That's What She Said (2012)

A Carrie Preston la conocemos por ser la Arlene Fowler de “True Blood” pero también ha hecho sus pinitos detrás de las cámaras dirigiendo cintas indies como “29th and Gay”, algún corto y ahora “That's What She Said”, una de las mayores defecaciones cinematográficas según público y crítica del 2012. Su película es un relato claramente femenino sobre las figuras de Alia Shawkat, Anne Heche y Marcia DeBonis y puede tener sus fans, con su vocación de erigir un monumento low-cost sobre la amistad dentro de una narración de un día en la ciudad de Nueva York. Adicciones sexuales y escenas presuntamente locas aparte, el funcionamiento de la película de Preston desea establecer una conexión emocional con un público femenino o gay-friendly a costa de su perspectiva por y para mujeres.

Pese a su extravagancia y masturbación en transporte y lugares públicos, el sexo, las drogas, el alcohol y, por supuesto, los hombres, están a la orden del día entre lesbianas y venganzas. Los papeles principales están definidos sobre el peso de la decepción en una relación: la reciente ruptura, el despecho por el abandono, el desencanto por el desplante en la primera cita… A raíz del éxito de “La boda de mi mejor amiga” miedo da pensar en que el universo cinematográfico se llene de habladoras copias de bajo presupuesto con más intenciones que ideas, y estridentes y recargados libretos donde el humor se decanta por lo barriobajero: consoladores, situaciones grotescas con la tercera edad, infecciones de hongos en la entrepierna y vomitonas espontáneas. Que sus personajes sean tremendamente imperfectos no exonera a Carrie Preston para caricaturizar su propuesta cinematográfica a niveles de vergüenza ajena. No quiero pensar qué pensarán los populosos haters de “Los amantes pasajeros” si vieran esta película… ¿Suicidarse tragándose su propia lengua como poco?

Aparte de inverosímil y estúpida, “That's What She Said” no produce nada emocional en el espectador salvo asco y pena ante la pérdida de tiempo y su escenario (Nueva York) no es para nada explotado o reivindicando entre tanta ineptitud cinematográfica. Como todo forma de parte de un teatrillo cutre, llega la catarsis inflada, sobredimensionada y de manera tan improvisada que es ahí, en ese momento dramático y lacrimal, donde comienzan las risotadas. ¡Qué vergüenza! Eso es lo que ella dijo… como espectadora de todo este circo feminista. ¡Qué vergüenza! Al final todo se resume en un anuncio de móviles. Bebe (DeBonis) lleva un móvil del pleistoceno que ni siquiera tiene listado de llamadas recibidas… y todos sabemos que eso es imposible y absurdo… aunque, ¿qué no lo era antes? Para terminar de asesinarnos cerebralmente y/o a golpe de arcadas, llega un final de mielda: la cámara se desplaza en un plano secuencia filmado con la misma pericia que un vídeo porno amateur alrededor de esas mujeres —que nos importan tanto y queremos como una invasión de hongos en nuestra entrepierna— para salir de local cutre donde se encuentran, cerrar la puerta y presenciar el H-O-R-R-O-R a través de un cristal.

Freddy Krueger no lo hubiera podido hacer mejor…