A estas alturas, y después de tantas y tantas decepciones, no me queda más remedio que llegar a la conclusión de que anteriores aciertos (ya casi prehistóricos), fueron fruto de la casualidad o de la fortuna, más que del talento y el acierto.
Me pregunto qué se les pasa por la cabeza al director, guionistas y demás artificieros, cuando diseñan a estos personajes tan planos, tan vacíos, y que se expresan con diálogos excesivamente modernos. La gente de hoy en día no habla como lo hacían nuestros abuelos, imaginemos pues las diferencias en los modos de expresarse con varios milenios en el bolsillo. No resulta creíble. La primera escena de la película te rompe totalmente los esquemas, y puedes cerrar los ojos y creer perfectamente que en pantalla hay un grupo de marines sacando brillo a sus insignias.
Scott consigue imágenes de una cierta belleza, eso sí es un mérito que hay que reconocerle. Sabe utilizar la cámara, pero por desgracia no sabe contar historias. Decepciona cuando intenta sorprender, copia mal cuando intenta innovar, emborrona cuando intenta aportar brillantez, y maquilla cuando se encuentra atrapado y sin ideas.
El resultado final, no es una muestra del cine épico histórico, ni es un análisis nuevo de la historia religiosa, ni plantea reflexiones filosóficas acerca del hombre y sus orígenes, ni tan siquiera entretiene al contarnos una vieja historia, no, lo único que nos encontramos en esta cinta, es una absoluta e indigna pérdida de tiempo.