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Voto de Strhoeimniano:
10
Drama. Romance Año 1849, en Nueva York. Catherine Sloper, una rica heredera, tímida, inocente, poco agraciada y no muy joven, es pretendida por un apuesto joven. Ella se enamora de él apasionadamente, pero su cruel y despótico padre se opone a la boda y amenaza con desheredarla. Adaptación de la novela de Henry James "Washington Square". (FILMAFFINITY)
2 de junio de 2005
126 de 135 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bajo fachadas sobrias y tiempos serenos, William Wyler nos lleva a una exploración impúdica de esa sociedad repleta de buenas maneras, pero con sus entrañas llenas de diablos. Catherine Sloper (Olivia de Havilland), una joven poco agraciada, de modos tímidos y alma inocente, es seducida durante un baile de sociedad por el galán Morris (Montgomery Clift), situación que rechaza un padre más que desconfiado (Ralph Richardson) porque el apuesto joven puede poner en peligro toda la fortuna familiar que esta joven heredará.
Sobre estos tres vértices, Wyler elabora un drama denso y extremadamente cruel. En principio, podríamos hablar de una historia de amor; pero el maestro Wyler muestra de un modo tan claro la psicología de los personajes que siempre te quedan dudas de si esa historia tiene lugar en algún momento. La dirección de Wyler consigue una película en la que el amor y la traición tienen el mismo peso, servido, eso sí, con toda la sabiduría y maestría de este gran maestro.
La labor del reparto principal es magistral. Olivia de Havilland conseguiría un Oscar más que merecido, llevándonos de una inocencia inicial a la crueldad y dureza en la que su personaje queda abandonado. Clift nos conquista a todos. Es tal su poder de atracción, la seducción que realiza en la pantalla que pasamos del odio a la pena en una misma secuencia; aunque a la vez, mantiene un halo de misterio, de ambigüedad en la que no queda del todo clara ni su verdad ni su traición.
Punto y aparte, merece Ralph Richardson. Sin duda uno de los mejores secundarios norteamericanos y que aquí, como el “malo de la película”, está excelente representando al Dr. Austin, un hombre complejo (su maldad no nace del deseo de realizarla), egoísta, dictatorial, incapaz de amar pues aún está anclado en un amor muerto (su esposa) que gravita por toda la película como un fantasma desafiante. Los duelos interpretativos que mantiene a lo largo de la película tienen una altura prodigiosa. Todo esto llevado por la batuta de William Wyler que consigue otro de sus dramas imperecederos, con una planificación deslumbrante (la secuencia final es sobrecogedora, recordando levemente al clímax de “La loba”) y un amor por el detalle que va llenado la pantalla de una atmósfera única (todas las metáforas y elipsis que logra con las innumerables labores de punto de cruz que realiza Olivia de Havilland).
Una película de época que nunca conocerá la caducidad. Por muy vista que la tengas siempre sucumbes a su narrativa.
No hace mucho, Hollywood realizó un remake de esta obra maestra. Siendo una película correcta, el gigante que tenía que batir era de una altura tal que no da traspasado en ningún momento. El dinero no siempre paga la genialidad.
Strhoeimniano
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