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Voto de Macarrones:
7
Drama Siglo XVI. Teresa de Cepeda y Ahumada, hija de un hidalgo de Ávila, se resiste a aceptar su papel de mujer en un mundo de hombres: no quiere limitarse a ser esposa y madre. Siente que tiene que haber algo más elevado. Quiere escribir, quiere leer, quiere aprender. En busca de ese “algo” que le falta, ingresa en un convento de clausura. Su decepción no puede ser mayor: tras las paredes del claustro reina el materialismo y la misma ... [+]
11 de marzo de 2007
43 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película, para que el espectador conozca el ambientillo en el XVI, empieza con las típicas imágenes de brujería, obispos dándose a la gran vida, autos de fe y caballeros guapetones al trote en el mejor estilo de cualquier bodrio histórico. "Madre mía, esto lo han montado con recortes de Los Borgia", pensé.

Después de esta introducción hecha al estilo efectista de los telefilmes, llegan los títulos de crédito: los más bonitos del cine español y de los mejores que recuerdo. Ahí empecé a respirar, confiando en que mejorara la cosa.

Después empieza la película, propiamente dicha. Y es, a ratos, hermosísima. Tiene momentos de contemplación, de amor por el detalle y la humildad, de gusto por la luz y la serenidad que recuerdan a Dreyer, a Bresson, a Rossellini y a cualquiera de los grandes que han sabido contar historias de monjas o santos, rodando descalzos y con la cámara enfocando al alma. Es uno de los pocos filmes donde las apariciones de Cristo no son ridículas, donde la evocación de los cuadros (esos berruguetes, esos flamencos, esos barrocos españoles) está hecha con tan sensación de verdad, con tal dignidad, que uno siente que Loriga ha respirado el mismo aire que Mantegna, que mientras el uno pintaba el otro filmaba, ambos de rodillas. Loriga ha aprovechado sus visitas al Museo del Prado y a las exposiciones de Bill Viola y eso se nota.

No le ha ido tan bién en sus visitas al cine, donde se ve que alternó las películas de Dreyer con las de Spielberg y se ha hecho un lío. La intensidad poética de su película es intermitente: de vez en cuando, como una interferencia, se cuela el espíritu peliculero y ramplón, el que se impacienta con los cuadros estáticos y quiere contar una historia, el que deja de mirar hacia el interior y quiere describir lo de fuera, el movimiento, la acción: y ahí aparecen los consabidos malos malísimos, las intrigas de poder contadas de la forma más evidente y burda, las escenitas. La película pierde entonces su humildad y su encanto y se ve entonces todo su efectismo de fiesta de disfraces (nota 1).

Si la juzgamos por sus méritos, es una película más que notable; si lo hacemos por sus defectos, es poco más que pasadera.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Macarrones
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