, y esta película lo muestra de una manera tan certera como la vida misma. La cámara persigue en todo momento el rostro de una Irene Escolar que carga con todo el peso de la película a sus espaldas. Ante las complicadas relaciones que mantiene con su padre y con Diego, June logra evadirse en compañía de su mejor amiga -sorprendente Naiara Carmona- y de Nico, un pequeño al que da clases de francés. Ellos son su única salida para enfrentar un fracaso ante el que nunca deja de hacer frente.

Esta ópera prima deslumbra por su capacidad para, paso a paso, sin forzar ningún diálogo o situación, someternos al castigo del desencanto que sufren sus protagonistas. No hay un solo plano que sobre en Un otoño sin Berlín, y esto es gracias a un meticuloso y brillante trabajo de dirección. Ante un final que está escrito desde los primeros compases, y que presagiamos tanto los espectadores como la propia protagonista, Izagirre se guarda la capacidad de conmover, de desmitificar los romances arquetípicos y los finales felices con un índice de acierto inesperado.

Mención aparte merece Irene Escolar, que aguanta con una naturalidad pasmosa la presión de una cámara que rara vez se aleja de su rostro. Solamente el plano final, que no se despega de ella hasta que logra asumir la decepción que debió aceptar tiempo atrás, es merecedor de pagar una entrada de cine. No hay palabras para definir la mejor interpretación femenina de nuestro cine en lo que llevamos de año. Menudo futuro le aguarda a esta joven intérprete, cuyo recorrido no le había permitido demostrar hasta ahora su potencial. No sería justo obviar un reparto que cumple con nota en su totalidad, destacando cada una de las intervenciones de unos secundarios entre los que podemos encontrar alguna cara conocida.

De Un otoño sin Berlín nos llevamos, además de una estupenda película, dos nombres a tener muy en cuenta de ahora en adelante: Irene Escolar frente a las cámaras y Lara Izagirre tras éstas. Crudo a la par que conmovedor reflejo de un tiempo y una generación estancada en un otoño que no parece tener fin -estupendamente representado con un baile en círculos en el que la letra de Museum of Flight juega un papel fundamental-. Sorprendente, cercana y emotiva película que permanece en mi memoria y crece ilimitadamente.
Marty Maher
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2
1 de febrero de 2016
31 de 46 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine español está cambiando, dicen algunos. No puedo estar más en desacuerdo con esa opinión que tan regularmente podemos leer en críticas o artículos sobre películas nacionales, pues no pienso que el cine español esté cambiando, pero tampoco creo que lo necesite. Siempre ha habido directores con talento, y estoy convencido que los seguirá habiendo. Todos los años, sean más fuertes o más flojos en cuanto a nivel de estrenos, llegan a nuestros cines (más bien se crean, pues lo de llegar a los cines tiene su complicación) estupendas películas. Puede que el problema no sea otro que la proliferación de comedias que producimos cada año, cuyo nivel medio es más bien pobre. Y, por si fuera poco, la gran mayoría de éstas repiten los mismos patrones; la originalidad como utopía.

Embarazados es el segundo largometraje de Juana Macías, que debutó en el panorama cinematográfico con Planes de mañana, un drama estupendamente confeccionado. La directora abandona el drama de historias cruzadas al más puro estilo Amores perros, para introducirse en el terreno de la comedia dramática. La premisa de Embarazados es de lo más simple: Una pareja está intentado tener un bebé pese a algunos inconvenientes: él tiene un esperma pobre, vago y anormal, y ella se encuentra en etapa premenopáusica a pesar de tener sólo 37 años. Nos encontramos pues ante el escenario ideal para realizar una exhibición desinhibida de falta de creatividad y amor por los estereotipos. No hay un solo personaje en la película que no esté estereotipado, ni una situación que sorprenda por novedosa o por bien ejecutada, y mucho menos algún gag que, dando por hecho su nula originalidad, sea capaz de sacar más que las risas de los menos exigentes. Los que se ríen por todo aquí también se reirán, eso está claro.

Pero no seamos excesivamente duros, pues la película también sus cosas positivas, o al menos mínimamente dignas de rescatar. El mayor de los problemas, además de que pienso que Juana Macías tiene algo de talento (que aquí no demuestra, ni mucho menos), es la brusquedad con que están introducidos los elementos dramáticos en la narración. Como comedia romántica tiene un pase, y se lo debe única y exclusivamente al buen hacer de su reparto. La química entre Paco León y Alexandra Jiménez, a pesar de que él patine un poco cuando le toca ponerse serio, es una grata sorpresa. Pero creo que la culpa no es suya, sino de esa brusquedad con la que son ejecutados los giros dramáticos. Los secundarios no mantienen el nivel de la pareja protagonista, aunque las pequeñas apariciones de Karra Elejalde aumentan considerablemente el nivel.

Embarazados no es una película dañina, ni mucho menos, pero el interés decae sustancialmente cuando se pone intensa y entra en un laberinto dramático del que no podría salir de peor manera. El regusto amargo que se introduce con intención de aportar realismo a la historia, se pierde en el preciso instante en que la película concluye de la forma más artificial y previsible que podíamos imaginar. Y el problema no es la previsibilidad del final (que también), sino lo que éste ejemplifica. ¿Cuál es el mensaje de la película? Lo siento, pero prefiero no saberlo. Al menos podemos disfrutar de las siempre agradables vistas de la ciudad de San Sebastián, algo que debemos agradecerle al director de fotografía, Guillermo Sempere, que se aleja de la corriente actual del filtro de Instagram.
Marty Maher
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