La grandeza de vivir (2007)

Hay películas que no pasan a la historia, pero que nos hacen pasar un rato agradable, nos hacen sentir optimistas, nos alegran y nos evaden de las tristezas y penurias diarias. Esta es una de ellas. Nos cuenta cómo es posible sentir, vivir, soñar, ilusionarse, valorar lo cotidiano cuando llegas a la tercera edad. Para ello se vale de un elenco de actores magnífico con una Vanessa Redgrave elegantemente joven pese a su edad, la siempre sólida Imelda Staunton, un gruñón entrañable encarnado por Joss Ackland y una deslumbrante Hayley Atwell, que es la espoleta causante del despertar de sentimientos, actitudes, intenciones guardadas durante mucho tiempo en el baúl de los recuerdos. A veces el cine parece sencillo, pero por la brillante sencillez del resultado.

Película pasable sobre tiempos navideños y propio para ver en tales fechas.

Trata de una residencia de ancianos, de las caras, para ancianos que se lo pueden permitir. La mujer que regenta la institución contrata a su hermana menor como sirvienta, y de repente tiene que ausentarse durante una semana dejando todo a su cargo. La joven hará cambios sorprendentes, sólo a base de comportarse tal como ella es y exigiendo a los ancianos que no jodan demasiado y se avengan a ser más cordiales y solidarios entre ellos, aprovechando que llega la Navidad (sí, la Navidad, esa fiesta religiosa, cristiana, casi mundial o católica, que celebramos en honor de un hombre llamado Jesús de Nazaret, nacido hace aproximadamente unos dos mil años).

Lo mejor de la película son sus reflexiones. Por ejemplo:

"No sé qué es peor si morir o ser el que observa al que se va sin poder hacer nada."

"No seas de esa clase de mujeres que cree que sólo puede hacer algo en la vida si tiene a un hombre a su lado."

"Sólo ves las cosas como son cuando estás a punto de irte."