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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Drama. Comedia Después de obtener un éxito rotundo, un director de cine atraviesa una crisis de creatividad e intenta inútilmente hacer una nueva película. En esta situación, empieza a pasar revista a los hechos más importantes de su vida y a recordar a todas las mujeres a las que ha amado. (FILMAFFINITY)
4 de diciembre de 2018
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cualquier imagen vale más que mil palabras.
Con solo recuerdos o impresiones podemos contar nuestra historia.
Pero en algún momento olvidamos esa cualidad mágica, y sentimos la necesidad de rellenar con prosa lo que cada vez sentimos más lejos: preñamos situaciones de sílabas, nos regocijamos en discursos elevados sobre lo que queremos hacer, y damos pie a cháchara intrascendente que se come nuestros dudosos silencios.
Y, de vez en cuando, una imagen fugaz, puramente accidental, nos recuerda esa belleza por la que tanto hemos estado charlando.

La vida del famoso director Guido Anselmi se ha convertido en una verborrea incesante, en una hemorragia de imágenes: un todo que no le deja nada, porque en esas no es posible que suceda algo que le importe.
Productores, mujeres y periodistas pasan por delante de su mirada, preguntando acerca de su nueva película, esperando saber de su próximo proyecto, bromeando sobre cómo se nutre de ellos para filmarlos… y él, en un alarde de elocuencia, simplemente se ajusta con un dedo las gafas negras para que no le cacen ni un gramo de inseguridad.
Piensa en esa muchacha de la fuente, que le ha capturado la mirada entre la muchedumbre, devolviéndole el placer de observar algo bello sin tener que crearlo él; pero su Pepito Grillo crítico, su asesor de escritura Carini que frena esa creatividad anticomercial, le dice que menudo esfuerzo vago para dar un significado a su confusión.

No hay nada que justifique dicha confusión.
Era inevitable, se esperaba su llegada y es absolutamente personal. Solo, probablemente, da rabia que pille justo en medio de la ausencia de musa que le impide seguir escribiendo, con lo que podría por lo menos huir hacia adelante.
Todas las ¿afortunadas? portadoras de ese título ya no pueden ostentarlo más, le aburren y le confunden, piden más escenas en su vida de las que él estaría dispuesto a rodar, y ya no son las dóciles muchachitas que se conformaban con estar al abrigo de su genio: ahora le piden estar más cerca que el albergue al lado del rodaje, escuchar sus reflexiones y que las escuchen sus divagaciones; "¡qué contrariedad, quizá mañana se les pasa!” piensa calmadamente Guido.
No será casualidad que Fellini aisle los únicos momentos de claridad entre las dos mujeres que no han vivido un romance con Guido, expresando sutilmente lo que él mismo no se atreve a admitir, que tal vez cuando ya ha vivido el todo con ellas se asusta de su propia nada que reflejan. Son islas de razón y calmada belleza, los protagonizados por Rossella, hermana de su mujer, y su actriz protagonista Claudia: momentos lejos del mundanal ruido en sitios que parecen nunca haber existido hasta que llegaron, dejándose arrullar por la viveza reflexiva de la primera y la candidez sencilla de la segunda, donde por fin se atreve a verbalizar que su película no va a ser grandiosa porque su enorme ego no va a caber en zapatos de director tan pequeños (“porque no amas” le dice Claudia, en una de esas sonrisas que te hacen afortunado de pasar tiempo a su lado).

Pero entre esos bálsamos está la construcción del decorado más grande, tan grande como la incomodidad de su amante Carla y su esposa Luisa encontrándose, solo para justo después llevar a cabo audiciones en las que gana la que más mudo deje a Guido con la triste repetición de las mismas palabras: “me has dejado sola, y contigo nunca sabré la verdad”.
Él le dice que la quiere en las butacas, por si acaso, ya que cuando menos hay que tener en cuenta la ficción es al representar fielmente la realidad.
Podrían ser esas pruebas, con un productor desesperado porque el director diga por fin algo, el reverso incómodamente real de esa fiesta pícara y despreocupada con todas las mujeres pasadas de la vida de Guido, desde la más imbatible amazona a la más inocente actriz, jugueteando sus atenciones como si el tiempo o las decepciones no hubieran hecho mella alguna: un raro paréntesis ideal en la bella confusión, que hace reflexionar al emperador autoproclamado si tanto la corista animosa como la criada sumisa no merecían más líneas de guión, ahora que están resignadas a ser leves figurantes.

Me esperaba un tratado solemne sobre la mente del creador, pero al final me encuentro con trazos gruesos al borde del patetismo divertido, sonriendo cuando llega el mal tiempo, donde justo lo que te desespera es el final del camino.
Un corro infinito y circular, donde si no tropiezas dos, tres, cuatro, veinte veces con la misma piedra es porque agarras la mano de tus errores o aciertos.
De vez en cuando ves alguna muchacha en la fuente y no tienes por qué ajustarte las gafas. Pero mientras, toca ir tirando.

(Eso, o charlar con la Cardinale de lo divino y lo humano, allá donde no nos alcance el tiempo)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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