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Voto de Strhoeimniano:
10
Drama Ryoata, un arquitecto obsesionado por el éxito profesional, vive felizmente con su esposa y su hijo de seis años; pero su mundo se viene abajo cuando los responsables del hospital donde nació su hijo le comunican que, debido a una confusión, el niño fue cambiado por otro. (FILMAFFINITY)
7 de mayo de 2014
6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con un guión prodigioso y magníficamente estructurado del propio director, Hirokazu Koreeda, “De tal padre, tal hijo” es un sencillo melodrama que explora, casi como si portara un bisturí e hiciese una autopsia, los lazos que presiden eso que todos conocemos (bien porque la hayamos sufrido o, en el mejor de los casos: gozado) y que llamamos familia. Para esto nos presenta a Ryota (Masaharu Fukuyama), un arquitecto de éxito entregado sin límites ni condiciones a su trabajo y que, al llegar al descanso del guerrero, se encuentra con esa familia que él ha conformado como si fuese otro plano más: esposa perfecta (Machiko Ono) y un hijo de seis años de edad (Keita Ninomiya) al que educa con cierta rigidez en el esfuerzo y del que espera que cumpla TODAS SUS expectativas. Pero esta postal maravillosa pasa a mejor vida cuando reciben una llamada del hospital en la que le comunican que su hijo no es su hijo sino que fue intercambiado accidentalmente en el momento de nacer. Desde ese instante, todo lo que era sólido se desmorona como una torre de naipes ante los dilemas que plantea esta situación en la que lo que creíamos nuestro es en esencia, ¡en la sangre!, un “extraño” que usurpa el puesto del legítimo. Tras esta propuesta, el habilidoso guión de Koreeda construye, con una fluidez y credibilidad muy naturalista, una historia que le permite acercarse a las grandes preguntas, dudas y respuestas que alberga la paternidad a la hora de manejarla.
Y esto lo ilustra desde el contraste que establece entre la lustrosa y aséptica familia de Ryota, frente a la más normal y caótica que encabeza el electricista Yudai (Rirî Furankî). Pero de estas dos células tan dispares, Koreeda situará su visor sobre el elemento en apariencia más seguro, aunque en esencia también más complejo: Ryota. El retrato que establece a lo largo de la película nos acerca a un hombre que ha respondido a todo lo que se esperaba de él (magníficos los apuntes que se establecen en algunos diálogos y por los que atisbamos cómo fue su relación con su padre, y cómo obró con su madre adoptiva) y que cree que esto, y el cumplimiento con su trabajo como cabeza de familia, es salvaguarda más que suficiente para protegerse contra las incertidumbres. Así, en un primer momento, su personaje actuará desde la soberbia y el egoísmo pensando que todo se puede comprar, hasta el amor; pero poco a poco, ese intercambio que precipita el melodrama, también guiará el discurrir de Ryota ayudándolo a comprender la verdadera naturaleza del amor en un melodrama en el que la comedia (como en la vida) también tiene su espacio.
Gran parte del mérito no solo reside en un guión perfectamente calibrado y esa dirección que dota a “De tal padre, tal hijo” de una serenidad en la que nada es subrayado, pero todo es expuesto ante nuestros ojos; también está la virtud de contar con un reparto tan ajustado a los personajes que interpretan. Todos (y sin excepción) están sobresalientes, desde una naturalidad que hace que, en ocasiones, no sientas que estas viendo una película sino que te estás asomando a unas vidas, en la que no hay héroes ni villanos, aunque así lo parezca... Empecemos por el rey de la función: Masaharu Fukuyama. Este actor dota al personaje de Ryota de unos matices sencillamente alucinantes desde una contención y frialdad en la que dice tanto lo que cuenta, como lo que calla (magnífica la secuencia de la discusión final con su mujer) y sacude su interior. Todas y todos sabemos que los niños siempre están bien; pero esa mirada tan transparente, tierna y expresiva que tiene Keita Ninomiya hace que llene la pantalla y sientas toda la incertidumbre y dolor que sacude a su personaje. Lo mismo podemos decir de Rirî Furankî. En un primer momento se nos presenta como un personaje grosero, materialista; pero poco a poco emerge, en una actuación llena de franqueza, ese hombre alegre que cuida y vive las cosas sencillas de la vida, ayudando con su ejemplo a, en cierto modo, “yudaificar” a Ryota en el último tercio de la película, que es cuando se dan las respuestas al conflicto planteado. Cerramos los protagonistas con Machiko Ono, que interpreta a Midori, la esposa de Ryota. Aporta, junto con Yôko Maki que interpreta a la esposa de Yudai, la visión femenina a este conflicto, ilustrando desde una aparente sumisión la naturaleza del amor de una madre.
En resumen, una película de esas que tiene vida propia, que muestra (y de paso enseña) todo lo que contiene el amor que cose nuestras vidas. Obra maestra.
Strhoeimniano
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