Haz click aquí para copiar la URL
Críticas de Néstor Juez
Críticas 864
Críticas ordenadas por utilidad
8
20 de agosto de 2017
140 de 194 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una de las revelaciones del último festival de Sundance es la película que hoy nos ocupa: el drama sobrenatural A ghost story, protagonizada por Casey Affleck y Rooney Mara y escrita y dirigida por el joven realizador norteamericano David Lowery. Aún sin haber sido siquiera comprada por una distribuidora española, acaba de ser estrenada en cines americanos y, por ende, británicos, por lo que me hallaba en el lugar y momento adecuado para tener la suerte de poder verla en sals cinematográficas. Venía precedida por excelentes críticas, y su premisa narrativa y elección estilística de puesta en escena, descubierta ya en los materiales promocionales, le daban una pátina de producto interesante y posible filme de culto en el circuito de autor. Su apuesta formal le daba un tono hipster que no me acababa de enamorar, pero tenía puestas en la película muchas expectativas. Y la película que visioné, si bien fue un producto más difícil de lo que esperaba, superó ampliamente mis expectativas, situándose como una de las películas del año. Una película de prístino envoltorio pero hondo contenido, lleno de alma y sentimiento, y reflexiones que no debemos tomar a la ligera. Nos hallamos antes una película delicada, y una de las aproximaciones más imaginativas a las consecuencias de la pérdida y muerte de un ser querido.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Néstor Juez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
5
5 de abril de 2023
106 de 128 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pocos asuntos fascinan mas a la humanidad desde los inicios de su existencia que procurar dar respuesta a lo inexplicable, lo intangible, lo invisible. Temas abisales, de los cuáles pocos son mas inabarcables y seductores que la naturaleza del mal. De la concepción cristiana de la maldad deriva la tradición cinematográfica del título que nos ocupa en la presente entrada, para el que la Semana Santa es el momento propicio para su estreno. Russell Crowe es la cabeza de cartel y principal reclamo de El Exorcista del papa, versión libre de los archivos documentados del antiguo exorcista del Vaticano, el ya fallecido Gabriele Amorth, dirigida por un Julius Avery que ya se probó en las coordenadas del terror con Overlord (recordemos, nazis zombis). Una película tan inquietante como honesta y modesta, que busca divulgar sobre su figura nuclear desde el respeto a las fuentes pero también abriendo la puerta, si el apoyo económico lo permite, a engendrar una franquicia. Una historia con personaje carismático y con riqueza mitológica de profusión informativa seductora, pero un exponente que poco aporta a la conversación del cine de posesiones y espíritus rebeldes.

La primera sorpresa de este largometraje es presentarnos a un Russell Crowe en un registro muy diferente al de las películas que le dieron a conocer, y precisamente por ello supone el mayor atractivo de la cinta de Avery, saboreando cada segundo de su presencia en pantalla desde la divertida secuencia que hace las veces de prólogo. Un héroe carismático y heterodoxo, que responde a su deber pero construye su propio camino con conocimiento, irreverencia y cinismo. Una presencia que impone pese a exhibir puntualmente su fragilidad, que se toma su trabajo en serio sobre la base de vivir su vida permitiendo que las bromas afloren constantemente. Crowe marca los matices de su interpretación desde la fisicidad, añadiendo como rasgo de carácter cómico su dicción hablando italiano. Una faceta cómica que representa uno de los mayores aciertos de una película que sabe no tomarse en serio a sí misma por encima de sus posibilidades. Viene respaldada por un gran estudio, pero su espíritu encierra un tono de serie B adecuado para las condiciones genéricas de la propuesta. Una aproximación al imaginario satánico y a los entresijos de la batalla eclesiástica contra el maligno que no se encuentra lejos al aura de homenaje de 30 monedas.

La trayectoria profesional de Amorth fue longeva, y la película tenía la fortuna de poder inspirarse en una extensa documentación. El exorcista del papa abunda en exposición oral (más aun si consideramos sus ajustados 90 minutos), y es en esas secuencias de flashback y descripción, que construyen diégesis a la vez que presentan los traumas de Amorth o cuestionan algunas sombras o tragedias ocultadas por la institución cristiana, es donde el filme vuela con mas convicción. La indagación en la figura del exorcista como psicólogo por inercia, así como su detenimiento en la herencia histórica de ángeles caídos y sus resonancias en la abadía en la que se enclaustra la acción, son rasgos cosmológicos que dan enjundia al conjunto. Lástima que no dejen de ser pausas mal integradas en el argumento y que sólo pueden ser introducidas, quedando desaprovechadas en el plano visual.

Su rigor documental la acercan al biopic, pero El exorcista del papa está obligada a ser una película de terror, entroncada en la vertiente popularizada en la última década por James Wan y producciones derivadas y que siempre cuenta con William Friedkin como vara de medir, o con Scott Derrickson como espejo en el que reflejarse. Como filme de posesiones, demonios intangibles y sustos en casas encerradas, el trabajo de Julius Avery es decepcionante. Ni su diseño conceptual es novedoso, ni su planificación es creativa ni vigorosa. La sucesión de momentos catárticos es sumamente rutinaria, y la familia americana víctima del caso deviene un mero resorte para el conflicto entre demonio y exorcista, resultando en unos personajes muy superficiales. El propio caso de posesión castellana se trata así como un mero interludio para perfilar la naturaleza e intenciones de la amenaza real, a la que se confronta en un clímax apresurado al que se llega tras un desarrollo que siempre hace las veces de presentación. Tanto como drama biográfico exorcista que como película de terror con sustos, facetas ambas desarrolladas en paralelo, resulta un planteado con detalle y concluido con premura.

Los resultados del departamento de dirección artística son igualmente modestos, y el trabajo de iluminación del director de fotografía no es capaz de restarle a la imagen un acabado plano y artificial. Es inclemente ser estrictos con ella, ya que no busca mayores ambiciones, pero la realización del filme no es capaz de dejar imagen alguna para el recuerdo, en uno de esos ejemplos de desplazamientos de cámara sin ninguna intención mas allá de aparentar dinamismo. Algunos lectores de mis textos sabrán de mi interés por la identidad cultural de las películas, y la amalgama nacional de la presente es especialmente frustrante. Que en 2023 aun haya títulos que sitúen su acción en paisajes cuya orografía y vegetación hace evidente que no se encuentran en el país que nos indica la ficción, y que intente a intérpretes hacer pasar por nacionalidades que evidentemente no son las suyas cuando esta tiene una importancia capital en la trama, es tan ridículo que frustra y enternece por igual.

El exorcista del papa supondrá un visionado satisfactorio para los fanáticos del terror, y supone una buena ocasión para descubrir e iniciarse en la jugosa vida de Gabriele Amorth. Por lo demás, nos encontramos ante una producción con muy poco que destacar.
Néstor Juez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
24 de marzo de 2023
80 de 98 usuarios han encontrado esta crítica útil
La extensión vital de toda franquicia cinematográfica se sostiene sobre un reforzamiento de sus cualidades identitarias que, sobre el ascendente intento de superarse, está destinada a afrontar la posibilidad de devorarse. Ante este desafío se enfrentaba la nueva entrega de serie que hoy nos ocupa, aparatosa superproducción cuyas características genéricas la hacen todo un rara avis en el mainstream que llevaba un par de años en nevera, esperando que amainasen las oleadas de COVID-19 y se perfilase un panorama más acogedor para un estreno comercial en salas. Con Keanu Reeves como principal reclamo se estrena John Wick 4 (2023), canto de cisne de la saga de acción aplaudida por público y crítica, que viene de nuevo firmada por Chad Stahelski (acompañado en la primera entrega por David Leitch).

Un festival hiperbólico de artes marciales y tiroteos deudor de múltiples tradiciones cinematográficas que revitaliza los últimos ecos de Matrix y reivindica la figura de las coreografías en tomas generales y los especialistas de acción, que entrega aquí su crepuscular despedida en forma de elevación a la máxima potencia. Una entrega vigorosa, apesadumbrada y técnicamente encomiable, que brilla en muchas de las facetas que exhibe y logra gran parte de sus objetivos, pero se muestra indeterminada calibrando sus rasgos tonales.

La tradición del cine de artes marciales asiático se da la mano con reminiscencias del spaghetti western y rasgos visuales del neo-noir, aderezado del exotismo internacional del cine de espionaje y de paletas cromáticas que pudieran mirarse en los devaneos de ciencia ficción de Villeneuve o en las abstracciones de neón de Nicolas Winding Refn (cabe incluso un guiño a David Lean). Un minimalista relato depurado hasta el arquetipo, con antihéroes en su núcleo devenidos figuras mitológicas, que se encomienda con entregado desempeño técnico a la máxima pirueta física, devenida abstracción de festiva coreografía de puños, llaves, disparos y cuchillos.

Una extensión, en suma, de lo planteado en las tres entregas anteriores, exacerbado aquí como canto de cisne solemne para mayor gloria de los aficionados. Un trabajo comprensible tan sólo como extensión de los conflictos establecidos en las entregas previas, cuya acción retoma prácticamente sin introducción alguna. Apéndice, como decía, que opta por la depuración última del hueso del conflicto pero a través del exceso de su léxico, reflejado en un metraje que se aproxima a las tres horas. Y aún con los lógicos recelos que despierten estas decisiones, es razonable indicar que la película emerge airosa, aunando sus virtudes en la carismática figura del rostro impasible de Keanu Reeves (elevado aquí por ese enigmático contrapunto que es Donnie Yen). Un estoico antihéroe resignado a avanzar hacia delante, en un ejercicio de funambulismo permanente sobre la condición de mártir. Una figura en pleno control de su fisicidad, entregado a una rutina diaria de persecuciones, escaramuzas y confrontaciones.

El argumento es mínimo, y Stahelski estructura el filme alrededor de tres apabullantes bloques de acción en una ciudad diferente, articulados de set-pieces dignas de elogio. Batallas ejemplares que aprovechan al máximo el potencial estético de sus localizaciones, sirviéndose de planos abiertos y una escasa fragmentación por montaje. Violencia demente que nunca se ve tentada a alterar la velocidad natural de las tomas, y que incluso se permite jugar con la altura de la cámara en tomas en movimiento sobre habitaciones sin corte alguno. Disparo raso y Kung-Fu acompañado de manera orgánica de músicas electrónicas, o incluso remixes de melodías clásicas. Un viaje que se sirve de objetos urbanos o elementos iconográficos de nuestra realidad, extendiendo la singular mitología de la saga. Una mitología de reciclaje de tradiciones señoriales europeas para perfilar los rígidos protocolos de un mundo de sociedades secretas que asesina sin discreción. Cuadros, libreas, trajes, hoteles y ritos centenarios. Elegancia y tejido de clanes para un mundo absolutamente ficticio, donde la violencia se torna rutina y pierde su significado.

John Wick 4 adolece de tenerse en demasiada estima, y de buscar reírse de sí misma y apelar con su congoja al mismo tiempo. Exhibe autoconsciencia, marcada por el absurdo inherente a la exageración de múltiples momentos, pero recalca cada pocos minutos la afectación trágica de la odisea de su cruzado. La trama se reduce, pero sigue estando, y sus correspondientes diálogos o perfiles interpretativos apelan por igual a la astracanada que al énfasis trascendente del cine de superhéroes. Sus escenas de acción son hipnóticas, pero la abundancia de ellas y sus similitudes en concepción conllevan una monotonía agotadora. Su humor refuerza su faceta juguetona de divertimento sin pretensiones, y su afán de anticipar y concluir conflictos con declamaciones orales pomposas arruinan cualquier ligereza. El filme bascula permanentemente entre la sublimación y el auto-sabotaje.

La estilización lúdica de la violencia es una vía cinematográfica prolífica, y tras las cátedras sentadas desde Asia en los años ochenta y noventa bien está que series populares como esta prolonguen ese anhelo plástico. El despliegue técnico de John Wick 4, así como su compromiso con una filosofía narrativa que tan fácil puede conllevar el rechazo de tantos espectadores, son noticias positivas. Pero todos aquellos que no conozcan las películas anteriores, o que no comulguen de manera acrítica con sus registros, se encontraran aquí perdidos sin posibilidad de brújula.
Néstor Juez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
6
21 de octubre de 2021
64 de 76 usuarios han encontrado esta crítica útil
En estos instantes en los que parece que la normalidad pre-pandemia es una realidad cada vez mas palpable, las distribuidoras españolas han optado por una estrategia desquiciada de bulimia cinéfila que bien puede resultar en un fracaso conforme lleguen las cifras en las próximas semanas: bombardear octubre y noviembre con poderosos estrenos de grandes nombres del cine comercial y de autor, con títulos tanto del nuevo curso como del pasado que habían quedado en espera desde entonces. Tenemos entre manos el nuevo trabajo de un director consagrado cuyo tráiler ya pudimos ver hace casi dos años, que formaba parte de la selección de trabajos de Cannes 2020 y que compitió a su vez en la Sección Oficial de este año. Pero al fin se estrena en nuestras pantallas La crónica francesa, carta de amor al periodismo de Wes Anderson en colaboración con su equipo técnico de confianza y un amplio reparto lleno de talento y prestigio. Trabajo que fue recibido con entusiasmo en la ciudad francesa y que mantiene impacientes a los cinéfilos y sobre todo a los fanáticos, familiarizados cómo estamos todos con el estilo del americano y sabedores de lo que nos podemos encontrar. Y antes de entrar en profundidad, es innegable que nos encontramos ante una película que hará las delicias de los mas adeptos. Y en lo que a su estilo y virtuosismo, supone la mayor celebración del mismo de toda su carrera. Esta hipérbole también es, a su vez, su mayor problema.

La crónica francesa ofrece la experiencia inmersiva de experimentar en imágenes la lectura de un número del suplemento cultural que da nombre a la película. Una película revista, un recorrido audiovisual a través de sus diferentes secciones. Un discurso escrito transformado en mundos físicos y aventuras desquiciadas. Un homenaje a los pormenorizados reportajes de publicaciones prestigiosas del siglo pasado como fue The New Yorker y al espíritu aventurero de estas historias cargadas de matices y reflexión cultural. Un filme poliédrico por definición, bañado en puntos de vista y afanado en resaltar la importancia de la personalidad de los narradores para moldear sus historias. Un viaje que sostiene que lo verdaderamente valioso no son los hechos sino la narración que se construye a su alrededor, el arte para servirse de recursos lingüísticos y semánticos para darle riqueza y dotarlas de capacidad de fascinación.

Un tributo a este mosaico literario que sirve de excusa a Anderson para filmar una suerte de compendio de toda su obra, pues podríamos decir que todas sus películas están comprimidas en La crónica francesa. Todos sus rasgos estilísticos desfilan presos del frenesí por la pantalla: portadas, intertítulos, escenas congeladas, perfiles, planos simétricos, travellings laterales, cambios de altura, zooms, alzados de los decorados, maquetas en stop-motion…e incluso algún otro que remite a algunas películas específicas que no detallaré por no hacer spoiler formal. Un festival mayestático de prodigiosa dirección de arte, virtuoso trabajo de vestuario o depuradísima dirección de fotografía. Elegante y heterogénea partitura de Alexandre Desplat, diálogo ingenioso que va mutando entre los distintos narradores en off, humor físico, acción disparatada o melodrama tragicómico. Un filme técnicamente deslumbrante que es imposible no admirar, en el que no dejan de desfilar actores maravillosos con desigual reparto de tiempo en pantalla y registros dispares pero mayormente acertados. Una catedral Andersoniana que queda para el análisis en años futuros.

Es tal la ambición del filme, queriendo comprimir cuatro o cinco películas distintas en apenas 108 minutos de metraje, que la experiencia resulta agotadora, en un viaje histérico y atropellado que se ahoga a sí mismo. Menos suele ser más en el cine, y nos encontramos ante una película que parece dirigida a espectadores con déficit de atención, que no discrimina elementos ni ocurrencias y amalgama de igual manera genialidades y frivolidades. Un torrencial de verborrea y elementos visuales que permanecen dos segundos en pantalla que tras el asombro inicial derivan a una honda desconexión y a un hartazgo analítico, habiendo sustraído los elementos interesantes de la propuesta apenas han pasado treinta minutos. Bien hubiera funcionado cada historia por sí misma, y sin embargo su estructura de ligereza, cinismo y correcalles provoca que para cuando lleguemos a la tercera historia, con mucho que valorar, nos encontramos plenamente saciados. Es un caso claro de ramas que no desean que veamos el bosque, en el que nada reposa el tiempo que necesitaría y por lo tanto induce a una desconexión emocional absoluta. Una película que podríamos considerar inexpugnable en su fútil perfección, lo que derive a que sea muy curiosa pero un tanto intrascendente.

Una obra de visionado imprescindible para cinéfilos y que sin duda fascinará a los más fanáticos de Wes Anderson, y que no debemos dejar de valorar a nivel artístico, ni dar por sentado el virtuosismo con el que el tejano manipula el espacio. Pero consideradas las cotas de sus trabajos recientes, La crónica francesa es una experiencia tan virtuosa como descompensada y frustrante, más ruidosa que sustanciosa.
Néstor Juez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
7
26 de mayo de 2023
67 de 88 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es una auténtica lástima que sólo realizadores de gran nombre puedan permitirse el lujo de que sus probaturas en otros formatos reciban idénticos recursos y atención mediática que sus largometrajes. Es una verdad categórica que conviene gritar a los cuatro vientos que los cortometrajes también son películas, y pueden contener tanto o más gran cine que un largometraje. Debemos por ello abrazar la anomalía que supone este estreno, de por sí una valiosa obra rica en sustancia para analizar. Tras su paso por las sesiones especiales del Festival de Cannes hace una semana nos llega Extraña forma de vida, que supone el primer encuentro del director manchego Pedro Almodóvar con el género del western (motivo suficiente para despertar cualquier curiosidad) y segundo trabajo filmado en lengua inglesa tras La voz humana, en este caso al frente de dos grandes talentos de la talla de Ethan Hawke y Pedro Pascal. Un sentido trabajo de emociones profundos y gestos sabios que hará las delicias de los aficionados de esta última etapa de depuración almodovariana. Un puro ejercicio de artificio y pasiones concentradas, que sólo podrá ser disfrutado entendido como boceto.

Conociendo la irreverencia iconoclasta de los primeros años de su carrera, es toda una sorpresa la sobriedad y respeto con la que Almodóvar se adscribe a los códigos del western. De hecho, ejerce ante todo como marco estético y, sobre todo, como delimitador de atmósfera y creador de subtexto. Unos paisajes, objetos y sonidos reconocibles que asientan el tono austero y hostil de un mundo donde los hombres no tienen permitido amarse. Pocos decorados y espacios naturales que en su grandeza simbólica remiten a un pasado, y esta melancolía casa perfecto con este micro-conflicto que no versa sino del proceso de cerrar una herida abierta, como no, en el pasado. Curiosamente es cuando el filme se plantea el desafío de afrontar la puesta en escena de estampas comunes del género cuando más patina: ciertos planos cerrados de los dos protagonistas montados a caballo chirrían por su movimiento, y la única escena de acción se planifica con torpeza. Western contenido y elegante en su clasicismo que guarda su provocación, así como su gran fortaleza, en su faceta de portentoso melodrama.

Nos encontramos ante un reencuentro que es pura historia de pasión. Un vis a vis de deseo y carnalidad en la que la sexualidad transpira por cada poro de la pantalla pese a ser elidida. Un cara a cara de fogoso amor contenido en miradas, despechos, caricias furtivas. Una discusión capaz de condensar en unos minutos el dolor concentrados y los remordimientos de décadas de añoranza, transmitiendo la sensación de haber presenciado tanto como los protagonistas esta historia de amor. Tan solo sus palabras nos llevan a un romance mas grande que la vida, cuya intensidad abrasiva resuena intacta si bien apenas duró un par de meses. El cine, en su mas sublime manifestación, también puede ser sólo esto: dos actores en plenitud de facultades dando vuelo a un texto. Unos notables Hawke y Pascal rebosan sentimiento y madurez, y el afecto se manifiesta entre ellos a través de gestos de convivencia y empatía tan propios de esta madurez conmovedora del manchego: hacer la cama, lavarse en la bañera, abrir un cajón en busca de ropa interior…la intimidad en sintonía allí donde en otra época se habría filmado desenfreno (no en vano, cierto flashback tórrido del pasado juvenil de esta relación, en el que Pedro cita un pasaje reconocible de su trayectoria, se planifica en una burda sucesión de acerados primeros planos).

Considerando la naturaleza híbrida del audiovisual contemporáneo, es pertinente indicar que el filme guarda unos evidentes rasgos de spot promocional de prendas de Saint Laurent, productor principal del corto. Y no debe ser esto entendido como una lectura negativa. Nos hallamos ante una pieza artificiosa, cercana a los códigos conceptuales de la última etapa de Almodóvar, alejada por completo de la realidad en un mundo propio de afectación histriónica y estética exagerada que ha creado rechazos contrastados en producciones recientes. Es una obra abierta, cuyo final abierto está llamado a producir amargor en el espectador que, si bien puede aceptar esta estrategia de sugerencia, lamentará la falta de esfuerzo por discurrir la narración hacia un punto mas catártico. Había sustancia para un largometraje, pero la obra resultante no habría sido necesariamente mejor, sino diferente. Nos encontramos ante un esbozo convencido de serlo, y bien está que lo sea. Pedro Almodóvar no llegó a filmar Brokeback mountain, todos salimos ganando. Si esta es la única incursión en el género, habrá merecido la pena.

Afectado, teatral y sucinto, Extraña forma de vida es una cobaya en formato corto con la que el venerado realizador español se prueba en el género cinematográfico por excelencia, que hasta ahora le era ajeno. Un experimento irregular que se podría haber pulido mas en la puesta en escena, pero lo suficientemente poético y resonante de verdad como para que merezca un visionado. Especialmente para los más fanáticos del realizador español.
Néstor Juez
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
Cancelar
Limpiar
Aplicar
  • Filters & Sorts
    You can change filter options and sorts from here
    arrow