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Voto de Macarrones:
7
4,8
1.923
Drama
Siglo XVI. Teresa de Cepeda y Ahumada, hija de un hidalgo de Ávila, se resiste a aceptar su papel de mujer en un mundo de hombres: no quiere limitarse a ser esposa y madre. Siente que tiene que haber algo más elevado. Quiere escribir, quiere leer, quiere aprender. En busca de ese “algo” que le falta, ingresa en un convento de clausura. Su decepción no puede ser mayor: tras las paredes del claustro reina el materialismo y la misma ... [+]
11 de marzo de 2007
43 de 61 usuarios han encontrado esta crítica útil
La película, para que el espectador conozca el ambientillo en el XVI, empieza con las típicas imágenes de brujería, obispos dándose a la gran vida, autos de fe y caballeros guapetones al trote en el mejor estilo de cualquier bodrio histórico. "Madre mía, esto lo han montado con recortes de Los Borgia", pensé.
Después de esta introducción hecha al estilo efectista de los telefilmes, llegan los títulos de crédito: los más bonitos del cine español y de los mejores que recuerdo. Ahí empecé a respirar, confiando en que mejorara la cosa.
Después empieza la película, propiamente dicha. Y es, a ratos, hermosísima. Tiene momentos de contemplación, de amor por el detalle y la humildad, de gusto por la luz y la serenidad que recuerdan a Dreyer, a Bresson, a Rossellini y a cualquiera de los grandes que han sabido contar historias de monjas o santos, rodando descalzos y con la cámara enfocando al alma. Es uno de los pocos filmes donde las apariciones de Cristo no son ridículas, donde la evocación de los cuadros (esos berruguetes, esos flamencos, esos barrocos españoles) está hecha con tan sensación de verdad, con tal dignidad, que uno siente que Loriga ha respirado el mismo aire que Mantegna, que mientras el uno pintaba el otro filmaba, ambos de rodillas. Loriga ha aprovechado sus visitas al Museo del Prado y a las exposiciones de Bill Viola y eso se nota.
No le ha ido tan bién en sus visitas al cine, donde se ve que alternó las películas de Dreyer con las de Spielberg y se ha hecho un lío. La intensidad poética de su película es intermitente: de vez en cuando, como una interferencia, se cuela el espíritu peliculero y ramplón, el que se impacienta con los cuadros estáticos y quiere contar una historia, el que deja de mirar hacia el interior y quiere describir lo de fuera, el movimiento, la acción: y ahí aparecen los consabidos malos malísimos, las intrigas de poder contadas de la forma más evidente y burda, las escenitas. La película pierde entonces su humildad y su encanto y se ve entonces todo su efectismo de fiesta de disfraces (nota 1).
Si la juzgamos por sus méritos, es una película más que notable; si lo hacemos por sus defectos, es poco más que pasadera.
Después de esta introducción hecha al estilo efectista de los telefilmes, llegan los títulos de crédito: los más bonitos del cine español y de los mejores que recuerdo. Ahí empecé a respirar, confiando en que mejorara la cosa.
Después empieza la película, propiamente dicha. Y es, a ratos, hermosísima. Tiene momentos de contemplación, de amor por el detalle y la humildad, de gusto por la luz y la serenidad que recuerdan a Dreyer, a Bresson, a Rossellini y a cualquiera de los grandes que han sabido contar historias de monjas o santos, rodando descalzos y con la cámara enfocando al alma. Es uno de los pocos filmes donde las apariciones de Cristo no son ridículas, donde la evocación de los cuadros (esos berruguetes, esos flamencos, esos barrocos españoles) está hecha con tan sensación de verdad, con tal dignidad, que uno siente que Loriga ha respirado el mismo aire que Mantegna, que mientras el uno pintaba el otro filmaba, ambos de rodillas. Loriga ha aprovechado sus visitas al Museo del Prado y a las exposiciones de Bill Viola y eso se nota.
No le ha ido tan bién en sus visitas al cine, donde se ve que alternó las películas de Dreyer con las de Spielberg y se ha hecho un lío. La intensidad poética de su película es intermitente: de vez en cuando, como una interferencia, se cuela el espíritu peliculero y ramplón, el que se impacienta con los cuadros estáticos y quiere contar una historia, el que deja de mirar hacia el interior y quiere describir lo de fuera, el movimiento, la acción: y ahí aparecen los consabidos malos malísimos, las intrigas de poder contadas de la forma más evidente y burda, las escenitas. La película pierde entonces su humildad y su encanto y se ve entonces todo su efectismo de fiesta de disfraces (nota 1).
Si la juzgamos por sus méritos, es una película más que notable; si lo hacemos por sus defectos, es poco más que pasadera.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
nota 1: por ejemplo, la superiora y la monja vieja y resabiada del convento practicando un aborto a lo bestia en mitad del dormitorio común de las monjas; esos clérigos torvos, ese provincial gritón y exagerado, esas orgías ridículas y esos actores sobreactuados, en la mejor tradición española del grito en el cuello y la papada temblona.
===
Esta la vi en los cines Lido, con mi cabra Rifiuti. Primera sesión, poco más de una docena de personas en la sala. Un señor (bastante impaciente, que me daba pataditas en el respaldo) se fue antes de que terminara, quizá expulsado por su próstata, ya que la media de edad de los espectadores del cine se acercaba a los sesenta años. Yo creo que el único representate de la Generación X allí era yo.
Sobre los actores:
En general, están muy bien y dan el físico de la época (ya está bien de actrices con morros siliconados y de actores con bótox).
Geraldine Chaplin parece la madre de Alatriste, por el acentillo que gasta (aunque es verosímil que, en su caso, sea una superiora extranjera, no tengo ni idea de a qué personaje histórico corresponde). La dignidad con la que se mueve por el claustro en su primera aparición a mí me cortó la respiración. Pensé: Esto es una actriz, ¡qué presencia!
Paz Vega es otra actriz maravillosa. Quizá (seguro) mejora el físico de la Teresa original, pero no importa mucho: esto es cine, y cine de monjas, o sea, campo abonado para la idealización. Cuando toca la campana y su sonido se extiende por toda Ávila pensé: Esto a McCarey le habría encantado. A los que no les gusta su pronunciación, les diré que se fijen en Ángel Acebes, que es de Ávila, y mediten qué voz prefieren para la mística (o que se imaginen sus poemas recitados por Muñoz Quirós).
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Esta la vi en los cines Lido, con mi cabra Rifiuti. Primera sesión, poco más de una docena de personas en la sala. Un señor (bastante impaciente, que me daba pataditas en el respaldo) se fue antes de que terminara, quizá expulsado por su próstata, ya que la media de edad de los espectadores del cine se acercaba a los sesenta años. Yo creo que el único representate de la Generación X allí era yo.
Sobre los actores:
En general, están muy bien y dan el físico de la época (ya está bien de actrices con morros siliconados y de actores con bótox).
Geraldine Chaplin parece la madre de Alatriste, por el acentillo que gasta (aunque es verosímil que, en su caso, sea una superiora extranjera, no tengo ni idea de a qué personaje histórico corresponde). La dignidad con la que se mueve por el claustro en su primera aparición a mí me cortó la respiración. Pensé: Esto es una actriz, ¡qué presencia!
Paz Vega es otra actriz maravillosa. Quizá (seguro) mejora el físico de la Teresa original, pero no importa mucho: esto es cine, y cine de monjas, o sea, campo abonado para la idealización. Cuando toca la campana y su sonido se extiende por toda Ávila pensé: Esto a McCarey le habría encantado. A los que no les gusta su pronunciación, les diré que se fijen en Ángel Acebes, que es de Ávila, y mediten qué voz prefieren para la mística (o que se imaginen sus poemas recitados por Muñoz Quirós).