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El hombre y el monstruo (1931)

El hombre y el monstruo
98 min.
7,5
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Escena (ESPAÑOL)
Sinopsis
Ante un auditorio científico el doctor Henry Jekyll expone su teoría de que el ser humano está dividido en dos personalidades, una positiva y otra negativa, y que ambas se pueden separar, pero no logra convencer a sus oyentes. Después de visitar a su prometida Muriel, y paseando con su amigo el doctor Lanyonal que intenta convencer de que su idea es viable, conoce a una joven artista de music-hall, Champagne Ivy. En su laboratorio Jekyll experimenta con una droga y se transforma en el señor Hyde y, bajo esta personalidad y por medio de amenazas, se convierte en amante de Ivy... (FILMAFFINITY)
Género
Terror Ciencia ficción Drama Siglo XIX
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
Dr. Jekyll and Mr. Hyde
Duración
98 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Grupos
Adaptaciones de Robert Louis Stevenson
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Premios
1931: Oscar: Mejor actor ex-aequo (Fredric March). 3 nominaciones
1932: Festival de Venecia: Sin carácter competitivo
"La mejor adaptación para la pantalla de la obra de Stevenson (...) alarde de imaginación estética y de experimentación formal que ofreció en esta obra maestra (...) soterrado erotismo y una latente violencia al drama del científico de doble personalidad, que interpreta con fuego en la mirada Fredric March"
[Diario El País]
7
7
Positiva
0
Neutra
0
Negativa
8
La blasfemia suprema
La década de los años treinta del pasado siglo fue tan fructífera para el cine fantástico que nadie dudó en calificar como: “La edad de oro” del género. La Universal estaba en pleno apogeo de obras maestras como: “Drácula”, “Frankenstein” o “La momia”, es por lo que la Paramount pasó al contraataque con esta excelente película del injustamente valorado Rouben Mamoulian, un director creativo que no se conformó con ser un asalariado al servicio del Estudio. En medio de la recesión económica, la gente acudía al cine para evadirse de la triste realidad, ya fuera viendo comedias locas o films fantásticos o de terror. Eran tiempos de experimentación con los nuevos medios técnicos del sonoro, y el panorama se presentaba muy fértil y creativo.

Esta es en mi opinión, la mejor versión sobre el libro de Stevenson, una adaptación impecable, turbadora y audaz para la época, muy superior a las versiones de Victor Fleming, Terence Fisher y Jerry Lewis. Comenzando con plano subjetivo de larga duración que el cineasta nos muestra como punto de vista de Jekyll. El film está repleto de hallazgos visuales y narrativos, su contundencia dramática es expresada en el decorado y el vestuario, ambientada con una fotografía de clara influencia expresionista. El cineasta no intenta juzgar la conducta humana, sino que pretende investigar desde el respeto (separar en el alma, lo bueno de lo malo), con lucidez y pasión. Todo lo contrario que la versión de Fleming que era moralista y romántica en exceso con el claro look de MGM, glamurosa con sus estrellas (Tracy, Bergman y Turner). Aunque Frederic March y Miriam Hopkins están esplendidos en esta versión.

Jekyll es un personaje reprimido cuya obsesión por el sexo llega a tal extremo que necesita adelantar la fecha de su boda con Muriel (una discreta Rose Hobart), es a través de su otro yo (Hyde), el que le sirve para liberar sus bajos instintos con la prostituta Ivy (Hopkins), e intenta liberarse de una sociedad burguesa, conservadora en plena era victoriana en un Londres de nieblas, luz de gas, carruajes lujosos, capas y sombreros de copa. Mamoulian plasma esa dualidad de ambos personajes, la mutación física mediante trucos ópticos y el montaje, con poderosos elementos expresivos como son los espejos, la utilización de la pantalla dividida contraponiendo a Muriel e Ivy, dos mujeres que muestran las dos clases sociales con respecto a las identidades de Jekyll y Hyde. Una extraordinaria reflexión sobre la condición humana.
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18 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
Hay fronteras en la vida que nunca deben cruzarse
El ser humano no puede, en ningún sentido, simplificarse a los conceptos de bueno y malo, por el clarísimo hecho de que todo hombre, o mujer, lleva dentro de sí cualidades, potenciales, defectos y restricciones, que afloran de tanto en tanto según sean las circunstancias en que se encuentre inmerso(a). Pueden, en cada persona, prevalecer unas u otras inclinaciones, pero, en determinadas eventualidades, el hombre considerado bueno podría actuar como un déspota o un malvado, y el hombre supuestamente malo, podría dar prueba de una bondad y una dignidad insospechadas.

Con rigor, no puede hablarse de que haya dos entidades opuestas que nos habitan y menos que éstas puedan separarse para que cada una viva independientemente con todos sus extremos. Pero si puede el hombre ser ángel de día y demonio de noche, cuando su polo oscuro posee tanta, o mayor intensidad, como su polo de luz. Objetivamente, el ser humano es una entidad tripartita: Espíritu, mente y cuerpo, con potenciales que, en primer término, permiten catalogarlo como un heredero forzoso. Hereda cualidades y talentos, debilidades y falencias que cultivó en vidas pasadas y al tiempo carga con rasgos de carácter que heredó genéticamente de sus padres y de los cuales le es muy difícil sustraerse. En este sentido, es que me atrevo a afirmar que todo hombre es, a su manera, un poseso.

El mal –como ya lo demostrara brillantemente, Albert Einstein- no existe. Así como la oscuridad es ausencia de luz, el mal es carencia de entendimiento y alejamiento de la Unicidad. Pero nada de lo que el hombre pueda hacer, puede llevarlo a que pierda, definitivamente y para siempre, su legítima grandeza y su hálito de divinidad.

<<EL HOMBRE Y EL MONSTRUO>>, es una novela relevante y una magnífica película, en el sentido de que nos induce a reflexionar sobre esos "dos lobos" (bueno y malo) que todos sentimos dentro y que, como dicen los hindúes, "el que dominará en mí será aquel al que yo alimente". Muy sabiamente, y distanciándose un tanto de los conceptos del siglo XIX de que se sirve el autor de la novela, Robert Louis Stevenson, el director Rouben Mamoulian, nos recrea a Jekyll como el civilizado profesional (médico) de corazón grande, que decide jugar a alimentar sus instintos primarios y secretos, y así nace Hyde (asociable al inglés, hide=oculto), el hombre primitivo (la caracterización física nos remite enseguida al hombre de Neardenthal) que, ajeno a la conciencia y al autocontrol, da rienda suelta a un afán posesivo, egoísta y malvado, que fácilmente se extralimita. ¿La pócima? Podría ser cualquier sustancia psicoactiva que produzca desinhibición y embotamiento de la capacidad de raciocinio.

El filme da cuenta, una vez más, de un director innovador y hábilmente recursivo (magnífica ambientación, efectos de maquillaje, composición de imágenes...) y es indudable que nos pone a pensar, muy en serio, sobre los misterios de la esencia humana.

En contra de los productores, que querían a, Irving Pichel, como protagonista, Mamoulian consiguió imponer a Fredric March (a quien ellos consideraban un comediante) y el resultado fue una magistral interpretación dual, que terminaría galardonada con el premio Oscar; y merecido reconocimiento a, Miriam Hopkins –quien prefería en principio el rol de Muriel Carew, la prometida de Jekyll-, quien termina encantándonos y sorprendiéndonos como la coqueta víctima de los desmanes de Mr. Hyde. Con todo, queda reconocer que, Rouben Mamoulian, ha logrado aquí una verdadera joya cinematográfica.
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16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
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