Amigos muy íntimos (1982)

Los reproches siempre llegan para herir corazones. Es lo que pasa aquí. No es mala película, ni mucho menos. Los recién casados se enfadan entre ellos por unos y otros motivos y nos pueden parecer enfados tontorrones, pero así están las cosas. La película va de eso y, a pesar de lo poco que nos pueden importar esos motivos, tiene sus momentos peculiares. Desde luego no será la película que uno ande buscando con ahínco, pero si llega sin más opciones y te engancha, tampoco es para lamentarlo. Se toma y no sienta mal. Se evade sin más problemas.

Tiene un buen despliegue de temporales. Se crea un fondo muy bueno con la naturaleza. Es un acompañamiento interesante para las presentaciones; un frío exterior inmenso, más furiosos temporales en la siguiente parada, crean un bonito y efectivo contraste con el calor del hogar cuando están en las casas de uno o de otro, de los padres de él o de los padres de ella. Está bien trabajada, no es ninguna pachanga.

Otra cosa puede ser que Burt Reynolds no sea el acompañante ideal de Goldie Hawn, a lo mejor Steve Martin habría quedado mejor, aunque éste y Chavy Chase, por ejemplo, son para algo más gracioso. Goldie es una fija en este tipo de películas de comedias románticas y ha tenido a su lado a todos los de su gremio: Chavy Chase, Warren Beatty, Peter Sellers... incluso Mel Gibson. Aquí fue el turno de Burt Reynolds.

Años ochenta. Los tiempos han cambiado o están cambiando y el matrimonio ya no es lo que era, antes para toda la vida, para tener hijos y eternamente vivir juntos, ahora ya no hace falta, a ver qué pasa, si dura, y lo de los hijos es una quimera, qué pereza, trabajan ambos fuera. Hemos pasado de la responsabilidad a la perpetua inmadurez como eximia forma de vida, proceso o tendencia histórica que todavía no ha terminado ni mucho menos, seguimos trabajando en ello, dale que te pego.
Y de Los Ángeles a tierra más adentro, American Buffalo. De la libertad creativa a la opresión de la pequeña familia y pueblo, grande infierno.
La película es brillante en algunos diálogos y tiene un constante sentido del humor que se agradece mucho, rara cosa, a veces irónico, otras más sarcástico. En su debe el tono pedantesco estirado por momentos y el retrato de la relación tan frívolo como a ratos directamente estúpido muy especialmente en su tramo final. Gana en las visitas familiares, pierde cuando están ellos dos solos, turreros. Ella es una antecesora de Meg Ryan, su madre interpretativa, muy de gestitos, morritos y posturitas, bonita, artificiosa, femenina, él es bastante plano limitado, una heterosexualidad muy macha a la par que muy afeminada valga la chorrada. Y sus personajes tampoco son la gran cosa, ella hace de bebé tontorrón consentido y mimado, se ahoga en un vaso de agua, se suicida en un salón de té, y él de pasmarote atontado, sin fuste ni personalidad, ella le maneja a modo, él se deja llevar mientras intenta salirse con la suya, darse gusto. Sus padres, muy sobre todo las madres, se los comen crudos, en todo, ellos parecen en comparación unos de muy pocas luces y nula voluntad de teta críos.
Recuerda en algunos momentos a esas películas que hacía por esa misma época más o menos (quizás un poco antes) Redford con Jane Fonda, Decalzos en el parque, o Barbra Streissand, Tal como éramos, o tal vez Dos en la carretera o algo de Neil Simon o a la de Brooks La fuerza del cariño o Kramer contra Kramer o incluso a Gente corriente, un realismo costumbrista de clases medias (Ricas y famosas quedaría fuera de esta categoría pese a que también tiene que ver en otro sentido; recorrido vital sobre una relación tan amada como siempre en crisis) tierno y ácido, una mirada melancólica triste y guasona, el deseo de atrapar con las redes llenas de agujeros de la memoria la voluble e inconsistente y absurda realidad a través de la ironía y la observación, la crítica y la ternura, la miseria y la compasión.