Eva (2018)

EVA (el nombre más allá de este film) es una metonimia, Eva es la tentación, Eva es la concentración en tres mínimas letras de toda historia, real o ficticia, de la pérdida de un paraíso.
Y quién no ha perdido un paraíso, ya sea por una atracción fatal (por ejemplo este film) o por lo que fuere.
La contracara de una pérdida de la arcadia es, justamente, su hallazgo. Y eso es lo que le ocurre al ambicioso e insatisfecho protagonista, al que por azar se le abren las puertas de lo único que le faltaba para la plenitud. Sí, porque dinero y buen pasar tenía, una bella mujer también, un entorno de cuento de hadas, ente los Alpes y Paris (nada más bello que París, salvo el recuerdo de París ha dicho Chris Marker).
Faltaba la fama y el azar se la sirve en bandeja de plata.
Sin embargo para la criatura humana “Todo” no es suficiente: La atracción por lo tortuoso, lo mórbido en fin, lo prohibido, como la historia de la otra Eva, la de Adán, prevalece y las montañas nevadas que encuadran al film son, si se me permite, un símbolo de cuán grande puede ser el abismo en el que el alma cae…cuando cae.