Felices dieciséis (Sweet Sixteen) (2002)

Como si de un sarcástico epitafio se tratara, el título de la peli le sirve como pretexto al multipremiado Loach para tirar de la madeja y desliar las miserias y las mezquindades que acontecen en un pueblecillo escocés pero que podemos evidenciar en cualquier ghetto periférico europeo.

El brutal desenlace con el que culmina el cumpleaños de Liam no es más que la punta del iceberg del maltrecho estado del bienestar, cuyas deficiencias podríamos facilmente extrapolar a determinados suburbios de Barcelona, Madrid o Valencia y que tan sólo acaparan el interés de la audiencia que hinca el diente mientras de soslayo le echa un ojo al Telediario.

Afianzado por el beneplácito de la crítica internacional, Loach aparca esta vez su cacareada denuncia social cimentando su trabajo en un formidable guión que desmenuza magistralmente el devenir de Liam, su pálpito vital. El valeroso enfrentamiento con el que replica el maltrato de su padrastro y abuelo; su obstinado empeño en encontrarle cobijo a su madre; la incuestionable fidelidad hacia su amigo-hermano Pinball y el instinto proteccionista hacia su hermana mayor y su sobrino constituirán los acicates suficientes como para robar, traficar, ostiarse o incluso matar y alcanzar de esta manera sus objetivos. Es la ley de la calle, amigos, donde el fin justifica los medios. Donde vivir al filo de la navaja es tan natural como dormir, comer o cagar.

Son tres las películas que llevo vistas de Loach y una vez más ocurre que la historia que cuenta la película es un medio para mostrar un contexto que es el real protagonista.

Buena muestra de lo que es la calle, plasmada en la vida de un chaval con una vida díficil que no cesa en el empeño de buscar soluciones y que para encontrarlas opta por los peligrosos caminos a los que puede acceder.

Gran lección que demuestra que en el mundo de los desheredados, todos son vícitmas. Que sirva la lección para aquellos que creen que combatir el narcotráfico es perseguir y apalear a los vendedores: El camello es una víctima más que encaja perfectamente como pieza de la maquinaria del sistema.