¡Lo que puede hacer un buen actor por un personaje! John Hurt está soberbio en un papel lleno de histrionismo, vacío, amoral y provocador. Lo que pudo haber dado lugar a un gran rechazo en esa sociedad machista, se convierte en alguien que capata nuestro interés simplemente por ser como es, y por lo que defiende muy a pesar de la violencia del puritanismo. La escenografía es perfecta, como puesta adrede para ese personaje y el físico del actor. La música parece compuesta para acompañar los movimientos amanerados de Quentin Crisp y produce en el espectador una sensación de alegría por vivir que es la que transmite el personaje. Se nota, y mucho, que está realizada para televisión con una planificación que cupiera exactamente en la pantalla de los televisores de los 70. Y así es como hay que verla hoy día. Basada, como está, en la autobiografía de Quentin Crisp, el personaje sobresale entre todos los demás y deja asomar en muchos momentos algunas dosis de autocomplacencia y egocentrismo. Pero ocurra lo que ocurra en la historia, el hecho de ver la acción interpretada por John Hurt es todo un placer. Mentes mojigatas, abstenerse de ver esta película.