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Voto de Ferdydurke:
5
13 de abril de 2018
20 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tiene una gran virtud, que el motivo de la venganza nunca se acaba de saber del todo si es cierto/justo o completamente inventado/arbitrario, y un gran defecto, que convierte esa duda en carne de espectáculo más propio de un thriller de Ezterhas que algo parecido a una recreación mesurada, sobria y desprejuiciada sobre asuntos tan complejos, retorcidos y endemoniados como puedan ser la justicia, la reparación del daño, la tortura, la ley, la confesión, los juicios, el crimen, el castigo y otros vericuetos o caminos en los que el alma humana se suele perder o dar de bruces con el desastre.
La poderosa y muy bella música de Schubert es el motivo, el comienzo y cierre, de esta obra de origen teatral que juega en el alambre habilidosamente y que recurre a diversas trampas para mantener una tensión que estimule al espectador más impermeable o perezoso.
Alienta grandes reflexiones y alumbra o presenta cuestiones realmente intrincadas y difíciles. Quizás especial y esencialmente hable de cómo la verdad es la primera sacrificada, la que menos importa, cuando lo humano y su dolor están en juego, o de que sí importa, pero es inaprensible, escurridiza, voluble y traicionera.
El espectador se afana inútilmente en encontrar una seguridad, en resumen, quiere saber si Kingsley fue el torturador o no, o lo uno o lo otro, hecho que la historia, sabiamente, no nos elucida, nos niega esa caridad, nos ciega ese tranquilo asidero, nos viene a decir que no se trata de eso, que la vida no es tan sencilla ni simple, que siempre quedaremos insatisfechos o satisfechos a medias, con dudas, incertidumbres y la cama a medio hacer.
Ella quiere una confesión. No desea la verdad. Esa ya la tiene, es él, para ella no es opinable. El dictamen es definitivo. Solo busca que la dejen lograr lo que necesita escuchar. Como terapia, como forma de sanar. Ella busca que aquella experiencia atroz cobre sentido, se haga más humana, que el que obraba con impunidad y abuso reconozca su maldad y vileza, que la haga frente, que no se refugie en su poder pasado y actual anonimato, que dé la cara. Poco importa si lo hizo ese hombre en concreto u otro cualquiera. Ella desea esa representación teatral, como símbolo (por eso apuntan con inteligencia que varias veces anteriormente había creído encontrar a su torturador en otras voces y otros ámbitos). Ella quiere que él se rebaje, que se ponga a su nivel humillado mediante el reconocimiento de los hechos, que así aquello que le hicieron no desaparezca ni quede en blanco ni se olvide, pretende que alguien, una figura humana que cumpla con el papel otorgado en la función "teatral", se haga responsable y asuma lo sucedido. Ella es la víctima que lucha por una posible venganza/reparación/sanación/justicia.
Él es el probable torturador. Es la excusa. El monigote. El fantoche. Ya dijimos que da igual si lo hizo él u otro. Es un actor en una obra en la que no puede opinar sobre su rol o líneas de guion, las escribieron otros por él, la víctima y la justicia, él solo las debe recitar con la suficiente fuerza, credibilidad e imaginación para que ese texto cobre vida, dé la sensación de que es real, aunque probablemente no lo sea, o sí, es indiferente. Es el culpable y que no se hable más.
El otro es el marido. Es la justicia. La que no hace nada. La cobarde. La contemplativa. La moderadora. La que templa gaitas. Es la ley. La componenda. La que observa. La corriente. Su labor es presencial, mediadora, engrasante. Confirma el juego marcado. No opina. Solo guía. Se lava las manos. Tampoco le preocupa nada la verdad. Solo desea que se llegue al final.
La película parte de unos hechos mundialmente conocidos, las torturas perpetradas durante las dictaduras militares sudamericanas, para a continuación tratar de trascender y hablar de la necesidad de justicia (de orden, de sentido, de equilibrio) del ser humano y de cómo esta se acaba transformando en un farsa, parodia o en el mejor de los casos obra de teatro que pueda ser verosímil y asumible, en la que los hechos o las certezas son solo sombras y en la que los protagonistas, para que salga bien el proceso/juego, deben ajustarse a modelos periclitados/preestablecidos, cerrados, vacíos de contenido, elementos puramente simbólicos y persuasivos, perchas huecas en las que colgar necesidades o frustraciones, daños y penas, poderes y culpas.
La poderosa y muy bella música de Schubert es el motivo, el comienzo y cierre, de esta obra de origen teatral que juega en el alambre habilidosamente y que recurre a diversas trampas para mantener una tensión que estimule al espectador más impermeable o perezoso.
Alienta grandes reflexiones y alumbra o presenta cuestiones realmente intrincadas y difíciles. Quizás especial y esencialmente hable de cómo la verdad es la primera sacrificada, la que menos importa, cuando lo humano y su dolor están en juego, o de que sí importa, pero es inaprensible, escurridiza, voluble y traicionera.
El espectador se afana inútilmente en encontrar una seguridad, en resumen, quiere saber si Kingsley fue el torturador o no, o lo uno o lo otro, hecho que la historia, sabiamente, no nos elucida, nos niega esa caridad, nos ciega ese tranquilo asidero, nos viene a decir que no se trata de eso, que la vida no es tan sencilla ni simple, que siempre quedaremos insatisfechos o satisfechos a medias, con dudas, incertidumbres y la cama a medio hacer.
Ella quiere una confesión. No desea la verdad. Esa ya la tiene, es él, para ella no es opinable. El dictamen es definitivo. Solo busca que la dejen lograr lo que necesita escuchar. Como terapia, como forma de sanar. Ella busca que aquella experiencia atroz cobre sentido, se haga más humana, que el que obraba con impunidad y abuso reconozca su maldad y vileza, que la haga frente, que no se refugie en su poder pasado y actual anonimato, que dé la cara. Poco importa si lo hizo ese hombre en concreto u otro cualquiera. Ella desea esa representación teatral, como símbolo (por eso apuntan con inteligencia que varias veces anteriormente había creído encontrar a su torturador en otras voces y otros ámbitos). Ella quiere que él se rebaje, que se ponga a su nivel humillado mediante el reconocimiento de los hechos, que así aquello que le hicieron no desaparezca ni quede en blanco ni se olvide, pretende que alguien, una figura humana que cumpla con el papel otorgado en la función "teatral", se haga responsable y asuma lo sucedido. Ella es la víctima que lucha por una posible venganza/reparación/sanación/justicia.
Él es el probable torturador. Es la excusa. El monigote. El fantoche. Ya dijimos que da igual si lo hizo él u otro. Es un actor en una obra en la que no puede opinar sobre su rol o líneas de guion, las escribieron otros por él, la víctima y la justicia, él solo las debe recitar con la suficiente fuerza, credibilidad e imaginación para que ese texto cobre vida, dé la sensación de que es real, aunque probablemente no lo sea, o sí, es indiferente. Es el culpable y que no se hable más.
El otro es el marido. Es la justicia. La que no hace nada. La cobarde. La contemplativa. La moderadora. La que templa gaitas. Es la ley. La componenda. La que observa. La corriente. Su labor es presencial, mediadora, engrasante. Confirma el juego marcado. No opina. Solo guía. Se lava las manos. Tampoco le preocupa nada la verdad. Solo desea que se llegue al final.
La película parte de unos hechos mundialmente conocidos, las torturas perpetradas durante las dictaduras militares sudamericanas, para a continuación tratar de trascender y hablar de la necesidad de justicia (de orden, de sentido, de equilibrio) del ser humano y de cómo esta se acaba transformando en un farsa, parodia o en el mejor de los casos obra de teatro que pueda ser verosímil y asumible, en la que los hechos o las certezas son solo sombras y en la que los protagonistas, para que salga bien el proceso/juego, deben ajustarse a modelos periclitados/preestablecidos, cerrados, vacíos de contenido, elementos puramente simbólicos y persuasivos, perchas huecas en las que colgar necesidades o frustraciones, daños y penas, poderes y culpas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Final feliz. Todos acaban bien.
Ella se ha curado y ya puede escuchar a Schubert.
Él está con su familia y ha salvado la vida.
El otro acompaña a su mujer. Se supone que seguirá con su brillante carrera, de medio/bastante trepa.
Los dos principales protagonistas se miran en la distancia. El juego siniestro, cruel, de dependencia, permanece entre la víctima y el victimario, se ha creado un vínculo que aunque fuera ficticio sería igualmente indestructible.
Y de fondo, la idea de que probablemente la única manera de curar ese tipo de heridas sin cerrar sea la de la purga/purificación mediante un acto de petición de perdón o reconocimiento de los victimarios de sus culpas y la posterior aceptación o expiación concedidas por las víctimas, con la consecuencia final de que todos puedan vivir juntos en una frágil y delicada armonía.
Pongamos ahora algún ejemplo fullero de manipulación emocional con el fin de crear tensión o misterio:
- El presidente llama en mitad de la noche y manda a dos hombres precisando la hora de su llegada (me lo creo).
- Aparece la luz justo en el momento oportuno que provoca otra vuelta de tuerca (sí, sí... ).
- La utilización del asunto de la llamada a Barcelona como definitiva añagaza que trata de mantener hasta última hora la duda, el dichoso sí sí/no no, cómo juegan con villanía con la desesperada necesidad que tiene el espectador de agarrase a seguridades, aunque sean mentiras palmarias, para así huir de la incómoda ambigüedad que nadie desea, ese ámbito de incertidumbre indefinida que odia la gente y en el que nos dejan finalmente (a pesar de que lo más fácil y tentador y agradable y moralista sería pensar que sí, que fue él y se acabó, que en esa confesión final está toda la entera verdad, todo lo cual indudablemente es una gran posibilidad, puede ser la realidad, pero también hay motivos sobrados para creer que no, que se lo inventó, improvisó, mezcló lo que intuía y le habían dicho para poder salvar la vida como fuera, ya que sabía que ella iba aceptar esa teoría a poco que sonara verdadera. Por lo tanto, sigue la horrible duda. O no. Tú verás).
O catarsis o bulo. O verdad o estafa. O reparación o farsa. Lo cual, como ya explicamos, es obviamente lo que menos importa.
- Y hasta si pensamos que sí, que fue él, sería una increíble casualidad que se hubieran encontrado en mitad de la noche y en tierra de nadie el torturador y el marido de la víctima. No tanto que volviera a sonsacarle información por si acaso.
Polanski y la atracción por los espacios cerrados, las obras teatrales, los personajes tensos y las atmósferas viciadas. Desde el principio de su carrera, desde "El cuchillo en el agua". Coherencia y tormenta.
Ella se ha curado y ya puede escuchar a Schubert.
Él está con su familia y ha salvado la vida.
El otro acompaña a su mujer. Se supone que seguirá con su brillante carrera, de medio/bastante trepa.
Los dos principales protagonistas se miran en la distancia. El juego siniestro, cruel, de dependencia, permanece entre la víctima y el victimario, se ha creado un vínculo que aunque fuera ficticio sería igualmente indestructible.
Y de fondo, la idea de que probablemente la única manera de curar ese tipo de heridas sin cerrar sea la de la purga/purificación mediante un acto de petición de perdón o reconocimiento de los victimarios de sus culpas y la posterior aceptación o expiación concedidas por las víctimas, con la consecuencia final de que todos puedan vivir juntos en una frágil y delicada armonía.
Pongamos ahora algún ejemplo fullero de manipulación emocional con el fin de crear tensión o misterio:
- El presidente llama en mitad de la noche y manda a dos hombres precisando la hora de su llegada (me lo creo).
- Aparece la luz justo en el momento oportuno que provoca otra vuelta de tuerca (sí, sí... ).
- La utilización del asunto de la llamada a Barcelona como definitiva añagaza que trata de mantener hasta última hora la duda, el dichoso sí sí/no no, cómo juegan con villanía con la desesperada necesidad que tiene el espectador de agarrase a seguridades, aunque sean mentiras palmarias, para así huir de la incómoda ambigüedad que nadie desea, ese ámbito de incertidumbre indefinida que odia la gente y en el que nos dejan finalmente (a pesar de que lo más fácil y tentador y agradable y moralista sería pensar que sí, que fue él y se acabó, que en esa confesión final está toda la entera verdad, todo lo cual indudablemente es una gran posibilidad, puede ser la realidad, pero también hay motivos sobrados para creer que no, que se lo inventó, improvisó, mezcló lo que intuía y le habían dicho para poder salvar la vida como fuera, ya que sabía que ella iba aceptar esa teoría a poco que sonara verdadera. Por lo tanto, sigue la horrible duda. O no. Tú verás).
O catarsis o bulo. O verdad o estafa. O reparación o farsa. Lo cual, como ya explicamos, es obviamente lo que menos importa.
- Y hasta si pensamos que sí, que fue él, sería una increíble casualidad que se hubieran encontrado en mitad de la noche y en tierra de nadie el torturador y el marido de la víctima. No tanto que volviera a sonsacarle información por si acaso.
Polanski y la atracción por los espacios cerrados, las obras teatrales, los personajes tensos y las atmósferas viciadas. Desde el principio de su carrera, desde "El cuchillo en el agua". Coherencia y tormenta.