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Voto de Antonio Morales:
9
Western Western ambientado en la América pionera sobre las relaciones que se establecen entre Cole Harden, un vaquero honesto, y Roy Bean, un juez caprichoso y de singular moralidad. Notable duelo interpretativo que le valió el Óscar al gran Walter Brennan. (FILMAFFINITY)
20 de diciembre de 2013
10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
Cole Hardin (un lacónico Gary Cooper) se da cuenta enseguida por donde van los tiros en Vinegaroon. Llega casi con la soga al cuello, con la acusación de haber robado el caballo de “Pata de pollo”, un rufián botarate, lacayo del singular Roy Bean (magistral trabajo de Walter Brennan), un loco que se autoproclama juez, “impartiendo” justicia al oeste del río Pecos. Visto para sentencia, antes aún de celebrarse el juicio. Mientras el “jurado” delibera, Cole tiene la suerte de hablar con Roy Bean, está loco de atar, de acuerdo, pero su locura es sólo el telón de fondo, la superficie de un delirio, llámesele LiLy Gantry u otra cosa, pues lo cierto es que “El forastero” trata, en buena medida sobre la ingenuidad y el desfase de unos ideales anacrónicos tras la Guerra Civil, ideales, sea dicho de paso, defendidos con métodos intransigentes, en progresiva degradación.


Si la ley no respalda a uno, éste crea su propia ley, basándose en el primer libro a mano, sea la “Biblia” o los “Estatutos revisados de Texas” en versión de 1857, la única cabal para una comunidad de ganaderos donde ya se han visto los estragos que dejan tras de sí los colonos, sus cultivos y sus vallas. Librarse de la muerte en Vinegaroon, en medio de una pandilla de chiflados, no es cosa fácil, basta tener especial cuidado con Roy Bean. El juez obsesionado con Lily Gantry, ese sueño perdido tras la guerra y ahora encarnado en una mujer porque en su rasgos se insinúan las frágiles señas de identidad de un mundo bello que, para sobrevivir se fue embruteciendo progresivamente.

De ahí surge un personaje como Roy Bean, a medio camino entre la ingenuidad poética y su brutal sadismo prevaricador. Por su parte Cole Hardin es la encarnación del cowboy, algo rudo pero noble, sorprendido a menudo entre dos fuegos, sin querer tomar partido, so pena de decir con ello adiós a su independencia. Pero las circunstancias le obligarán a posicionarse, cuando no logra resolver el conflicto pacíficamente. La película tiene una pátina moderna gracias a la fotografía de Gregg Toland uno de los maestros que contribuyó a crear en el plano un espacio dramático, justo antes de hacer “Ciudadano Kane” con Orson Welles.

Wyler, uno de los más grandes directores de la historia supo insuflarle un lirismo poético, debatiéndose entre la comedia y el drama, y también una vena psicológica hasta entonces ajena al género. Pero los detalles de la puesta en escena, con planos memorables como el mechón de cabello, la borrachera o licor “levanta muertos” quedaran para siempre en la memoria del género western. En los años setenta John Huston realizo una aproximación muy inferior con Paul Newman y guión de John Millius, “El juez de la horca”, 1972.
Antonio Morales
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