En su película número 21, estrenada en el pasado Festival de Cannes, el director español Pedro Almodóvar se desnuda cinematográficamente en una película autoreferencial y confesional de ficción en la que se asoman varios pasajes de la vida del propio realizador.

Esta no es la primera vez que Almodóvar lleva al cine sus inquietudes meta ficcionales, antes trató temas similares en la inolvidable ‘La ley del deseo’, y sobre todo en la más reciente ‘La mala educación’, que comparte con ‘Dolor y gloria’ temáticas como la crisis creativa y personal de un cineasta, su inconformidad con la educación católica, las vueltas del pasado, pero que formal y narrativamente se encuentran en sendas totalmente contrarias.

La historia que se narra es la del director Salvador Mallo (Antonio Banderas), un cineasta con cierto prestigio y en retiro a consecuencia de su frágil estado emocional y de salud, esto debido a fuertes dolores en la espalda y cabeza. Cuando la Filmoteca de Madrid restaura una de sus primeras películas “Sabor”, estrenada 32 años atrás, Salvador decide buscar a Alberto Campos (Asier Etxeandia), el protagonista de la película con quien vivió un conflictivo rodaje terminando en malos términos, logrando una reconciliación en la que el director termina cediéndole un texto para un show unipersonal, mientras que el actor le comparte heroína que le ayuda a mitigar su dolor.

‘Dolor y gloria’ significa un cambio en la filmografía del famoso director manchego, si bien están todos los elementos reconocibles de su filmografía: los colores intensos, los llamativos diálogos, las autoreferencias, la música de Alberto Iglesias y la siempre atractiva fotografía de José Luis Alcaine, el relato en cambio es narrado con muchas menos estridencias de las habituales, lo mismo los momentos melodramáticos que los cómicos, siendo una película mucho más contenida y al mismo tiempo intimista.

Almodóvar decide mirar hacia atrás en su vida buscando la redención, narrando momentos de su infancia junto a su madre (Penélope Cruz), sus primeros deseos de la infancia y su desacuerdo a estudiar en un seminario, mostrando su ya conocida devoción hacia su madre, a quien en su etapa adulta interpreta de manera magistral Julieta Serrano, un personaje que suele permear la filmografía del director.

Almodóvar emula, tal como lo hizo Woody Allen en ‘Stardust Memories’, a Fellini en su ‘8½’, en una película introspectiva donde la mirada más personal y el paso del tiempo, los dos elementos fundamentales en el cine, le dan forma a una de sus obras mayores, toda una declaración de principios que ha moldeado su estilo de vida, que replica en ‘Dolor y gloria’ con total madurez y mucha sensibilidad.

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