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Voto de Una Crítica Diferente:
8
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25.786
Romance. Musical. Fantástico
Adaptación en imagen real del clásico de Disney "La bella y la bestia", que cuenta la historia de Bella (Emma Watson), una joven brillante y enérgica, que sueña con aventuras y un mundo que se extiende más allá de los confines de su pueblo en Francia. Independiente y reservada, Bella no quiere saber nada con el arrogante y engreído Gastón, quien la persigue sin descanso. Todo cambia un día cuando su padre Maurice (Kevin Kline) es ... [+]
19 de marzo de 2017
11 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los cuentos cuentan más de lo que dicen.
Relatan la historia de nuestra infancia.
En aquellos días, cuando éramos unos niños o unas niñas, los cuentos narraban lo que querían que escucháramos. Lo hicieron en un tiempo donde nos imaginábamos quiénes íbamos a ser. Aquel ‘érase una vez’ era, en realidad, lo que esperaban de nosotros en el futuro.
Los cuentos articularon resortes en el inconsciente, liberaron engranajes de un simbolismo sólo desvelado más tarde.
Los cuentos formaron parte de nosotros.
Los cuentos nos formaron.
Y así, una y mil veces, escuchamos la voz que nos dice:
‘Érase una vez…’
Belle (encantadora Emma Watson) es una joven soñadora, valiente e inquieta. Y, sí, busca el amor. Vive en un pueblo apacible, rodeada de toscos vecinos que no la comprenden, encerrada en una interminable extensión natural de prados y montañas. Es un espíritu libre, educado y cándido. Un espíritu que pronto madurará. La realidad borrará, entonces, todas esas locas ideas surgidas de las páginas de novelas, obras de teatro y versos cargados de un romanticismo caduco. Es lo mejor. Es lo que todos esperan.
Pero no contaron con él.
Relatan la historia de nuestra infancia.
En aquellos días, cuando éramos unos niños o unas niñas, los cuentos narraban lo que querían que escucháramos. Lo hicieron en un tiempo donde nos imaginábamos quiénes íbamos a ser. Aquel ‘érase una vez’ era, en realidad, lo que esperaban de nosotros en el futuro.
Los cuentos articularon resortes en el inconsciente, liberaron engranajes de un simbolismo sólo desvelado más tarde.
Los cuentos formaron parte de nosotros.
Los cuentos nos formaron.
Y así, una y mil veces, escuchamos la voz que nos dice:
‘Érase una vez…’
Belle (encantadora Emma Watson) es una joven soñadora, valiente e inquieta. Y, sí, busca el amor. Vive en un pueblo apacible, rodeada de toscos vecinos que no la comprenden, encerrada en una interminable extensión natural de prados y montañas. Es un espíritu libre, educado y cándido. Un espíritu que pronto madurará. La realidad borrará, entonces, todas esas locas ideas surgidas de las páginas de novelas, obras de teatro y versos cargados de un romanticismo caduco. Es lo mejor. Es lo que todos esperan.
Pero no contaron con él.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
“Me tienes que ayudar”, le dice Belle, “Tienes que levantarte”.
Él.
Él (Dan Stevens, en un reto del que sale bien parado) es un animal herido al que Belle cura. Ella permanece a su lado día y noche. Ella es la mano en la frente, la que arropa, la que cuida. Después, cuando se recupera, ella le lleva fuera del oscuro castillo, le recita poemas, le hace ver que ahí, en el cruel paisaje invernal, reside también la belleza.
“Lo veo ahora con otros ojos”, dice.
Belle le hace creer en él mismo, en su humanidad; le reconcilia con su imagen.
“Tienes que levantarte. Me tienes que ayudar”.
La película cuenta con un equipo artístico de gran nivel, en todos los campos. Las canciones y la música original siguen la partitura del clásico de Disney. Lo mismo ocurre con el guion, que rememora las escenas y tramas de la cinta de 1991. El desafío ahora, en 2017, está pues en darle cuerpo a un película pensada y plasmada en dibujos animados. Y lo logra. El director Bill Condon sorprende con una visión ambiciosa, desbordante, dinámica, más moderna de lo que pueda parecer, que no olvida tampoco cierto gusto por el clasicismo. En definitiva, una joya bien pulida en lo que mejor sabe hacer Hollywood si se pone con toda su maquinaria: entretenimiento, magia, belleza…, también industria, negocio.
Volvamos al punto central del guion, clave en una historia como la que cuenta “La bella y la bestia”.
Belle busca el amor. Y debe alcanzarlo siguiendo los mismos valores en los que cree. Soñadora, valiente, inquieta. Un espíritu libre, educado, cándido. Todo eso es Belle. Y él, sí él, hace que ella crea en su fantasía, en la realidad de su fantasía.
“I wonder why I didn’t see it there before”, canta ella.
Él, por su parte, se tiene que enfrentar a la prueba de amor definitiva. Debido a un terrible hechizo, que cayó sobre él cuando era un ser vanidoso, su vida está ahora en manos de Belle. Es más, su vida depende precisamente de que ella no sepa esto. Ella debe amarle sin ataduras. Amor verdadero. Es la última oportunidad que le queda.
Por eso, después de que bella y bestia hayan bailado, mano con mano, él afronta esa prueba definitiva, liberarla, liberarse, afrontar la muerte. Aquello que nos diferencia de la vida animal. Tomar conciencia de que vamos a morir…, y seguir viviendo, pero haciendo de cada momento un instante eterno.
Pero, ¿cómo?
Maurice, el padre de Belle (un cada vez más entrañable Kevin Kline), construye relojes, mecanismos de tiempo imperfecto. Además, Maurice sufrió el dolor más grande que alguien puede padecer. Nadie pues como él para responder a esa pregunta, cuando le canta a su hija: “How does a moment last forever? How can a story never die? It is love we must hold onto”.
La respuesta es, entonces, el amor.
Y así, una y mil veces.
Mil veces y una más, escuchamos la voz que nos dice:
‘Y fueron felices, por siempre jamás’.
Porque nos formaron y formaron parte de nosotros.
Porque en aquellos días, cuando éramos unos niños o unas niñas, nos hicieron imaginar lo que íbamos a ser.
Porque relatan la historia de nuestra infancia.
Porque cuentan más de lo que dicen.
Por todo eso, y más, los amamos… por siempre jamás.
Más críticas diferentes en:
https://unacriticadiferente.wordpress.com/
Él.
Él (Dan Stevens, en un reto del que sale bien parado) es un animal herido al que Belle cura. Ella permanece a su lado día y noche. Ella es la mano en la frente, la que arropa, la que cuida. Después, cuando se recupera, ella le lleva fuera del oscuro castillo, le recita poemas, le hace ver que ahí, en el cruel paisaje invernal, reside también la belleza.
“Lo veo ahora con otros ojos”, dice.
Belle le hace creer en él mismo, en su humanidad; le reconcilia con su imagen.
“Tienes que levantarte. Me tienes que ayudar”.
La película cuenta con un equipo artístico de gran nivel, en todos los campos. Las canciones y la música original siguen la partitura del clásico de Disney. Lo mismo ocurre con el guion, que rememora las escenas y tramas de la cinta de 1991. El desafío ahora, en 2017, está pues en darle cuerpo a un película pensada y plasmada en dibujos animados. Y lo logra. El director Bill Condon sorprende con una visión ambiciosa, desbordante, dinámica, más moderna de lo que pueda parecer, que no olvida tampoco cierto gusto por el clasicismo. En definitiva, una joya bien pulida en lo que mejor sabe hacer Hollywood si se pone con toda su maquinaria: entretenimiento, magia, belleza…, también industria, negocio.
Volvamos al punto central del guion, clave en una historia como la que cuenta “La bella y la bestia”.
Belle busca el amor. Y debe alcanzarlo siguiendo los mismos valores en los que cree. Soñadora, valiente, inquieta. Un espíritu libre, educado, cándido. Todo eso es Belle. Y él, sí él, hace que ella crea en su fantasía, en la realidad de su fantasía.
“I wonder why I didn’t see it there before”, canta ella.
Él, por su parte, se tiene que enfrentar a la prueba de amor definitiva. Debido a un terrible hechizo, que cayó sobre él cuando era un ser vanidoso, su vida está ahora en manos de Belle. Es más, su vida depende precisamente de que ella no sepa esto. Ella debe amarle sin ataduras. Amor verdadero. Es la última oportunidad que le queda.
Por eso, después de que bella y bestia hayan bailado, mano con mano, él afronta esa prueba definitiva, liberarla, liberarse, afrontar la muerte. Aquello que nos diferencia de la vida animal. Tomar conciencia de que vamos a morir…, y seguir viviendo, pero haciendo de cada momento un instante eterno.
Pero, ¿cómo?
Maurice, el padre de Belle (un cada vez más entrañable Kevin Kline), construye relojes, mecanismos de tiempo imperfecto. Además, Maurice sufrió el dolor más grande que alguien puede padecer. Nadie pues como él para responder a esa pregunta, cuando le canta a su hija: “How does a moment last forever? How can a story never die? It is love we must hold onto”.
La respuesta es, entonces, el amor.
Y así, una y mil veces.
Mil veces y una más, escuchamos la voz que nos dice:
‘Y fueron felices, por siempre jamás’.
Porque nos formaron y formaron parte de nosotros.
Porque en aquellos días, cuando éramos unos niños o unas niñas, nos hicieron imaginar lo que íbamos a ser.
Porque relatan la historia de nuestra infancia.
Porque cuentan más de lo que dicen.
Por todo eso, y más, los amamos… por siempre jamás.
Más críticas diferentes en:
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