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King Kong (1933)

King Kong
100 min.
7,3
30.486
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Escena (Español)
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Sinopsis
Un equipo de cine van a rodar una película a la misteriosa isla de Teschio, al este de Sumatra. Allí los recién llegados descubren la existencia de una civilización prehistórica y de una tribu ancestral que secuestra a la atractiva Ann, la actriz protagonista, para ofrecerla en sacrificio ritual a King, un gigantesco gorila. (FILMAFFINITY)
Género
Aventuras Fantástico Terror Simios Dinosaurios Cine dentro del cine Stop Motion
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
King Kong
Duración
100 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Grupos
King Kong Adaptaciones de Edgar Wallace
Links
"Sin duda, una de las mayores cotas de virtuosismo alcanzadas en el cine de todos los tiempos (...) espectacular, deliciosa e inolvidable (...) realmente fascinante"
[Diario El País]
11
10
Positiva
0
Neutra
0
Negativa
8
Apasionante relato de monstruos, aventuras y terror, que marcó un hito en el uso de los efectos especiales
Dirigida y producida por Merian C. Cooper y Ernst B. Schoedsak, cineastas aventureros especializados en documentales. Se rodó en los Estudios Culver (California) y en New Jersey, NYC, San Pedro (LA) y en el Shrine Auditorium (LA). Costó 650.000 dólares. Se estrenó el 7-IV-1933, con gran éxito de público.

La acción tiene lugar en NYC, en el vapor S.S. Venture y en la imaginaria isla Calavera (Skull Island), del SO del Pacífico, en 1931/32. Narra la historia de Ann Darrow (Fay Wray), bella actriz en paro, que hurta para poder comer. El cineasta Carl Denham (Robert Armstrong), a la búsqueda desesperada de una actriz para la película que quiere rodar sobre un gran gorila, la contrata.

Es una película de monstruos, destinada a provocar suspense y terror, con dosis elevadas de violencia y de erotismo, gracias a una aplicación del Código Hayes más laxa que en épocas posteriores. Con todo, se eliminaron escenas de NYC, incorporadas al film posteriormente, y la escena del ataque de arañas gigantes a los expedicionarios en isla Calavera. Es, además, una versión singular del antiquísimo mito de la bella y la bestia, sin final feliz. No sólo se enamora Kong de Ann, sino que además pone en peligro su vida para librarla de peligros y amenazas. Kong encarna la triple figura de monstruo, bestia enamorada y esforzado caballero andante que vela por la dama. La película denuncia la inmoralidad y el grave error de Denham de apresar a Kong para utilizarlo como animal de feria, sin prever las consecuencias. Se añaden elementos de crítica social, como el afán desmedido de lucro de Denham y la juxtaposición en NYC de miseria (colas de personas sin techo) y opulencia (colas de personas que han pagado 10 dólares para ver a Kong). Es una película de cine en el cine, de gran interés. Plantea y aborda el viejo conflicto entre la ciudad y la naturaleza.

La música, de Max Steniner, se apoya en una masa orquestal muy numerosa, que da densidad y solemnidad a la composición. Diferencia los momentos románticos, de intriga y de terror. La fotografía contiene elementos propios de un film de serie B, con escenas tomadas de films anteriores, niebla que reduce el escenario, etc. La parte que incluye efectos especiales constituye un alarde de imaginación, trucos visuales (Kong era un muñero articulado de 45 cm.) y recursos técnicos novedosos (stop-motion, rear projection). La estética de los decorados está tomada del cuadro "La isla del diablo", del pintor Arnold Bocklin. El guión cuenta una historia interesante y hace uso de una narración austera, intensa y de aire documental. La interpretación de Fay Wray, pelirroja de ojos miel, realiza un trabajo excelente. Los directores hacen de Denham su propio "alter ego" y realizan un vistoso cameo como piloto y artillero de uno de los aviones de la secuencia final.

Película gratamente compleja, que marcó un hito en el uso de los efectos especiales, creados por Willis O'Brien. Obra clásica e imprescindible.
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59 de 63 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Me niego a romper ese hechizo...
Tal vez me equivoque, pero creo honestamente que un adecuado criterio de selección fílmica constituye un factor esencial en ese mágico proceso de forja y consolidación de corazoncitos cinéfilos.

Afortunadamente yo soy uno de esos privilegiados que, desde muy temprana edad, nutrió su pasión cinéfila a base de pelis como “La diligencia”, “La reina de África” o “Con la muerte en los talones” y que, por lo tanto, jamás hubo de tragar con Harry Potter ni con cualquiera de esas bazofias que la industria cinematográfica actual cocina para niños y adolescentes. Pero bueno, vayamos al grano. Hoy no toca hablar de diligencias, barcazas ni aeroplanos. Ni mucho menos de aprendices de brujo. Hoy toca hablar de todo un mito del celuloide: King Kong.

Tuve la oportunidad de ver la peli de Cooper & Schoedsack como mandan los cánones, en pantalla grande, sumido en la penumbra de una vieja iglesia carmelitana que mi colegio había reconvertido en sala de actos. Cada trimestre la ‘pedagogía del espectáculo’ escolar programaba una peli y, lógicamente, esa eventualidad solía ser bien acogida por la mayoría de alumnos. Recuerdo con nostalgia como los austeros bancos parroquiales castigaban nuestras tiernas rabadillas, pero cuando el potente haz de luz del proyector cercenaba las tinieblas y dejaba al trasluz las miles de motitas de polvo que flotaban en el ambiente, la algarabía inicial enmudecía súbitamente y el silencio se adueñaba de la sala. El día que pasaron “King Kong” ese silencio se prolongó más allá de lo habitual y casi podría decirse que el centenar de mocosos que abarrotábamos el auditorio caímos abducidos de inmediato por el embrujo de unos fotogramas en blanco y negro absolutamente fascinantes.

Cierto es que al margen de las siniestras imágenes de la isla de la Calavera, de la etérea sensualidad de Fay Wray y de la mítica secuencia final en el Empire State, poco más recuerdo de la peli, pero debo confesaros algo: me niego rotundamente a verla otra vez...

No me apetece para nada comprobar lo mal que ha envejecido. No me interesa en absoluto corroborar como algunas de las interpretaciones son lamentables. Me resisto a admitir que Kong no midiera realmente quince metros...

Lo siento, amigos. Me niego rotundamente a romper ese hechizo.
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94 de 134 usuarios han encontrado esta crítica útil
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