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Estados Unidos Estados Unidos · Raccoon City
Voto de Maldito Bastardo:
7
Drama. Comedia. Intriga Estado de Nueva York, años setenta. Irving Rosenfeld (Christian Bale), un brillante estafador, y su inteligente y seductora compañera Sydney Prosser (Amy Adams) se ven obligados a trabajar para un tempestuoso agente del FBI, Richie DiMaso (Bradley Cooper), que sin querer los arrastra al peligroso mundo de la política y la mafia de Nueva Jersey. (FILMAFFINITY)
11 de enero de 2014
39 de 53 usuarios han encontrado esta crítica útil
David O. Russell se ha convertido en uno de los más certeros francotiradores de (sub)géneros del cine presente norteamericano. En cierta medida estamos ante un director incomprendido al quedar equidistante, por sus peculiaridades, entre la aceptación del público, el mimo de la crítica y convertirse en un habitual de los Oscars en sus últimas producciones… alejándole de un reconocimiento de la prensa especializada más hiperbólica y cultivada. Si bien siempre quedará el poso del ataque de fingir y enmascarase bajo una etiqueta indie que realmente no corresponde y su asociación con Harvey Weinstein incentivó más si cabe dicho rótulo, pocos recuerdan que la producción más mastodóntica del director de “Flirteando con el desastre” fue “Tres reyes” casi una década y lustro atrás… “La gran estafa americana (American Hustle)” es su segunda mayor producción alejado de la mano (y dinero) de Weinstein y donde O. Russell utiliza la operación Abscam, que destapó un caso de corrupción político que afectó a varios congresistas e incluso un senador de EEUU a finales de los 70 y comienzos de los 80, para representar una nueva farsa de un país que es mera imagen y siempre tiene una doble y contradictoria lectura. Podríamos definir la propuesta en ese ‘elaborado’ peinado de Irving Rosenfeld (Christian Bale) frente a la permanente de Richie DiMaso (Bradley Cooper) o esa lucha de escotes de Sydney Prosser (Amy Adams) y Rosalyn Rosenfeld (Jennifer Lawrence), entre innumerables detalles para idealizar el mundo tenebroso y criminal de la mafia y política norteamericana.

No es la cinta de estafas (y estafadores) clásica sino que el enredo entre víctimas y verdugos se entrelaza en sus sentimientos y ofrece otro tipo de engaños emocionales para evolucionar. Todos los personajes viven bajo la sombra de una trampa propia y otra impuesta y todos los actores (y estrellas) interpretan roles con los que nunca habían tratado y que a su vez fingen ser otras personas. Eso sí, Louis C.K. igual de desgraciado que de costumbre. Todo ese cúmulo de engaños, propios y externos, metaficcionales y vinculantes a nuestra presente realidad, propician al director a retratar que todo aparente triunfo oculta otra historia más oscura donde habita el fracaso. Desconozco si parte de la potenciación del discurso del cineasta pasaba por la consciencia de incluir en el reparto a Jack Huston y Shea Whigham de “Boardwalk Empire” y esos lazos de conexión con Atlantic City. Del mismo modo, la inclusión de Robert De Niro da la impresión de establecer un vínculo con Scorsese a niveles cinematográficos y trazar su incursión en un género/estilo ajeno para iconizar (de manera socarrona) la leyenda de un personaje. Pero finalmente la mafia ocupa aquí un telón de fondo para esos artistas del engaño. Hay dinero en juego pero, por supuesto, amor que dote de mayor complejidad a esos farsantes que tenemos ante nuestros ojos. El propio director es consciente de la dramatización/estilización y nos desvela como primera de las cartas que ‘algo’ de lo veremos realmente pasó. La historia real escondía otra que pudiera ser o no verdad. A O. Russell realmente no le importa sino el juego de caos y control que propicia la misma en ese intercambio de roles.

Y es que, en realidad, al director de “El lado bueno de las cosas” aquello que le interesa son sus personajes por encima de la historia y vuelve a acerarse y alejarse de ellos como les dota de chillidos, tensión y sobreactuaciones dignas de una tirante screwball. En “La gran estafa americana (American Hustle)” la indefinición se convierte en una certera arma y la cinta queda perfectamente compensada tanto el la pareja principal (Irving y Sydney) como en la secundaria (DiMaso y Rosalyn) esquematizando una lucha de sexos en el equilibrio de todos los puntos de vista. Toda esa gran estafa (y mentira) queda reducida a dos grandes verdades: la amistad y el amor; ambos, valores tan efímeros, como el poder, grandeza y dinero que está en juego en un tablero repleto de traiciones y alianzas. Un tablero que representa ese mundo de apariencias donde, efectivamente, «no te puedes engañar a ti mismo por mucho tiempo… así que tu próxima reinvención, más vale que se haga bien». La vida (y por extensión el cine) son una farsa. O una doble mascarada como parece potenciar y definir O. Russell: aquella que vendemos a la verdad y la otra con la que nos engañamos a nosotros mismos, equiparable para un pueblo y su nación. La dicotomía del caos y el control tanto de la obra como de los propios personajes (mejor concebidos para el lucimiento de Lawrence que de Cooper) parece una metáfora del jazz (y también del cine) como respuesta a esa otra verdad de la que tratamos de huir creando una farsa: la vida misma. No se preocupe, siempre nos quedará Duke Ellington o películas tan brillantes y auto-conscientes en su juego de mentir al espectador como “American Hustle”.
Maldito Bastardo
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