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Voto de Una Crítica Diferente:
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21.864
Ciencia ficción. Acción
En un Japón futurista la joven Motoko Kusanagi (Scarlett Johansson), también conocida como 'the Major' Mira Killian, es la líder de grupo operativo de élite, Sección 9, cuyo objetivo es luchar contra el ciberterrorismo y los crímenes tecnológicos. Al mando de esta unidad de operaciones encubiertas está Aramaki (Takeshi Kitano), y destaca Batou (Pilou Asbæk), un exmilitar considerado como uno de los agentes más salvajes del grupo. Pero, ... [+]
16 de abril de 2017
12 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La transición (del cuerpo a la consola) era una oscura implosión, como si entrara en otra carne.” FRAGMENTOS DE UNA ROSA HOLOGRÁFICA, William Gibson, 1977.
La tecnología.
“Ahora, tus ojos se van a abrir”, le advierte la doctora Ouelet.
La tecnología nos ha convertido.
“Eso es”.
La tecnología nos ha convertido en un dios.
“Estás a salvo”.
La tecnología nos ha convertido en un dios con prótesis.
“Tranquila, solo respira”, le aconseja la doctora Ouelet.
Eso es.
De eso nos advirtió Freud.
“Solo respira”, le dice de nuevo, con una sonrisa.
Y Freud, sentado en un diván del Café Schwarzenberg, en Viena, se relajó. Adormecido por el humo de los cigarros y por el susurro bélico de los periódicos vespertinos. Afuera, en la Ringstraße, el ímpetu de hierro y electricidad de los tranvías apuntaba al futuro.
“Respira”.
Y ella, Mira Killian, respira.
Entonces, Freud cerró los ojos.
“Bien”.
Y Freud soñó…
“Muy bien”.
…con ser un Dios con prótesis.
Estamos en el futuro. Estamos en una ciudad japonesa. La tecnología lo envuelve todo. Mira Killian es la primera de una nueva especie, obra de la empresa Hanka. Tras un ataque terrorista, su cerebro ha sido rescatado y trasplantado a un cuerpo robótico. Tan sólo conserva un puñado de recuerdos del pasado. Ha despertado en esta nueva realidad. Su objetivo: hacer justicia. Para ello, forma parte de la Sección 9, un grupo policial de élite.
“Ella es un arma. No es una máquina”, dice Cutter, el director de Hanka.
Y eso hace ella. Hasta que un ciberterrorista, conocido como Kuze, hackea y elimina a miembros de Hanka. Son todos los relacionados con el proyecto que dio vida a la obra maestra de la empresa: Mira Killian.
De forma paralela a esta trama, a este thriller de acción, ‘Ghost in the shell’ ahonda en la psique, se sumerge en la pregunta: ¿Quién es Mira Killian? Es un descenso al alma humana. Aquí, la actriz Scarlett Johansson realiza una interpretación orgánica, entre lo físico y lo espiritual, medida en gestos y calibrada en la profundidad de la mirada. Pieza clave en el engranaje del personaje.
La tecnología.
“Ahora, tus ojos se van a abrir”, le advierte la doctora Ouelet.
La tecnología nos ha convertido.
“Eso es”.
La tecnología nos ha convertido en un dios.
“Estás a salvo”.
La tecnología nos ha convertido en un dios con prótesis.
“Tranquila, solo respira”, le aconseja la doctora Ouelet.
Eso es.
De eso nos advirtió Freud.
“Solo respira”, le dice de nuevo, con una sonrisa.
Y Freud, sentado en un diván del Café Schwarzenberg, en Viena, se relajó. Adormecido por el humo de los cigarros y por el susurro bélico de los periódicos vespertinos. Afuera, en la Ringstraße, el ímpetu de hierro y electricidad de los tranvías apuntaba al futuro.
“Respira”.
Y ella, Mira Killian, respira.
Entonces, Freud cerró los ojos.
“Bien”.
Y Freud soñó…
“Muy bien”.
…con ser un Dios con prótesis.
Estamos en el futuro. Estamos en una ciudad japonesa. La tecnología lo envuelve todo. Mira Killian es la primera de una nueva especie, obra de la empresa Hanka. Tras un ataque terrorista, su cerebro ha sido rescatado y trasplantado a un cuerpo robótico. Tan sólo conserva un puñado de recuerdos del pasado. Ha despertado en esta nueva realidad. Su objetivo: hacer justicia. Para ello, forma parte de la Sección 9, un grupo policial de élite.
“Ella es un arma. No es una máquina”, dice Cutter, el director de Hanka.
Y eso hace ella. Hasta que un ciberterrorista, conocido como Kuze, hackea y elimina a miembros de Hanka. Son todos los relacionados con el proyecto que dio vida a la obra maestra de la empresa: Mira Killian.
De forma paralela a esta trama, a este thriller de acción, ‘Ghost in the shell’ ahonda en la psique, se sumerge en la pregunta: ¿Quién es Mira Killian? Es un descenso al alma humana. Aquí, la actriz Scarlett Johansson realiza una interpretación orgánica, entre lo físico y lo espiritual, medida en gestos y calibrada en la profundidad de la mirada. Pieza clave en el engranaje del personaje.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
“Me recuerdas a Motoko, mi hija, por la forma en que me miras”.
Killian no se reconoce en los robots que elimina. Tampoco en los humanos. Ella es la primera de una clase única. Pero, ¿de qué materialidad estamos hablando? ¿Cómo reconocerse? ¿Dónde está su singularidad, su identidad? ¿Conserva el alma de quien fue?
“Eres más que un arma”, le hace saber el jefe de la Sección 9, Aramaki (Takeshi Kitano, impecable, la manera en que ajusta su trabajo al kimono del personaje), “Tienes un alma, un ‘ghost’. Solo cuando vemos nuestra singularidad como una virtud, solo entonces, hallamos la paz”.
“Los humanos nos aferramos a nuestros recuerdos como si nos definieran pero no es así”, señala más tarde la doctora Ouelet (Juliette Binoche, el corazón de la película), “Son las acciones. Ellas son las que nos definen”.
Killian no posee un pasado. Su mente es un maleta de recuerdos vacía. Sus actos tendrían que ser libres. Sin embargo, ha sido programada. Además, necesita saber quién es. Lo necesita.
Porque ella no se reconoce en los robots que elimina. Tampoco en los humanos.
Hasta que conoce a Kuze. Él es como ella. Son almas gemelas. Comparten el mismo pasado. Kuze es el componente clave de su identidad. Por eso en incapaz de destruirle, como ordena su código máquina. Nace entonces el acto de insumisión total. La razón toma conciencia de sí. El alma de Killian, su ghost, se materializa en toda su plenitud.
Lo que nos hace humanos no es nuestro cuerpo, esa exterioridad de carne o de materia sintética soldada con tecnología, esa celda (shell).
Lo que nos hace humanos es nuestra rebeldía.
“Motoko, mi hija, escribía manifiestos sobre cómo la tecnología estaba destruyendo el mundo”.
Nos reconocemos en los otros.
“No teníamos nada… Nada, excepto los unos a los otros”, termina reconociéndole Killian/Motoko a Kuze.
En la libertad de los otros.
Si olvidamos eso, nos convertimos en una máquina, en un robot, en un cascarón de metal tecnológico sin alma; cuando somos, en realidad, un alma encerrada en una celda de carne.
El director Rupert Sanders trata con respeto el proyecto. Recoge con acierto el desarrollo visual de Mamoru Oshii, que elevó el manga de Masamune Shirow a un sorprendente plano filosófico. El soterrado duelo intelectual entre una Mira Killian sartreana y un Kuze (Puppet Master) nietzscheano. En todo caso, todo encajaba ya en el anime de 1995, todo aquel espíritu cyberpunk post-BladeRunner y pre-Matrix, destilado desde los oscuros primeros cuentos de William Gibson. Un material fascinante. Sin duda. Y tan atractivo. Un envoltorio visceral de acción, intriga y sensibilidad.
Por cierto, habíamos dejado a Freud en la Viena de ‘fin de siècle’, adormilado en aquel cargado aire de la cafetería Schwarzenberg, con los ojos cerrados.
“Ahora, tus ojos se van a abrir”.
“Eso es”.
“Estás a salvo”.
“Solo respira”.
“Bien”.
“Muy bien”.
Todavía con la pesadilla dibujada en el rostro, la respiración entrecortada, Freud se reconoció en el nutrido grupo de parroquianos. Allí estaban ellos, él, tras aquellos encorsetados trajes negros y aquellas cintas anudadas a unos cuellos de camisas blancas. Cadenas de relojes en los bolsillos de los chalecos. Mecanismos automáticos de una precisión cibernética.
Decidió tomar el aire, antes de recogerse en el 19 de la calle Berggasse.
Y así, con la falsa sobriedad aristocrática de un anarquista que deja atrás un acto de sabotaje, depositó la cucharilla sobre la mesa de mármol, se levantó, colocó la silla de tal forma que no interfiriera el paso y, tras tomar el sombrero del perchero, abandonó la cafetería para sortear los primeros jirones de la niebla nocturna. Nunca antes la ciudad le había parecido tan irreal.
Afuera, en la Ringstraße, el ímpetu de hierro y electricidad de los tranvías apuntaba ya al futuro, hacia aquel porvenir donde todos se convertirían, sin remedio, en un dios con prótesis.
Killian no se reconoce en los robots que elimina. Tampoco en los humanos. Ella es la primera de una clase única. Pero, ¿de qué materialidad estamos hablando? ¿Cómo reconocerse? ¿Dónde está su singularidad, su identidad? ¿Conserva el alma de quien fue?
“Eres más que un arma”, le hace saber el jefe de la Sección 9, Aramaki (Takeshi Kitano, impecable, la manera en que ajusta su trabajo al kimono del personaje), “Tienes un alma, un ‘ghost’. Solo cuando vemos nuestra singularidad como una virtud, solo entonces, hallamos la paz”.
“Los humanos nos aferramos a nuestros recuerdos como si nos definieran pero no es así”, señala más tarde la doctora Ouelet (Juliette Binoche, el corazón de la película), “Son las acciones. Ellas son las que nos definen”.
Killian no posee un pasado. Su mente es un maleta de recuerdos vacía. Sus actos tendrían que ser libres. Sin embargo, ha sido programada. Además, necesita saber quién es. Lo necesita.
Porque ella no se reconoce en los robots que elimina. Tampoco en los humanos.
Hasta que conoce a Kuze. Él es como ella. Son almas gemelas. Comparten el mismo pasado. Kuze es el componente clave de su identidad. Por eso en incapaz de destruirle, como ordena su código máquina. Nace entonces el acto de insumisión total. La razón toma conciencia de sí. El alma de Killian, su ghost, se materializa en toda su plenitud.
Lo que nos hace humanos no es nuestro cuerpo, esa exterioridad de carne o de materia sintética soldada con tecnología, esa celda (shell).
Lo que nos hace humanos es nuestra rebeldía.
“Motoko, mi hija, escribía manifiestos sobre cómo la tecnología estaba destruyendo el mundo”.
Nos reconocemos en los otros.
“No teníamos nada… Nada, excepto los unos a los otros”, termina reconociéndole Killian/Motoko a Kuze.
En la libertad de los otros.
Si olvidamos eso, nos convertimos en una máquina, en un robot, en un cascarón de metal tecnológico sin alma; cuando somos, en realidad, un alma encerrada en una celda de carne.
El director Rupert Sanders trata con respeto el proyecto. Recoge con acierto el desarrollo visual de Mamoru Oshii, que elevó el manga de Masamune Shirow a un sorprendente plano filosófico. El soterrado duelo intelectual entre una Mira Killian sartreana y un Kuze (Puppet Master) nietzscheano. En todo caso, todo encajaba ya en el anime de 1995, todo aquel espíritu cyberpunk post-BladeRunner y pre-Matrix, destilado desde los oscuros primeros cuentos de William Gibson. Un material fascinante. Sin duda. Y tan atractivo. Un envoltorio visceral de acción, intriga y sensibilidad.
Por cierto, habíamos dejado a Freud en la Viena de ‘fin de siècle’, adormilado en aquel cargado aire de la cafetería Schwarzenberg, con los ojos cerrados.
“Ahora, tus ojos se van a abrir”.
“Eso es”.
“Estás a salvo”.
“Solo respira”.
“Bien”.
“Muy bien”.
Todavía con la pesadilla dibujada en el rostro, la respiración entrecortada, Freud se reconoció en el nutrido grupo de parroquianos. Allí estaban ellos, él, tras aquellos encorsetados trajes negros y aquellas cintas anudadas a unos cuellos de camisas blancas. Cadenas de relojes en los bolsillos de los chalecos. Mecanismos automáticos de una precisión cibernética.
Decidió tomar el aire, antes de recogerse en el 19 de la calle Berggasse.
Y así, con la falsa sobriedad aristocrática de un anarquista que deja atrás un acto de sabotaje, depositó la cucharilla sobre la mesa de mármol, se levantó, colocó la silla de tal forma que no interfiriera el paso y, tras tomar el sombrero del perchero, abandonó la cafetería para sortear los primeros jirones de la niebla nocturna. Nunca antes la ciudad le había parecido tan irreal.
Afuera, en la Ringstraße, el ímpetu de hierro y electricidad de los tranvías apuntaba ya al futuro, hacia aquel porvenir donde todos se convertirían, sin remedio, en un dios con prótesis.