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Voto de Una Crítica Diferente:
6
Comedia. Drama Inès trabaja en una importante consultora alemana establecida en Bucarest. Su estresante vida está perfectamente organizada hasta que su extrovertido y bromista padre Winfried llega de improvisto y le pregunta ”¿eres feliz?”. Tras su incapacidad para responder, sufre un profundo cambio. Ese padre que a veces estorba y que la avergüenza un poco le va a ayudar a dar nuevamente sentido a su vida gracias a un personaje imaginario: el ... [+]
11 de febrero de 2017
17 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un padre mira a su hija.

La hija permanece enganchada al móvil. A su lado, unos metros más allá, en las escaleras de acceso a la vivienda, espera el padre. Son dos mundos alejados. Una vez estuvieron unidos. Una vez, él le enseñó tantas cosas: a ir en bicicleta, a cantar clásicos de karaoke, a tomarse la vida con humor. Ella era entonces una niña. En los viejos días, él se sentaba al piano con la confianza puesta aún en un futuro repleto de posibilidades. Ahora, aquella niña es una mujer independiente, soltera, imbuida en la vorágine de su trabajo. Ocupa un cargo relevante en una multinacional petrolífera. Pero quiere más. Por eso vive fuera del país donde nació y creció, al que regresa sólo en contadas ocasiones. Como hoy.

Hoy, padre e hija, son casi unos desconocidos. Pero, ¿habrá todavía un hilo que los una? ¿Un hilo que conecte de nuevo esos dos mundos separados? Esta es la pregunta que se refleja en la mirada preocupada del padre.
Y este es hilo del que tira la directora y guionista alemana Maren Ade para ofrecernos una historia que se lleva mal con la realidad. No es una valoración negativa. Digamos que, en la historia, hay momentos sorprendentes, flirteando incluso con el surrealismo. Hay comedia. Hay drama. Servido, además, en un montaje inesperado. La transición entre escenas se produce como en un suspiro entrecortado; se asciende un escalón sonoro. Así, de la quietud final de una conversación se pasa al rugido que impregna nuestro día a día, como el crepitar de una bolsa al ser depositada sobre una superficie o el zumbido del tráfico en hora punta.

Buena parte de los extensos pasajes de ‘Toni Erdmann’ se sostienen gracias a dos actores increíbles. La verdad, viéndoles ahí, a lo largo de 162 minutos, uno intuye cómo han trabajado cada pequeño detalle. Sin duda, ambos han llegado al centro de unos personajes únicos.

En Inès (Sandra Hüller), la hija, adivinamos los mecanismos –inhumanos, salvajes, dominantes– de la economía de mercado. Lleva un vestido impecable, chaqueta y falda negros, una blusa blanca y unos zapatos de tacón. Es un corsé de fuerza. Moldea su vida. La manera que tiene su cuerpo de exprésalo cada vez que alguien la despierta lo dice todo. Porque no es sólo que se lleve mal con la realidad; es que no puede fallarle. El pelo recogido o suelto sí; pero siempre perfecto, impecable.

“¿Eres realmente una persona humana?”, le pregunta su padre.

En Winfried (Peter Simonischek), el padre, profesor de piano en horas bajas, nos deslizamos por el lado irreverente de la vida. Y lo hacemos en los momentos menos recomendables para ello, aquellos en los que es mejor no colocarse la máscara con la sonrisa pintada. Por eso, Winfried necesita crear un nuevo personaje, Toni Erdmann. Él será quien altere y provoque a Inès. Primero, ella se avergüenza de él; luego, de sí misma. Por supuesto, Toni Erdmann no se llevará bien con la realidad. No la entiende.

“No podía creer que le dijeras a aquella pobre gente que no perdieran el sentido del humor”, le echa en cara su hija.

No siempre la línea que separa a Winfried de Toni Erdmann quedará clara. A veces, el humor no conducirá a situaciones graciosas. Hay drama. Y ésta impone su realidad. Pero también el humor hará pedazos la realidad y permitirá que un padre sea abrazado por su hija. En todo caso, Inès se enfrenta a la misma pregunta: ¿Encontraré un camino para entender la vida, para conectar un hilo que me comunique con mi padre? Tal vez, ella necesita crear ese hilo, dar a luz a su propio Toni Erdmann.

En esta búsqueda patética de un padre por recuperar a su hija, en este abrazo imposible de casi tres horas, aprendemos que darle un sentido a la vida es, por qué no, encontrar tu propio sentido del humor.

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