El gran Gabbo (1929)

El gran Stroheim dirige y protagoniza esta película en la que se propone el tema del ventrílocuo y su muñeco (no sé si será la primera vez que se trata en el cine) dentro del mundo de las variedades allá por los años 20.

Él, Gabbo, hombre de carácter fuerte y agresivo, lleva dos años con una dulce mujer, su ayudante, a la que humilla constantemente. A raíz de la más fuerte y última de sus peleas, ella marcha para no regresar. No lo admite nada más que en boca de su muñeco: se siente apenado porque, después de todo, la ama. Sin embargo, desde este momento su carrera asciende meteóricamente, nada menos que hasta Broadway, donde no sólo encontrará el éxito, sino también a su antigua amante.

A mi modo de ver se trata de una película correcta, quizá excesivamente plagada de números musicales corales que no aportan demasiado a la trama y ralentizan el ritmo (excepto el número de la araña). Esto hay que verlo también en su contexto: nos encontramos en el año 29, apenas se acaba de comenzar a utilizar el sonido, e interesa mostrar imágenes que hasta hace poco no era posible por la limitación de los medios técnicos. Además, está tratándose de mostrar de forma paralela la representación de un espectáculo de variedades y los problemas de los protagonistas.

Como musical me parece bueno, con números originales, variados, pero que han quedado algo anticuados. Como drama, creo que se podría haber ahondado mucho más en el triángulo amoroso y en los sentimientos de cada uno de los personajes. Creo que hubiera sido una película más interesante si no hubieran haberla querido hacer musical.

El inquietante mundo de la ventriloquía no podía encontrar un intérprete mejor para encarnar el desasosiego y ese misterio de la dicotomía personal que tiende hacia la esquizofrenia.
El papel está hecho para E. von Stroheim.
En el juego psicológico de lo cotidiano, cuando se comparte la vida con un muñeco que habla se corre el riesgo de confundir la realidad y la ficción. Hacérselo descubrir al espectador en una permanente atmósfera de ambigüedad es el mérito del guionista y del director.
Crear la magia en la pantalla es algo reservado a un actor excepcional.

El hombre del monóculo firmó un pacto con los dioses del celuloide para que sus películas merecieran un lugar en el Parnaso.