Rester vertical (2016)

"Mantenerse erguido, de pie". Esa es la traducción del título de la nueva película de Alain Guiraudie, y esa es la consigna que mejor describe su cine. Sus obras arrancan en el interrogante y crecen en la dispersión. En sus fotogramas no hay temas, asideros o personalidades definidas. Presentan cierta delectación por la Francia rural, pero ese entorno no resulta ni bucólico ni agreste: actúa como representación simbólica del estado anímico de sus personajes, como metáfora de su confusión, sus deseos de huida y la angustia que sienten al saberse inmersos en un espacio entre plácido y amenazante. Hay un interés evidente por ofrecer un retrato de la sexualidad y de la homosexualidad sin cortapisas mediante seres anodinos que, a la contra del esteticismo de cierta corriente LGTBI, copulan como actúan: movidos por instintos, a capricho, libres y volubles. En Rester vertical, todas las convenciones sociales quedan pervertidas hasta construir un conjunto surrealista cuyo tono se acerca al de una "comedia triste": la trama suma una madre sin instintos maternales, un guionista que no escribe, referencias bíblicas desprovistas de cualquier misticismo e instantes carnales que rehuyen de cualquier erotismo para ser, simple y llanamente, estampas de sodomía. En definitiva, un ejercicio de cine personalísimo que reniega de cualquier consenso, de toda semántica. Y precisamente por eso Rester vertical evoca más temas y provoca más sensaciones que la mayoría de estrenos. Un reto que sólo se puede asumir desde el rechazo o desde el gozo. Sin término medio. Guiraudie, para bien o para mal, confirma que no está dispuesto a dar su brazo a torcer. El cine se desarrolla en horizontal, pero él aboga por la verticalidad. Por ello, más que ninguna otra de sus producciones, Rester vertical funciona como declaración de intenciones y como síntesis perfecta del celuloide de Guiraudie. También como su mejor película.

Xavier Vidal, @CinoscaRarities
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Luego de la extraordinaria y sorprendente ‘El extraño del lago’, el realizador francés Alain Guiraudie regresa con otra película nada convencional plagada de peculiares personajes que viven en un mundo donde la línea entre lo real y lo irreal prácticamente no existe.

Leo es un cineasta que viaja en auto en busca de una historia que le permita desarrollar un guion en el que viene trabajando sin poder avanzar, de pronto ve a un joven al que invita a hacer una audición, atraído por su particular rostro y quien le rechaza, el joven vive con un viejo en una casa al borde de la carretera.

Leo sigue su camino y en una campiña conoce a Marie, una chica que pastorea ovejas, ella vive con sus dos hijos y su padre, ambos terminarán enamorados y al poco tiempo tendrán un hijo, al que, tras el abandono de Marie, Leo deberá criar al pequeño a la par de intentar encontrar la inspiración para por fin terminar ese guion.

Con personajes que, tal como en sus filmes anteriores, son periféricos y perdedores trazados con total humanidad, la historia se sucede en un mundo que roza lo bizarro y lo absurdo, donde sin empacho se muestran escenas de sexo entre hombre y mujer, o entre dos hombres, o un parto natural en primerísimo plano, y toca diversos temas como la renuncia a la maternidad, la paternidad, la eutanasia y demás.

Guiraudie explora la vida de un personaje cuya vida de pronto entra en un tobogán en una caída que no se detiene, y para ello crea un universo en esa campiña donde lo que se ve no se sabe bien si es real o un (mal) sueño, y donde los personajes deben buscárselas para poder sobrevivir.

Guiraudie consigue una película bastante creativa y de plena libertad, lo mismo desconcertante que fascinante, que conmueve y sorprende y que no deja indiferente a nadie.


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